Eventos honestos, ponentes contentos

En 2014 la organización de UXFighters - Experience Fighters me ofreció dar una charla en su evento. Iba a ser un evento de pago, tanto la asistencia como el streaming se pagaban. Pero los ponentes no iban a cobrar nada. Ni-un-duro. 

Expliqué que no podía aceptar partcipar en un evento con ánimo de lucro que no pagaba el esfuerzo de quienes aportaban el contenido, que eso era precisamente una de las lacras de nuestra profesión (las propuestas no pagadas, el trabajo especulativo, etc.) y que un evento que quería abanderar la profesión no podía caer precisamente en eso. Me explicaron que es que perdían dinero si pagaban a los ponentes. Contesté que si pagaban el local y el cátering y el servicio de video, por qué dejaban a los ponentes sin cobrar. Me contestaron que muchos ganan en prestigio. Contesté que si ellos vienen a mi y no yo a ellos, será que parte del prestigio también lo obtienen de los ponentes. Les propuse una solución sencilla:

Pagadme algo simbólico: os cobro a 80€/hora y van a ser 45 minutos de charla. Dadme la parte proporcional. Dadsela a todos los ponentes: 60€ por charla. No quiero cobrar el tiempo de preparación ni las molestias ni lucrarme siquiera. Tampoco os causo gastos de desplazamiento o alojamiento. Sólo quiero un precio simbólico, que tengáis el gesto.

Rechazaron.
Su respuesta fue “si te lo damos a ti tenemos que dárselo a todos. Yo rechacé su invitación.

El año siguiente me propusieron pagarme. Ciento y algo euros, o dos entradas. Una cantidad ridícula si piensa uno lo que se tarda en preparar una charla así (entre dos y tres días). Pero acepté porque había un pago y porque prometieron liberar todos los videos de las charlas para los que no podían asistir (ese año no iba a haber streaming). No cobré dinero porque una entrada se la di a mi pareja y la otra a un alumno. Pero tampoco he visto publicado el video de mi charla. Y hace ya medio año y tres tweets pidiéndoselo. Qué poco serio ha resultado el UXFighters. Espero no tener nada más que ver con ellos. 

Me gusta divulgar lo que sé y me gusta aprender de otros que lo hacen. Disfruto con el intercambio de ideas de los eventos y cuando esos eventos me dan la oportunidad de conocer en persona a gente que respeto o de dar con gente nueva que me sorprende. Voy encantado a muchos eventos y el 99% de las veces salgo sonriendo y muy bien tratado. En algunos cobro y en otros no. Baso mi decisión en estos principios:


1. No hago esto por dinero sino por placer intelectual
Mi motivador principal es compartir conocimiento. Se gana más dinero diseñando, creedme. Pero enseñar y compartir a menudo es más enriquecedor.


2. Me parece perfecto lucrarse con la formación
Creo en el ánimo de lucro, me parece bien que alguien gane dinero organizando un evento. Es un trabajo y tiene un precio. 


3. Si tú te lucras me tienes que pagar
Si hay ánimo de lucro en un evento en el que soy ponente, si se cobra la asistencia, espero que se pague mi aportación. Igual que se paga la de los técnicos de sonido, el local, los materiales, etc. Es una cuestión de respeto al conocimiento. Los ponentes son tu producto, elígelo bien, exígeles y corresponde a su esfuerzo.


4. Si no te lucras, yo tampoco quiero ganar
Si un evento no cobra y difunde me conformo con que cubran mis gastos, con no tener que poner dinero de viaje o alojamiento. El conocimiento y la preparación la doy con gusto y por respeto a la gente que hace un esfuerzo por estar allí. Y porque me lo paso bien.


5. Si cobras un precio simbólico, págame un precio simbólico
Si un evento cobra un precio simbólico me conformo con un pago simbólico (un regalo, una buena comida, etc.), siempre que se divulguen las charlas. A veces los organizadores trabajan por amor al diseño. Yo correspondo. Me conformo con que cubran gastos.


6. Los detalles importan
Gente que te regala un chorizo ibérico (ha pasado!), paga un pasaje para tu pareja o te lleva a cenar a un sitio especial. Organizadores que fomentan que los ponentes se conozcan entre si, que hacen esfuerzos por recogerte del aeropuerto con sus coches personales. Esas cosas denotan pasión por lo que hacemos y merecen respeto y apoyo.

Acabo de llegar de dar un taller y una charla en FEED2015, organizado por la Asociación de Diseñadores Gallegos (DAG). Me han pagado un precio más que justo, han cubierto mis gastos y me han dado de comer generosamente (son gallegos, qué esperabas). También he conocido a gente interesantísima que quiero volver a ver en el futuro. La DAG me han recordado lo que es hacer algo por amor a un a profesión, con ganas y cariño. El tipo de eventos al que uno no puede decir que no.

Dios lo ve


La sensación de complicidad que tienes cuando alguien cuenta bien algo que piensas pero no sabes verbalizar es maravillosa. Me pasó cuando, de una sentada, me leí “Dios lo ve” de Óscar Tusquets. No puedo estarle más agradecido a Alberto Zamarrón por habérmelo recomendado.

Con unas cuantas historias, propias y ajenas, Tusquets nos habla de eso: del trabajo creador que quiere estar mejor hecho de lo necesario, de la búsqueda de la perfección aunque nunca nadie vaya a percibirla entera, de la belleza que no va a ser contemplada. De Lutyens exigiendo a su aprendiz que coloque perfectamente simétricas las ventanas de un edificio en la cara que nadie iba a ver porque, aunque no pudieran ser contempladas, Dios sí lo ve.

En alguna charla he hablado de cómo los escolásticos animaban a diseñar —proyectar, pintar, crear— a imagen y semejanza de Dios. De cómo buscar la perfección formal y funcional era honrarle y reconocerle y de cómo el camino para hacer buenos productos está más en diseñar "mirando a los dioses" que diseñar mirando a los hombres.

Leí a Tusquets sonriendo desde el principio hasta el final precisamente porque él contó —sólo faltaba— eso mismo mucho mejor de lo que yo podría soñar con contarlo.

“Dios lo ve” no es un libro para cínicos ni pragmáticos. Lo es para quien se toma muy en serio su oficio y busca darle propósito y sentido.

Globos terráqueos

Muchas tardes de mis inviernos de infancia las pasaba encerrado en mi cuarto, casi a oscuras, con la habitación iluminada tenuemente por la luz de un globo terráqueo de plástico que me regaló alguien por mi primera comunión. Aquella atmósfera era especial, con la esfera llena de información que brillaba como si fuera un tesoro, una especie de arca perdida. 

Paluzíe fabricó algunas de las esferas más bellas que se vieron en España. Esta, decó, de opalina, está ya en manos de quien sabrá disfrutarla.

Paluzíe fabricó algunas de las esferas más bellas que se vieron en España. Esta, decó, de opalina, está ya en manos de quien sabrá disfrutarla.

Hay algo muy especial en los globos terráqueos. No me refiero a lo bella que puede ser su luz, tamizada por fronteras y orografías. Es el hecho de que sea información bidimensional tangibilizada: una representación a escala de nuestro planeta que podemos tocar, girar, mirar de abajo a arriba y de lado. Podemos acercar la cabeza y ver sus detalles microscópicos como si fuéramos gigantes del tamaño de Venus.

Parece una tontería pero no lo es, ojo. Los globos están ahí desde muchísimo antes de que el hombre saliera de la tierra y la viera desde fuera. De hecho, el primer globo terrestre, o al menos el primero del que se tiene constancia, es de 1492. Se trata de un invento de Martin Behaim, que se hizo unos cuantos viajes para estar seguro de que iba bien encaminado. Su Erdapfel, sin embargo, quedó obsoleto pronto porque aunque fuese alta tecnología de inteligencia (al servicio de su Majestad el Rey de Portugal) ¡aún no mostraba el continente americano!

El Erdapfel (la tierra-manzana), que si te gusta, oye, pues te compras un facsímil.

El Erdapfel (la tierra-manzana), que si te gusta, oye, pues te compras un facsímil.

Cuando vives entre los árboles es muy difícil que llegues a ver el bosque. Los globos terráqueos te dan eso, la vista de bosque, el todo. Lo hacen mejor que los mapas porque tienen esa dimensionalidad, ese poder verlo todo de un vistazo. 

Visto desde la teoría de Aicher (yo siempre barriendo para casa) el globo es quizás el más puro de los ejemplos de información sintética: te da primero la vista de conjunto, donde todas las partes entran en relación. Luego, el ojo y la mente deciden hacer zoom y buscar el detalle. La información detallada es, así, mucho más valiosa, pues ya está puesta en contexto.

Para quienes no estén familiarizados con las diferencias entre información analítica y sintética, un ejemplo rápido, también con mapas: Cuando el navegador del coche te muestra el trayecto (imagen de la izquierda), te da información sintética, el todo. Cuando te muestra pasos del itinerario (a la derecha), te la da analítica, encadenada y secuencial. Podría sólo darte instrucciones secuenciales y llegarías al destino, pero nunca habrías entendido del todo qué ruta habrías hecho.

Tomtom, antes de empezar te da la sintética, durante el recorrido la analítica.

Tomtom, antes de empezar te da la sintética, durante el recorrido la analítica.

Dirá alguien que un mapa es tan sintético como un globo terrestre. Sí, bueno, depende. O Google Earth, con su capacidad de zoom casi infinito. No digo que no, pero no son tan poderosos en síntesis. Una representación en 3D completamente manipulable es imbatible para según qué cosas, para contar lo relativo. Con todo su poder y granularidad, Google Earth o Maps no dejan de ser un mapa bidimensional, por muchos niveles de zoom que tengan. y, mientras la resolución de pantalla sea limitada, nos tendrá que filtrar información en cada vista y perderemos visión sintética. Siempre veremos una ventana. Y esa ventana siempre dejará fuera algo, habrá que elegir entre detalle o contexto:

Cosificar la información, materializarla, convertirla en átomos ordenados de la misma forma pero en otra escala, es un instrumento muy potente. Pensemos, por ejemplo, si esos mapas para turistas que hay en el centro de las ciudades fueran, en lugar de un papel bidimensional colocado en vertical, una maqueta en 3D puesta en horizontal, como probaron en Chicago. Ocuparían más espacio, pero se mapearía mucho mejor el territorio y el visitante se construiría un modelo mental de la ciudad mucho más rápidamente.

Ha habido muchos intentos de representación espacial en digital. Los que más interesantes me resultan son, quizás, los macroscopios como el de la ya difunta Berg: un plano bi-tridimensional que muestra el interior y el exterior de Manhattan simultáneamente:

Gracias a la maravillosa caché de Google, aquí se puede leer algo más.

Gracias a la maravillosa caché de Google, aquí se puede leer algo más.

Me pregunto si llegaremos a ver globos terráqueos digitales en los que elegir qué ver y quizás, si son holográficos, agrandar para ver más detalle sin perder el conjunto.

Si llega ese día, será bonito poder ponerles el “skin” Paluzie o Dalmau, haciendo homenaje a los clásicos de la didáctica geográfica en español. Si llega ese día, decía, y me lo puedo pagar, tendré uno en el dormitorio para que alumbre las tardes oscuras de invierno.

 

 

NOTA PARA GEOFREAKS: Si de verdad de verdad te interesa el tema de los globos terráqueos, te recomiendo que vayas a la fuente de fuentes: Terrestrial and Celestial Globes, their history and construction including a consideration of their value as aids in the study of geography and astronomy (1921) de Edward Luther Stevenson para la Hispanic Society of America, disponible entero gracias al Proyecto Gutenberg.

Más que mil imágenes

Además de cumplir bien su función, los objetos memorables, los que dejan huella, suelen apelar a todos los sentidos. Su tacto es especial, quizás su textura o su sedosidad. Son visualmente armónicos, a menudo simétricos y bien compuestos. Sus sonidos están cuidados y no molesta escucharlos: el shclap de un mechero Zippo o el flop de la puerta de un Mercedes cuando nos encerramos dentro. 

Si algo envidio de los diseñadores de productos tangibles es que pueden trabajar con todos los sentidos, mientras que nosotros, los diseñadores de interacción, nos tenemos que limitar a la vista, el oído y cierta evocación del tacto. Los dos más interesantes, olfato y gusto, se quedan en el estante de arriba, al que no alcanzamos ni de puntillas. Qué frustrante.

Hace tres semanas tuve la suerte de comer en L’Escaleta, al lado de la cocina, con el Chef Kiko Moya enseñándonos, explicándonos y dándonos a probar esto y lo otro. Nos hablaba del poder evocador de los sabores y con platos como su Espíritu de un Brioche nos catapultaba a la infancia a los cuatro comensales. 

Espíritu de un Brioche, la verdadera máquina del tiempo (fotografía de J. Terrés)

Espíritu de un Brioche, la verdadera máquina del tiempo (fotografía de J. Terrés)

Días después me pasó algo parecido, pero esta vez con los olores. Maddalen Marzol nos tuvo viajando por el mundo (no sólo por el tiempo) durante una hora y sin salir de la perfumería. Sastrerías de Saville Row, callejones de jazmines en el Albaicín,  los templos de Kyoto o la sombra de una higuera. Maia sabe infinito sobre lo que le gusta y a lo que se dedica: perfumes, perfumistas y esa potencia salvaje que tienen los aromas de evocarnos recuerdos.

La teletransportación es posible y se guarda en frascos pequeños.

La teletransportación es posible y se guarda en frascos pequeños.

Dice Daniel J. Levitin en The Organized Mind que nuestra ventaja evolutiva frente a otras especies no está en nuestra "memoria bruta" sino en nuestra capacidad de recuperar recuerdos y conectarlos. Levitin señala que hoy estamos expuestos a miles de veces más información que hace cien o mil años y sin embargo nuestro cerebro es esencialmente el mismo. Por eso, para ser capaces de adaptarnos a estas realidades, no es más retentiva lo que necesitamos sino mejores mecanismos de recuperación.

Las nuevas interfaces de búsqueda aún están por diseñar. Quién sabe, ojalá podamos buscar por olores o sabores para encontrar  y recuperar cosas como “películas que huelan a lluvia” o “infancia en casa de mis abuelos”. Cuando ese día llegue, los diseñadores tendremos que aprender de Kikos Moyas y Maddalens Marzols para poder hacer mejor nuestro trabajo. Porque está claro que si una imagen vale más que mil palabras, un sabor y un olor valen más que mil imágenes.

Por qué no hago propuestas gráficas en concursos

Hoy me han ofrecido participar en una propuesta para un cliente importante junto con otra empresa. Me proponían presentar tres pantallas diseñadas en un plazo de 3 días. Es algo relativamente habitual en el sector. En el mundo anglo hasta tiene un nombre: free pitchingspec work (de trabajo especulativo), y no hay mes que no me hagan un ofrecimiento parecido. He declinado, como siempre, tratando de explicar mis razones.

Estos son los motivos por los que no participo en concursos con propuestas:

1

Prefiero no trabajar para alguien que juzga un producto interactivo por su aspecto visual. No sólo es algo equivocado, incompleto, sino que habla mal del cliente. ¿Querría casarme con alguien que no ha hablado conmigo y sólo me ha visto en una foto? Decididamente no. ¿Por qué iba a querer comprometer mi trabajo de meses con alguien que me juzga por lo meramente visual de dos pantallas compuestas en tres días?

2

Porque lo visual es la forma y la forma es consecuencia de la función. Empezar por la forma, entregar la forma, habla mal de mi trabajo. Esas tres pantallas son el final del trabajo, no el principio. 

3

Porque si quiero demostrar capacidad gráfica, tengo un portfolio amplio que pueden consultar en cualquier momento.

4

Porque quiero cobrar por mi trabajo. Si tengo que pensar varios días para entender bien la necesidad de un cliente y cómo articularla en una app, espero que él reconozca mi trabajo y por lo tanto lo pague. 

5

Porque cuando trabajo para un cliente lo hago en una relación de persona a persona, donde cada parte es plenamente dueña de sus decisiones, donde se me evalúa por mi capacidad, mi responsabilidad y la afinidad que tengamos en el modo de entender el trabajo. No trabajo para corporaciones sin cara ni en formatos en los que el que vende se pone por debajo del que compra. 


Los mejores clientes que he tenido, que tengo, se han tomado mucho tiempo en conocerme y en que les conociera. Han estudiado mi trabajo porque ellos se jugaban el suyo contratándome. Han valorado si soy serio, responsable o trabajador, si soy inteligente, más racional o más emocional. Han preguntado por mí a otras personas.

Una relación de trabajo en diseño (igual que en muchos otros ámbitos) no tiene sentido si no se articula de igual a igual, desde el respeto más profundo entre ambas partes: tú me entregas tu necesidad con la confianza de que le daré solución de la mejor forma posible, yo te entrego mi diseño con la confianza de que respetarás tanto el esfuerzo como la integridad de la formulación de la mejor manera posible.

La selección por la vista es superficial, dura poco, está vacía. Es para apps de ligoteo y relaciones esporádicas. No son esos los caminos que le vienen mejor a nuestra profesión y no veo por qué deberíamos aceptarlos.

Por qué no enseño a distancia

Muchas veces me han preguntado por qué no doy clase a distancia,  por qué dejé de enseñar en el IE Business School o en la UPF, por qué rechacé ofertas para participar en másters online.

Hoy me he topado con una entrevista a Steve Jobs en la que hablaba de su visión de la educación. Para Jobs, el elemento más importante del aprendizaje era un guía que estimulase al que aprende:

“Another person that incites your curiosity, that guides your curiosity, that feeds your curiosity, and machines cannot do that in the same way as people can.”

Ni las máquinas pueden ni las personas podemos a distancia con el mismo efecto que en persona. Cuando enseño, quiero poder interactuar con mis alumnos en tiempo real, quiero que podamos explorar situaciones, objetos, conceptos. Que podamos entrar en una formulación para una app y desde ella saltar a una idea tomada de una lámpara del estudio, que todos la veamos y discutamos sobre si es o no buena. Que la dibujemos y la modifiquemos sobre la marcha, que veamos el efecto de ir en una dirección u otra.

Hacer algo así en tiempo real y a distancia todavía no es posible. 

Cuando Google presentó Classrom for Education acudí con ilusión y ganas de probarlo. Me decepcionó al instante. No es muy diferente de todas las herramientas de eLearning que he usado hasta ahora: documentos. El profesor manda documentos a los alumnos, los alumnos demuestran que lo han procesado mandando documentos al profesor.  

Las herramientas actuales no dan sincronía, no facilitan el diálogo, el de verdad. El de ver una cara de duda en un alumno, o de escepticismo, y saber que tienes que dar otro ejemplo para que el concepto que estás contando se entienda mejor. Ni siquiera la videoconferencia vale para eso, porque está limitada a una ventana y yo necesito 360 grados con los alumnos. ¿Cómo sino iba a poder pintar algo en la pizarra mientras hablo de espaldas a ellos, cómo iba a poder pasarles un objeto para que lo tocasen o cómo iba a sacar uno una app y hacernos una demo improvisada? 
 

Una clase en el Programa Vostok IV, sobre diseño para niños, con Karina Ibarra.

Una clase en el Programa Vostok IV, sobre diseño para niños, con Karina Ibarra.

La educación a distancia en diseño está muy limitada. Ofrecerla, especialmente a los precios que se ofrece hoy, sólo tiene sentido si el objetivo es el negocio sin más. Y si el objetivo del alumno es obtener una acreditación, sin más. En ese intercambio no hay guía ni curiosidad ni aprendizaje.

Por eso no me interesa.

 

PS: Bobby George ha publicado un artículo magnífico sobre el papel de la tecnología en la enseñanza, usando la entrevista a Jobs como hilo conductor. Se titula Playing with Gravity. Si te interesan estos temas no puedes dejarlo pasar.

Reinterpretar el territorio

Me fascinan las formas nuevas de interpretar el territorio desde dimensiones diferentes, de mirar la realidad con ojos diferentes para ver lo que otros no. Quienes lo saben hacer a menudo obtienen una ventaja tremenda sobre el adversario.

Hoy mismo, David de Ugarte firma un interesantísimo artículo titulado Cómo el EIIL está cambiando tu forma de ver el mundo. En él explica que una de las tácticas de expansión jihadista está en centrarse no en la conquista geográfica o en los kilómetros cuadrados, sino en los caminos y los nodos. No en la carne, sino en el sistema nervioso del territorio. El resultado es una expansión más rápida y efectiva, aunque sea en menos superficie total. Justo lo opuesto a la idea de conquista tradicional más centrada en ocupar hectareas y recursos.


Esto me ha recordado dos ejemplos más de reinterpretación del territorio: uno de ellos lo dio, sin no recuerdo mal, Molly Wright Steenson en el Reboot de 2009. Iba sobre la reinterpretación de la arquitectura de los territorios de Gaza por parte del ejército israelí. Valoración moral aparte, la idea me dejó turulato durante varios días.

Al parecer, uno de los problemas más serios de los comandos israelíes que actuaban en Gaza era que no dominaban los entramados de corredores, pasillos, ventanas y puertas de las casas del lugar. Su modelo arquitectónico les era ajeno y difícilmente anticipable. En un terreno que no dominaban acababan siendo presa fácil de emboscadas. Para recuperar el dominio de la situación tenían dos alternativas: o cambiar de terreno o cambiar la interpretación que hacían de él.

Hicieron lo segundo: replantearon la arquitectura. Ignoraron la idea de arriba o abajo, de puerta o ventana. Las casas pasaban a se volúmenes con tantos puntos de entrada como caras. Los techos podían ser puertas, las paredes ventanas. Atravesaban el territorio sin pisar la calle y se mantenían a salvo de francotiradores o ataques inesperados desde las azoteas. Si cambias la física y los ejes de las dimensiones, dejas a tu oponente fuera de lugar. Con instrumentos nuevos que permitiesen abrir agujeros rápidamente, le dieron la vuelta a la tortilla. Lo llamaron "Geometría Inversa" (gracias a Ramón, en los comentarios, por darme más referencias sobre este tema).

Foto hecha por Kent Klich en Gaza, ganadora del premio de World Press Photo 2010.

Foto hecha por Kent Klich en Gaza, ganadora del premio de World Press Photo 2010.


El tercer ejemplo lo dio CartoDB cuando construyó un mapa en el que se visualizaban los tweets a favor y en contra de la independencia de Escocia en su referendum. El mapa no muestra los votos sino los focos de opinión, los nodos desde los que se distribuyen las ideas.

Puede que no sea el ejemplo más loco, hay muchos más en su galería, pero es un ejemplo maravilloso de muchas otras formas de entender el espacio.

Onda Corta

Casi cualquier aparato antiguo de radio puede escuchar onda corta, pero no todos lo hacen igual de bien. Un buen receptor destaca en sensibilidad (ser capaz de recibir las señales más débiles), en filtrar el ruido y en calidad de sonido. O calidez.

Famlia SONY. De izquierda a derecha: ICF SW55, ICF 5900W, ICF SW1, ICF 6700W. Son badass, ¿eh?

De todo el dial, la frecuencia que más interesante me parece es la onda corta (SW). Las emisiones de onda corta no son las del barrio o la comunidad, casi siempre previsibles y sin sorpresas. Son las señales que llegan, más fuertes por la noche, desde la otra punta del planeta gracias a que esas frecuencias rebotan en la ionosfera. La magia de la onda corta está en su nocturnidad (por la noche todos imaginamos más fuerte) y en su lejanía. Escuchar emisiones de Canadá, Zambia o Japón, tranquilo, sentado en mi sillón mientras me tomo un Auchentoshan me hace feliz. Hace poco escribí algo acerca de cómo son esas sensaciones, en Medium y en inglés (sin traducir, de momento): Travel in Time and Space 

No soy un gran experto en la materia, pero me atrevo a decir que en receptores comerciales no profesionales ni militares siempre han destacado Grundig y Sony. Especialmente en los 70-80. Sony, en concreto, es muy notoria por los acabados, no sólo por lo excepcional de su tecnología.

Esta es la familia de SONYs que  tengo el gusto de atesorar y que ilustran la foto del artículo, de menor a mayor:

 

Sony ICF SW1

La niña pequeña. Muy portable, una sensibilidad asombrosa para su tamaño.


Un 4 sobre 5 en eHam.
Más info.


Sony ICF SW55

Muy capaz. Quizás de las más avanzadas en tecnología e interfaz. Además con un diseño poco usual para estos dispositivos. Un buen entretenimiento para llevarse a un lugar alejado. La calidad de los acabados es asombrosa.

Un 4,1 sobre 5 en eHam.
Más info.

 

Sony ICF 5900W

Un diseño un poco más evocador de lo necesario y unos acabados no tan buenos como las demás, pero una recepción sobresaliente. Esta radio lleva poco en mi colección y aún me estoy formando una opinión.

Un 5 sobre 5 en eHam.
Más info.

 

Sony ICF 6700W

Una de las reinas del salón. Suena casi tan bien como la Braun TS3, pero le gana a todas las demás en sensibilidad y en experiencia de uso. Es un receptor grande, ocupa espacio, pero no hay nada comparable. Esta treintañera japonesa le da cien vueltas a las chonis de fabricación china, que serán más baratas y ligeras, pero que en su vida soñarán con dar tanta calidad y calidez.

Un 5 sobre 5 en eHam.
Más info.

Aquí mi 6700W sintonizando NHK Radio Japón.

 

Ninguna de ellas sigue vendiéndose, pero están a la altura de todas las actuales. Un receptor decente cuesta poco y da muchas satisfacciones. Además tiene algo que los smartphones envidian: no envejece. Si el receptor es bueno, servirá dentro de 10 o 20 años igual que sirven los de hace 40. A veces me pregunto si llegaremos a algo así con las tecnologías digitales.

 

RECURSOS:

Una buena guía para comprar tu primer receptor.
Una buena guía para entender el espectro de radio.
Una buena app para reconocer lo que escuchas en cada frecuencia. 

Sonido, interfaces y McLuhan

Hace diez años escribí defendiendo el uso de sonido en las interfaces de usuario. Mi argumento era que el sonido es una de las formas más efectivas para dar feedback que tiene un sistema porque no necesita de la atención del usuario y porque con el sonido se pueden decir muchas cosas. 

Mis ideas recibieron docenas de críticas, entre ellas una de Enrique Dans  que recuerdo con simpatía por la viñeta que ilustraba su post. Casi todas hacían referencia a lo intrusivo y poco discreto que era el sonido. Tenían razón en ese argumento pero el tiempo ha demostrado que los pros son superiores a los contras. El sonido se ha impuesto. Lo hemos aceptado de manera natural.

Hoy reordenaba libros en el estudio y me ha dado por hojear algunos de McLuhan que leí en la carrera y en mis primeros años de trabajo:

Lean a McLuhan y déjense de tanto Medium

Lean a McLuhan y déjense de tanto Medium

Cito de uno de ellos:

El oído no favorece ningún ‘punto de vista’ en especial. Estamos rodeados por sonido. Forma una red contínua alrededor nuestro. Decimos “que la música llene el aire”, pero nunca decimos “Que la música llene un segmento particular del aire”.

Oímos sonidos de todos lados sin tener nunca que centrar nuestra atención en ellos. Los sonidos vienen de “encima”, de “debajo”, de “en frente” de nosotros, de “detrás” de nosotros, de nuestrs “derecha” de nuestra “izquierda”. No podemos apagar el sonido de forma automática. Simplemente no estamos equipados con pestañas. Mientras que el espacio visual es un continuo ordenado de cosas relacionadas uniformes, el mundo del oído es un mundo de relaciones simultáneas.

 

Todos, sin mirar la pantalla de nuestro smartphone sabemos cuando nos ha llegado un mensaje de whatsapp, cuándo es una llamada o cuándo es una mención de twitter.  El ordenador nos avisa de cuando nos quedamos sin batería o si es la hora de una reunión que teníamos programada. Lo mismo hace nuestro coche: pita cuándo ha entrado en reserva o si nos acercamos mucho al coche de detrás al aparcar, todo mediante sonidos. 

Lo cierto es que si pudiéramos elegir, probablemente preferiríamos el sonido a la imagen precisamente por lo que dijo McLuhan hace… ¡Cincuenta años!

El sonido es multidireccional, multidimensional y no necesita de nuestra atención. Es mucho más intrusivo que la imagen, sí, pero justo por eso es bueno para ciertas cosas. No para todas, sólo para cuando un evento realmente requiere nuestra atención.