Alguna frase pedante

Esta mañana me ha pedido alguien que no debo mencionar, para un proyecto que no puedo contar, que le comparta algunas líneas sobre el concepto de la belleza y cómo lo veo yo. Literalmente, me ha pedido “alguna frase pedante”.

Ten amigos para esto.

El caso es que hoy quería haber hecho 348 tareítas pequeñas y cuatro o cinco gordas. Al final, ha quedado todo sin empezar, a medias o mal resuelto. Siendo sincero conmigo mismo, diría que mi mayor logro ha sido hacerme la comida y ver, mientras almorzaba, un documental de la televisión pública japonesa sobre Junichiro Tanizaki y su concepto de la sombra en la estética japonesa. No me quejo.

El ‘Elogio de la Sombra’ de Junichiro Tanizaki, es de esos libros que merece la pena releer veinte años después de la primera lectura, porque están llenos de matices y reflexiones que de joven uno no pilla o no sabe valorar. Es lo bonito de subrayar los libros: cuando relees no sólo hablas de nuevo con el autor, sino con tu yo de veinte años atrás.

En Tanizaki y su forma de entender la belleza me siento bastante cómodo. Sintetizando mucho, él dice que la belleza existe como ideal y en la naturaleza, pero que para disfrutarla tenemos que propiciarla y trabajarla, como quien cuida un jardín o perfecciona su caligrafía. En otras palabras, belleza como destino y como camino a la vez. También habla de la belleza de los espacios de transición, porque albergan misterio. Lo ejemplifica con las sombras dentro de una casa tradicional, ese espacio entre la luz exterior y la oscuridad completa, lleno de matices, cambiante y variable. Diría que Tadao Ando también trabaja ese concepto, no sólo desde lo espacial sino desde lo temporal: la belleza de ver cómo la luz modifica un espacio a lo largo de una tarde. El lugar a mediodía no es el mismo que al anochecer. Ambos, el pensador y el arquitecto, se quejan de la obsesión de occidente por sobreiluminarlo todo. Concuerdo.

En mi mente pelean la idea de belleza de Santo Tomás y los escolásticos con visiones más vitalistas al estilo de Malick o Sorrentino. Los primeros creen que lo bello existe y es, independientemente de quien lo mira. Los segundos dirían que la belleza está en lo que se hace y ocurre, como si fuese una manifestación de la vida. Tampoco están tan alejados, si uno lo piensa. Al de Aquino le interesa el mundo de las ideas platónico y a los otros dos, los reflejos de esos ideales en la cueva, o mejor aún, los pavos que intentan salir de ella persiguiendo la luz. 

La primera belleza es más épica, la segunda más lírica. La primera está en lo monumental, la segunda en lo pequeño y mundano. La BSO de Interstellar contra estas fotos de Navia, la geometría extrema de la T1000 (Dieter Rams sonríe satisfecho), o una antigua canción de dimotiki griego, llegando sucia a través de una vieja radio de onda corta.

De Ulm a Cádiz. No hay que explicarlo mucho.

¿Si algo es bello y nadie lo mira, deja de ser bello? ¿Necesita la belleza, para existir, una mirada? En otras palabras ¿reside la belleza en el objeto o en el sujeto que la contempla? Se lo pregunto mucho a mis alumnos y la verdad es que ni sé por qué, pues cada vez tienden a decantarse más por lo segundo y me pillo unos disgustos…

Porque, a ver, si la belleza es subjetiva, entonces no podemos ponernos de acuerdo en qué es bello y qué no, y es cuestión de segundos hasta que aparezca quien te dice que a él un montón de estiércol le parece bello. Y digo yo… Si te parece bello ¿no será por lo que te evoca? ¿No será que lo bello para ti es la idea de que la vida se regenera? Entonces el montón de estiércol no es más que un mecanismo, un disparador, de algo que vive dentro de ti. O sea, llevamos la belleza dentro.

Y si es así, quizás algunos disparadores, algunos catalizadores, sean mejor que otros, ¿verdad? Nuestra aspiración será, pues, a crear vehículos para que esa belleza entre o salga.

Alguno se habrá preguntado entonces, si la belleza —la capacidad de buscarla y enunciarla— no será una cualidad eminentemente humana. Universal es, desde luego. Pero… ¿sólo humana? Podríamos pensar que algunos animales crean cosas bellas en su afan por cortejar y procrear, pero el hecho de que lo hagan todos igual da que pensar si, de nuevo, no será que lo hacen por mera programación genética y somos nosotros quienes vemos ahí belleza. Este argumento tiene miga: de ser cierto, nos sitúa a los humanos en un plano esencialmente diferente del resto de animales y de ahí, cuidado, que puedes acabar en lo religioso sin darte cuenta.

Porque, ojo, si existen esencias trascendentes entonces existe LO TRASCENDENTE, lo superior, lo que es más que espacio y tiempo. Ahí creyentes, agnósticos y deistas andamos tranquilos, pero los ateos se suelen poner nerviosos. Se siente.

Otra de las preguntas que le hago a mis alumnos, cuando hablamos de belleza, es si alguna vez han experimentado el síndrome de Stendhal. ¿Lo has sentido tú? Yo recuerdo una tarde de octubre paseando por Ortigia, ya de noche. El viento, las olas y las casas palaciegas en ruinas. La solitud. Sentirte cerca y lejos de todo, a la vez. Y la presión en el pecho, la dificultad para respirar porque pareciese que todo aquello no cupiese en los pulmones.
 

La ‘dimensión insondable’ de Battiato.
¿Te vale como frase pedante?

Eudora y la propiedad privada del tiempo

Me ha costado mucho encontrarlo. Hasta llegué a dudar de si era una invención mía. Al principio de internet, cuando mandábamos un correo electrónico, le marcábamos una prioridad ¿Te acuerdas?

  • Muy alta

  • Alta

  • Normal

  • Baja

  • Muy baja

Media hora me ha costado buscar la captura, pero he dado con ella. Igual que muchos, yo usaba Eudora Mail, uno de los primeros clientes de correo para Windows. Así marcábamos la prioridad de tu mensaje:

Y así veíamos la prioridad en los mensajes recibidos

Decidir qué prioridad tiene algo que comunicas a otra persona es un ejercicio de responsabilidad y respeto magnífico. Requiere hacerte varias preguntas importantes acerca de la urgencia, la relevancia (no son lo mismo) y te exige pensar en las circunstancias de la otra persona. 

Decir que el tiempo es el bien más preciado o que vivimos en la economía de la atención es revolcarse en el cliché como un gorrino en el barro. Pero... ¿A que se entiende por dónde voy? Primero quitamos las prioridades del email, después llegó la mensajería instantánea a los buscas, luego a los móviles y después al ordenador (¿te acuerdas del ICQ?). Lo siguiente fueron los canales instantáneos siempre abiertos, multidispositivo: Messenger, Whatsapp... Y lo más reciente, sus adaptaciones al trabajo, como Slack.

Pero no quiero que este post sea una rabieta contra la pérdida de concentración, sino una alabanza a los sistemas asíncronos, a aceptar que el otro decida cómo y cuándo atiende tu mensaje, a ritmos de comunicación diferentes, donde no todo debe responderse al instante, donde urgencia e importancia se desvinculan.

Gmail hace tiempo que nos ofrece clasificar la importancia de los mensajes de manera automática, pero no conozco a nadie que lo use. No queremos delegar en un algoritmo la decisión de qué importa o qué no, qué apetece o qué no. Por eso era tan hermosa esa funcionalidad de Eudora, porque se basa en el respeto y en la libertad de ambas partes para decidir sobre eso.

Echo de menos una cierta convención acerca de cómo o cuándo usar cada uno de los canales, un acuerdo no escrito y una cierta educación acerca de lo que es urgente, importante o trivial. El tiempo de otro es un trozo de su vida, una propiedad privada que no puede invadirse sin permiso ni invitación, igual que su casa o su cuerpo.

Me pregunto si esto es algo que deberíamos tener más en cuenta quienes creamos productos digitales. Y apuesto a que estará en la agenda y en el zeitgeist de dentro de unos años, igual que ahora lo está la sostenibilidad o la diversidad. 

¿Tú qué opinas?

Fundido a gris

Estamos diseñando un mundo cada vez más en blanco y negro. En escala de grises, mejor dicho. Esa es la conclusión —te la enuncio con cierto sensacionalismo— de un estudio conducido por el Science Museum Group, sobre el color de 7000 objetos de uso cotidiano de 21 categorías diferentes, creados en el último siglo.

De la madera con adornos de latón de 1900 a los plásticos de los 90 y de los inyectados multicolor de los 60-70 a los aluminios —casi siempre impostados— de hace diez años. De la calidez al frío, de las superficies vivas a las geometrías muertas. Del producto que es per se, al que sólo contiene. Del mensaje al silencio.

Todos los coches son óvalos blancos, todas las tecnologías son rectángulos negros y todos los objetos son ya gris oscuro.

Cuando Bell lanzó el modelo 500 diseñado por Dreyfuss, el negro era el color del producto genérico, y de ahí se pasó a una plétora de color donde cada persona y cada ambiente encontraban su tono. La fórmula la repitió el Regency TR1, el primer transistor de bolsillo, y la copió, cincuenta años después, Apple con su iPod nano. 

Henry Ford decía que usted podía tener su Ford T en cualquier color mientras fuese negro. Y la historia rima, pues el Tesla más común se puede comprar en cualquier color, pero todos sabemos que mejor blanco.

Wall-e vivaz y colorido fue sustituido por Eva, blanca, negra y eléctrica, mientras los Swatch coloridos dejaban paso a los Watch negros.

Etore Sottsas le hizo una mamola a IBM cuando parió una máquina de escribir —la Olivetti Valentine—  de rojo intenso. Ríete tú del Ornamento y Delito de Loos. Ese manifiesto cambió la historia de la tecnología. Se la robó a las empresas y las oficinas para llevárselas a las personas, a las casas y a los parques. Apple volvió a hacerle lo mismo a IBM, con el iMac, cuarenta años después.

La historia del color en el diseño es la historia de cada generación, con un sentir, una vitalidad y unas ganas de ser y estar muy cambiantes. En nuestros objetos está nuestra pequeñez insegura o nuestra alegría infinita. Frente a unos nos postramos, cual monolito de Kubrik, y en otros proyectamos nuestra alma, llena de color y vida.

Mira en tus bolsillos, en tu muñeca, tu bolso o tu mesa... ¿Qué ves?

Tres satisfacciones

La radioafición, tal y como la practico, tiene tres momentos muy especiales que ocurren consecutivamente:

El primero se da cuando escucho la llamada de una estación de radio remota respecto a mi ubicación: Jordania, Zimbabwe o Islas Malvinas. Para que ocurra han confluido varios factores de forma muy efímera y hay que aprovecharlo. En esos momentos siento excitación ¿Seré capaz de contactar con esa persona?

La segunda satisfacción ocurre cuando logro hacerlo. Respondo a la llamada con mi indicativo y si mi señal se recibe bien, iniciamos un intercambio. A menudo la emoción hace que me cueste seguir el protocolo de conversación. Estoy trasladando mi voz hasta la otra punta del globo, sin intermediarios, con la energía de una bombilla y un alambre. El logro técnico es asombroso y me embriaga cada vez que ocurre. Me da igual que me lo expliquen cien veces, para mí sigue siendo magia.

Horas después, ya frente al ordenador, indago acerca de ese lugar remoto. ¿En qué aldea vive esa persona? ¿Dónde hace la compra? ¿Qué clase de bares hay allí? ¿Cómo son las calles? ¿A qué se dedican, de qué viven? ¿Cómo serán sus sábados por la tarde o sus lunes por la mañana? esa es la tercera satisfacción. Google Maps y Youtube me trasladan a lugares en los que muy probablemente nunca vaya a estar, pero donde tengo a un cómplice que, quizás sin saberlo, me ha abierto una ventanita a su mundo.

Cada una de esas lineas es un portal que va desde mi equipo de radio a otro lugar del mundo. Su apertura es esporádica, pero una vez que las he registrado, nunca terminan de cerrarse.

¿Nueva Bauhaus?

Nadie de nuestro tiempo sería capaz de imaginar lo demencial, lo absurdamente intenso, lo conmocionante que debió ser el siglo XVI para quienes lo vivieron. Nuestro concepto del mundo estaba desbordado, nuestros conocimientos científicos avanzaban mucho más rápido que nuestro entendimiento y, en mitad de ese aturdimiento, Europa se nos partía en dos a causa de la reforma luterana. Por si todo eso fuera poco, el imperio Otomano avanzaba voraz desde el este: se había desayunado Budapest y estaba a punto de almorzarse Viena mientras salivaba por el plato final: Roma y con ella occidente entero hasta chupetear las raíces.

Al lado de esos tiempos, nuestras crisis son un cuento infantil.

De aquel atolladero, de esa magnífica adversidad, la Europa mediterránea, nieta de Grecia y de Roma, hija del judío Jafudá Cresques y del cristiano Francisco de Asis, salió con un grito. Un alarido de esos que brotan de lo más hondo de la víscera, de esos que duelen porque arden: el Barroco.

Y todo cobró sentido de nuevo. Un sentido imparable.

El Barroco no fue decoración recargada; sería muy ignorante hacer esa lectura simplista. El Barroco era una actitud. Era poner la fuerza del corazón, el sentir, el alma al servicio de una búsqueda infinita de la belleza. En lo estético, sí, pero también en lo ético. El barroco era sensorial y emocional, era formal pero también esencial, siempre de lo pequeño a lo mayor.

El barroco era buscar encarecida y enconadamente lo que d’Ors definió como «la esencia eterna del momento».

Esa búsqueda estuvo en las sombras de Caravaggio, en la sensualidad de Bernini, en la noche oscura del alma Juan de la Cruz. Pero también en el propósito de Ignacio de Loyola, en la justicia de Bartolomé de las Casas, en la mirada de Kepler o entre los fogones de Teresa de Ávila.

Esa búsqueda era preguntarse…

 ¿Qué daría sentido a tu vida?

¿Y qué daría sentido a tu muerte?


Este año, la Comisión Europea ha propuesto la creación de la Nueva Bauhaus Europea, como una de las grandes iniciativas para sacarnos de la crisis actual y que Europa reformule un discurso propio. Su ideario es triple: sostenibilidad, estética y diversidad. Los medios para lograrlo: subvenciones y apoyo público a proyectos que, desde el diseño, cumplan con el ideario y lo demuestren públicamente.

 La Bauhaus fue algo necesario, útil y maravilloso. Ocurrió, sin embargo, en una Europa que no era la nuestra. Jamás habría agarrado aquí.

En esa década, la que va de 1909 a 1919 Adolf Loos —emulando a Lutero— proclamaba la muerte de la belleza en un manifiesto dilapidante, Le Corbusier denunciaba «lo decorativo» y Walter Gropius escribía el manifiesto fundacional de la Staatliches Bauhaus, donde el arte se fusionaría con la industria para democratizar una nueva estética más limpia y pura.

Al mismo tiempo, en Mallorca, Miquel Costa i Llobera escribía los versos más mediterráneos y más necesarios que conozco:

 Mon cor estima un arbre! Més vell que l’olivera

més poderós que el roure, més verd que el taronger,

conserva de ses fulles l’eterna primavera

i lluita amb les ventades que atupen la ribera,

que cruixen lo terrer.*

Ahí está, no busquemos más. La esencia entera del Barroco y de nuestra mediterraneidad en cuatro versos: una pelea interminable por lo bello, por lo bueno, por lo eterno. La dimensión insondable de la que hablaba Battiato.

¿Cómo podemos aceptar, teniendo estos versos entreverados con los genes, que la misión sea una Nueva Bauhaus? ¿Cómo podemos pasear por Cádiz, Barcelona, Florencia o Siracusa y querer ser Dessau o Weimar?

¿Por qué algo tan intrascendente, tan acomplejado? A santo de qué evocar algo magnífico y oportuno, sí, pero efímero y cuyo momento ya pasó?

Podemos aspirar a mucho más y más allá, desde la legitimidad de haberlo hecho cien veces antes. A más corazón en la mente y más eternidad en el momento.


Edificio de la Bauhaus en 1945, tras los bombardeos aliados.

Este artículo fue publicado originariamente en The Objective, en junio de 2021, bajo el título “La intrascendencia de una nueva Bauhaus”.

Diseño Dō

Suele ser después de cenar, cuando Jaume duerme y Jara está con sus cosas. No es todas las noches, sólo de vez en cuando. Lo propone Javi y me cuesta rechazar:

— ¿Vemos un episodio de Cowboy Bebop?

Es una serie de anime de finales de los 90 con una propuesta estética y conceptual muy peculiar: un futuro donde lo más moderno convive con lo tradicional, los hologramas con el jazz y los viajes interestelares con los animales de compañía. Hace unos meses era otra serie la que compartíamos: Neon Genesis Evangelion, algo más convencional dentro del anime de ciencia ficción, pero tremendamente interesante en la forma en que se proyectaban las interfaces del futuro desde 90.

Muchos de los que fuimos niños en los 80 compartíamos fascinación por Japón y esa mezcla de tradición y tecnología tan peculiar: las artes marciales, los relojes digitales con calculadora o, mejor aún, ¡juegos! Robots y walkies, equipos de sonido y cacharros teledirigidos: Alinco, Sony, Yaesu, Casio, Canon, Kyocera, Nintendo, Atari…

Esas marcas ejercían (y siguen ejerciendo) una fascinación en mí, un cosquilleo en las entrañas. En aquellos años yo ya había decidido ser diseñador de interacción, pero aún no lo sabía. 

Tampoco sabía que cuarenta años después me dedicaría a formar a quienes diseñarán las interacciones del presente y el futuro, en las teles, los relojes, los móviles y los coches. En lo sonoro y lo visual, lo táctil y lo cognitivo. Desde la reflexión al ejercicio y de la utilidad al deleite.

En septiembre vuelvo a impartir el Programa de Diseño de Interacción. Ya hemos publicado el dossier del programa y recibimos solicitudes.

Aunque mantiene la esencia de cuando empezó en 2007 (fue el primero en su clase y tema), el programa ha evolucionado mucho. Empezó siendo más técnico y cada vez es más intelectual.  No es así por capricho mío: quienes han dado el paso buscaban ganar solidez, solvencia y elevación intelectual. Más que oficio, profesión y más que mero ejercicio, liderazgo, ejemplo y reflexión.  

De nuevo Japón. Como un , el camino del diseño, une contemplación con entrega, estudio con ejercicio y fuerza con delicadeza. Puede ser repetitivo, meditativo, minimalista y contundente. Exige valores y persigue belleza.

Hay otras formas de entender una profesión (de profesar) pero ni a ti ni a mí nos interesan.

Consumatum est

Me dice Mónica que lo acorte, que un vídeo así no debería durar más de dos minutos. Pienso que tiene razón. Salgo de la consulta del médico y me meto en una cafetería. ¿Quiere una pulguita con el café? No, gracias, el café y ya está. Reviso el texto. No, Mónica no tiene razón, no podemos quitar ni un párrafo de lo que queremos contar. Sería como quitar una dovela de un arco, se desmoronaría todo. 

Me llama José Manuel Navia para decirme que si podemos convertir la sala McLuhan (la insonorizada) en un cuarto oscuro ¡Pues claro! Quiere salir con los alumnos y una cámara estenopéica a la calle, hacer fotos y revelarlas luego en el Instituto. “Javier, cuando ves el proceso completo, entiendes mejor el uso”. Me dice que va a traer muchos trastos, cámaras de cada época “para que se entienda cómo el aparato condiciona la forma de contar”. Navia también tiene razón. Sorbo el café (torrefacto, maldita sea) y pienso que ojalá poder asistir a ese programa. A algunas clases iré, sin duda.

Me llega una alerta al móvil: “los resultados de su analítica ya están dispo…” Mejor los miro luego. Quiero conservar el estado de concentración pero  se hace imposible. “Cariño, si puedes cambiarte de mesa, que van a comer los chicos en esta…”. El asiento de la silla nueva está helado. Pongo el móvil en “no molestar” y abro de nuevo el texto del video. 

No sólo no soy capaz de recortar, necesito contar más cosas. Esta gente está valorando invertir en el Instituto Tramontana, cómo no voy a contarles que estamos costeando gastos de guardería y de viajes a quienes tienen niños o quienes vienen de lejos. Cómo no contar las becas del 100% a personas sin recursos en los programas de iniciación al diseño. Cómo no mencionar que una persona del equipo de Enfoques ganó un Goya, o que a un alumno le han dado el Premio Nacional de Diseño…  Me tengo que centrar en lo que (les) va a importar, la escalabilidad del proyecto, la rentabilidad, la necesidad de producir más cursos con más equipo humano… 

Enfoques es la segunda parte del Instituto. Es un dossier que lleva tres años en un cajón, con un post-it que dice “no abrir hasta estar preparados”. Es la manera en que todo lo que hacemos, todo en lo que creemos y todo lo que nos quita el sueño y nos da la vida se puede sacar de Goya 27 y llegar a mucha gente, con precios asequibles y calidad excepcional. Es un plan de irrigación masivo que sólo podemos acometer con ayuda y complicidad de gente. Si te interesa y estás en posición de invertir, avísame.

Me salta otra alerta en el móvil. Definitivamente no soy capaz de configurar bien los modos de silencio. “Reunión Leica hoy a las 17h”. Me acuerdo de las diapos de Barnack y la Leica M, de las clases en que cuento cómo la cámara de 35mm, convertida en verdaderamente portátil, cambia la manera en que el mundo percibe la guerra. De leer crónicas a ver instantáneas, de que te la cuenten a que te la enseñen. Seguro que Navia habla de ello en su programa.

En el televisor, imágenes de tanques ardiendo, de drones grabando combates y de la matanza de Bucha. Nuestra guerra civil fue la primera guerra de las instantáneas. La del Golfo lo fue de las cámaras en misiles y esta está siendo la de los móviles. El medio es el mensaje y McLuhan enmarcado en el Instituto.

Se alternan nazarenos de Semana Santa con inocentes muertos en cunetas de Ucrania.

Consumatum est.

Tormenta inminente

Acaban de producirse dos erupciones solares importantes, casi simultáneas. Se espera que las subsiguientes tormentas solares alcancen la tierra esta noche. La doctora Tamitha Skov lo ha descrito de una forma muy evocadora:

Una ráfaga de ametralladora solar que terminará en dos puñetazos de nivel 1,2 a la Tierra.

Al escuchárselo a la Dra. Skov, lo primero que he pensado es que menudo dominio de la retórica y el verbo. Lo que un científico cualquiera te cuenta con datos aburridos, ella lo vuelve evocador y fácilmente imaginable. Ahí está la grandeza divulgadora de esta profesional: consigue contar la radiación electromagnética, que es invisible e imperceptible por nuestro cuerpo, como ráfagas que terminan en dos puñetazos ¡Pum, pum!, algo que sí vemos y podemos sentir. 

Aquí la doctora Skov dando el parte meteorológico espacial.

Da lo mismo que tengamos que describir los efectos de la próxima erupción solar, redactar una carta al rey de Marruecos o explicar el valor de una propuesta; a menudo —y más en unas profesiones que otras— trabajamos con conceptos, ideas y números cuyo valor nos cuesta trasladar porque son intangibles: ni se ven ni se sienten. Por eso, precisamente, creamos el Programa de Diseño Verbal de Iván Leal que empieza pronto. Saber contar, elegir y combinar las palabras, explicar, emocionar, legitimar…

La retórica de Aristóteles ¿recuerdas? No sólo es necesario para nuestras profesiones, sino que es diferenciador. Para mi lo ha sido y cada vez lo tengo más claro: la herramienta más poderosa de alguien que quiere que pasen cosas es el bloc de notas. No sólo para modelar el discurso hacia otros, sino para modelar el pensamiento hacia uno mismo.

Pero volvamos a la tormenta solar y a los puñetazos de radiación. Según la NASA, llegarán entre las once de la noche y las 4-5 de la madrugada.

¡Pum, pum!

Los efectos previstos son variados y siempre entretenidos: alta probabilidad de auroras boreales en las latitudes norte y sur y algo menor, pero también notable, en las medias. Si vives en una zona con buena vista del horizonte, quizás te compense levantarte mañana antes de que amanezca. 

La tormenta afectará especialmente a los satélites, por lo que se esperan interrupciones de las señales de GPS en ciertos momentos del día. Además, las comunicaciones de radio se alterarán mucho. Las frecuencias más altas (UHF y VHF) pueden sufrir apagones temporales y en onda corta, que es donde está la diversión, la propagación tendrá patrones inesperados. En otras palabras, las ondas de radio andarán como borrachas:unas de subidón, otras de bajón y otras haciendo cosas raras. ¿No es maravilloso?

A estas alturas ya lo habrás pensado: no cabe ninguna duda de que si una tormenta solar afecta a las radiocomunicaciones, es más que seguro que también lo haga a las personas ¿verdad? Yo también lo creo.

“Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Y habrá terror y grandes señales del cielo”
Lucas 21:11

Me debato entre irme al refugio, encender el fuego y la emisora o quedarme en la ciudad expectante.

¡Pum, pum!

Sin mea culpa

Me escribe Óscar Mangas al hilo de mi post Mayoría y cercanía, hablando de cómo el diseño digital ha sido (hemos sido) cómplice necesario en el desplazamiento de la gente mayor en los temas financieros. Siento que tiene tanta razón que hago mías sus palabras:

Me ha sorprendido la falta de mea culpa del mundillo con el tema del trato de la banca a nuestros mayores. Todos hemos participado (y aplaudido) ese proceso. Nos parecía genial reducir una interacción tradicionalmente humana a un único tap en el móvil. ¿Que alguien no entiende el cajero automático? Se hace la fuente más grande y listo. Hemos confundido churras con merinas. Y nos hemos quedado tan panchos mientras Negocio nos comía la tarta. Ahí la llevamos.

Mayoría y cercanía

Parece que por fin, el problema del envejecimiento de nuestra población empieza a tomarse en serio en el ámbito del diseño. Tenemos casi un tercio de la población en edad de jubilación y muchas de esas personas viviendo en soledad. 

Escribo esto un poco cabreado, siendo honestos, así que mejor doy un poco de contexto sensato antes. Veamos:

Todos los problemas del mundo importan, pero unos importan más que otros, obviamente. A la hora de priorizar hay dos criterios imprescindibles que dudo que alguien pueda discutirme: mayoría y cercanía. En otras palabras, nos importan más los problemas que afectan a muchas personas y/o aquellos que nos tocan de cerca geográfica o culturalmente.

Esto explica por qué me afecta más algo que le pasa a mi familia que algo que le pasa a la tuya (entiéndelo), o por qué priorizamos un desastre que afecta a miles de personas frente a otro que afecta a docenas. No estoy diciendo que unos sean más dolorosos que otros o que tu problema no importe, ojo. Hablo de cómo tendemos a priorizar.

Por esa misma lógica, es natural que nos afecte más la crisis de refugiados de Ucrania que una en Sudán, pese a que ambas son dramáticas. Ucrania está en una esfera cultural más próxima a la nuestra. No hay que darle más vueltas y quien quiera hacernos sentir culpables por pensar así puede irse a pastar.

Decía que la gente mayor empieza a estar, por fin, en la agenda de ciertos ámbitos del diseño más “activistas”. Menos mal. Hasta hace nada, algunos y algunas se rasgaban las vestiduras cuando un formulario en una web no ofrecía 'género neutro' y obligaba a elegir entre hombre o mujer. Sin embargo, les importaba tres pimientos que la app del banco fuese como un muro infranqueable para sus abuelos, con todos esos procedimientos y mecanismos que nada tienen que ver con el vocabulario o las maneras de la banca de toda la vida.

La disforia de género afecta al 0,01% de la población mientras que las consecuencias del envejecimiento afectan al 100%, siendo ahora un 25% de la población mayor de 65 años. No necesita mucha explicación. Prioridades. Por número de personas pero también por cercanía cultural y física: tus abuelos, la señora del portal de al lado, puede que tus padres, tus tíos… y tú, tarde o temprano.

Ya veo venir al que me dirá que es un falso dilema, pero un vistazo a la agenda moralizadora de cierto ámbito del design tuitero invalidará su comentario. De hecho, tiendo a no soportar a quienes están todo el día culpabilizándonos por problemas que nos son lejanos. A menudo esas personas calman así su conciencia incapaz de ejercer caridad o compasión por los cercanos. 

Máximo Gavete publicó el otro día una reflexión que me llegó muy fuerte y aún resuena en mi cabeza. Se titulaba "Diseñar el entre". Él hablaba de que tradicionalmente el diseño tiende a fijarse más en el objeto que en las relaciones que se trazan entre personas. Estas son sus palabras literales:

Quizá tengamos que entender el diseño en clave de relación y no de entes y objetos. Quizá no es resolver problemas, quizá es constituir relaciones afectivas lo que debe ocuparnos.

No pude aguantarme y le escribí, desde el móvil, con gazapos y dedazos, para decirle que la reflexión me recordaba a ese espíritu barroco que habla del sentir y de los conjuntos que se definen desde las relaciones, que no sitúa un objeto en el centro sino que le importa el todo. 

El día que fundamos el Instituto Tramontana di una charla en la que, al final, hablaba de cómo los asistentes de voz en altavoces se estaban usando para conectarte a tiendas online y a internet mediante el habla, mientras que podrían servir para generar espacios acústicos compartidos. He puesto este ejemplo infinidad de veces, perdona si me lo has escuchado ya antes: el Amazon Echo es una maravilla, pero sería aún mejor si sirviese para que mi madre, que vive lejos, pudiera sentirse acústicamente en el cuarto donde Javi y Jaume juegan por la tarde. Más que diseñar un dispositivo para conectarte a ‘Matrix’ mediante la voz, una manera de nutrir los vínculos familiares.

¿Por qué no lleva mi smartTV una webcam y un software de videoconferencia instalados por defecto? ¿Por qué no puede mi madre usar Alexa para operar con su dinero del banco? ¿Por qué no me avisa ningún puñetero dispositivo cuando un amigo mío lleva tres días sin salir de casa?

Toma cualquier tecnología que tengas cerca y piensa si era o no muy complicado ponerla al servicio de esas relaciones de las que habla Máximo, o de las necesidades de los muchos o los problemas de los cercanos.

No me interesa el diseño que quiere rehacer la sociedad, el que sólo se preocupa por lo nuevo, el que desprecia (porque no la entiende) la tradición, a cultura o la familia, el que vive culturalmente en California o Copenhague y después, en toda su superioridad moral, pretende imponer aquí esas tendencias y agendas, ignorando o despreciando nuestros problemas.

Leo hoy que Ikea y el Madrid Design Festival han abierto una instalación llamada NextGen Seniors. En sus palabras, se trata de:

Una experiencia de Data Art que invita a los ciudadanos a conversar sobre sus preocupaciones del futuro senior y en la que encontrar el color con el que ven el futuro a través de la tecnología.

Aparentemente, esta es una herramienta para entender y abordar mejor los problemas de nuestros mayores.

A tenor de lo que leo y veo, parece una manera de afrontar el problema bastante performativa, por decirlo con buenas palabras. Intuyo que esa instalación es más para la nota de prensa que para la gente mayor, que ni siquiera entienda el concepto data art o NextGen Seniors. Mi yo optimista dice que algo es algo. El pesimista dice que encima se lo toman con frivolidad.

Por suerte, el lunes Danny Saltaren mencionaba diseño y personas mayores mientras recogía su premio nacional de diseño de manos de los Reyes. Pudo hablar de muchas otras cosas, de los proyectos de éxito de su estudio, del estado del sector… Pero decidió hablar de responsabilidades y de lo que importa ahora.

Siento que cada vez somos más los que estamos en esos frentes, lo veo en boletines, en gestos, en actos y en palabras en alto de quienes suelen hablar poco.

Menos mal.