Mom

Not only a beautiful soul, also the best mother I could imagine and a great artist with an extreme sensibility for colors. She’s still shy about her painting work, but you can get a small glimpse of her last work here.

Mamiya c330 and Ilford XP2 400, developed at La Peliculera.

Mamiya c330 and Ilford XP2 400, developed at La Peliculera.

This photo comes from one of my first rolls shot with the Mamiya c330, which was a bit intimidating at first —too many wheels to check prior to taking a photo— but became almost intuitive after a a couple of rolls. The results ended up being as good (perhaps even better since the C330 is a bit easier to focus), also smooth and textured as with the big Mamiya RB67 for half the size. 

AVE MAD-BCN

Hundreds of bodies rushing out of trains that braked after traveling at unimaginable speed. Those rays of sun invite me to stop and ask myself if all that rushing is really necessary, when January is presenting us such morning.

I doubt between taking that train to Barcelona or staying there, watching, letting that warmth caress me.

IMG_0091.JPG

I took the photos with an Olympus Olympus OM-2, a Zuiko 50mm f1.4 and Kodak Gold 200 film (except for the last one, which is Kodak Ultramax 400) All of them were developed at La Peliculera.

IMG_0092.JPG
IMG_0088.JPG
IMG_0090.JPG

Skin, light and cotton

Three textures: skin, light and cotton. Wet, sky and warm. The tones the engineer who formulated Kodak Gold’s emulsion probably dreamed about.

IMG_0097.JPG

All these photos were taken with an Olympus OM-2n with a Zuiko 50mm f1.4, a tiny kit that is a joy to use because it adds the only sound that’s allowed on a calm Saturday morning.

IMG_0094.JPG
IMG_0095.JPG
Olympus OM-2n and Kodak Gold 200, developed at La Peliculera.

Olympus OM-2n and Kodak Gold 200, developed at La Peliculera.

Ulm

FujiFilm Tiara II con Fomapan 400, revelada en Yetilab 

FujiFilm Tiara II con Fomapan 400, revelada en Yetilab 

Atardecía en Ulm tras una jornada agotadora. Mi hijo descansaba en la habitación del hotel mientras yo me daba un paseo por los alrededores. Ulm tiene una de las catedrales más altas del mundo (se disputa el mérito con la de Colonia), de antes de que la reforma protestante transformase esos templos erigidos a la gloria de Dios en modestos edificios de “estudio evangélico”.

La FujiFilm Tiara viñetea un poco las fotos, lo que sumado al imprevisible grano del Fomapan le da a la escena una textura casi de época. 

Arcos de la Frontera, fin de año

Mamiya 6 con Agfapan APX 100, revelada en Yetilab.

Mamiya 6 con Agfapan APX 100, revelada en Yetilab.

We had just arrived to what was going to be our home for New Year’s vacation; a few days in Arcos de la Frontera (Cádiz), to which I was new, although it felt really familiar.

We went right to the roof and looking over a wall we saw one of those typical Cadiz’s views: TV antennas growing out of the white architectural landscape together with some church towers here and there.

Carta a una diseñadora que crece

Querida amiga diseñadora, me cuentas que ya llevas cinco o seis años en esto y empiezas a aburrirte, a sentir que no avanzas. Me preguntas cómo hacer para mantener el amor por el oficio, cómo recuperar la pasión de los primeros dos años, qué puedes hacer para notar de nuevo el cosquilleo del descubrimiento, el sentimiento de propósito, la sensación de que haces algo que merece mucho la pena, de que elegiste bien.

Lo que cuentas no me es ajeno. Proyectos que se repiten, clientes que son todos el mismo o la certeza de que hagas lo que hagas, el resultado es siempre peor de lo que tú diseñaste.

Sigues amando el diseño pero empiezas a fijarte en las profesiones de otros, a ponerle ojitos a algunas aficiones que no tienen nada que ver con lo nuestro o a fantasear con vivir otras vidas.

Nos ha pasado a todos. De verdad. Créeme.

Te podría decir que se sale, que en mis veinte años de carrera me he encallado en ese sentir no una, sino varias veces y siempre he salido. Y es verdad, pero no estoy seguro de que esa fórmula valga para todos. Si tienes muy claro que esto no te volverá a hacer feliz, si sientes que se acabó la gasolina y hay otro amor que tira de ti, déjalo que no pasa nada. Nos metimos en esto por hambre intelectual, ¿verdad? Pues si se ha secado el pozo mejor pasar a otra cosa, sin dramita ni lamento.

Pero si sientes que aún hay calor en la brasa, que el fuego podría revivir, déjame que te comparta algunos aprendizajes, algunas ideas, caminos, pasos ¿certezas? que creo que te devolverán el amor por la profesión y quizás hasta aporten luz nueva, que buena falta te hace.

Dos verdades dolorosas

Antes de que empecemos necesito contarte dos verdades dolorosas. En el momento en que las aceptes te liberarás de mucha frustración y podrás seguir:

La primera de todas es que no existe el proyecto, el puesto, el jefe ni el cliente perfecto. Hay buenos clientes (o empleadores) que te respetan profesionalmente pero que te ofrecen proyectos aburridos. Por el contrario, hay proyectos retadores que requieren que trates con gente que no te gusta, con comités, con manoseo de tu trabajo, con rivalidades, incompetencia, mala leche o simple incomprensión de tu trabajo.

La segunda es que nunca nada de lo que diseñes será tan perfecto en la realidad como en tu mesa de trabajo (o tu ordenador). Esto te lo digo yo pero te lo confirmarán los mejores diseñadores del mundo. Diseñamos conceptos y luego se producen (programan, fabrican) realidades que se han deteriorado por muchas limitaciones: técnicas, de presupuesto, de tiempo, o que simplemente se corrompen por el contacto con demasiadas manos. Puedes reducir ese factor pero nunca eliminarlo. Tienes que aprender a vivir con él.

Si eres capaz de aceptar esas verdades, entonces tenemos mucho avanzado. Ahora veamos cómo puedes recuperar la tracción como diseñadora, seguir mejorando y además disfrutarlo.

Lee (otras cosas)

Deja el móvil, deja el ordenador. De verdad, vale ya de pantallas. Lee y hazlo sobre cosas que no tengan que ver con el maldito diseño. Tira a la basura los libros de UX, de métodos y técnicas, de agile, lean y todas esas patrañas. Lee cosas que tengan veinte, treinta, cien años y que sigan siendo publicadas. Exponte a otras ideas, a otros saberes, poniendo un ojo en el mensaje y otro en la forma.

Busca la belleza en la poesía. De San Juan de la Cruz a Miguel Hernández, tienes siglos de diseño recursivo (qué es la rima, sino) trenzada con narrativa y emoción, mucho más compleja e interesante que los sistemas de diseño.

Lee ensayos sobre fotografía o arquitectura imaginando que eres estudiante (porque lo eres, siempre lo eres) y esa va a ser tu profesión. Imagínate en los zapatos de otro oficio creativo.

Prueba con los libros de Campo Baeza y verás cómo empiezas a sentir cosquilleo por dentro: "Quiero ser Arquitecto" y "La Suspensión del Tiempo" son maravillosos, breves y emocionantes. Si no se te salta una lagrimita, te recompro el libro.

Tusquets o Scruton también han escrito ensayos bonitos e inspiradores acerca del acto de crear. Prueba con "Dios lo ve" o con "La Belleza, una breve introducción" y verás como empiezas a entender el oficio como propósito superior, como acto importante. Quizás desde ese momento empezarás a sentir placer en esas buenas decisiones en las que encajas forma y función. Quizás pasen desapercibidas a los ojos de los demás, pero "Dios las ve" y tuyo será el regocijo. Ganarás sentido de propósito.

El diseño es una profesión que tiene más de cien años, que ocurre en la intersección de lo cultural, lo artístico, lo económico, lo tecnológico… y siempre con una vocación humanística. Se nutre de lo que pasa en su periferia y ahí es a donde debes buscar los estímulos.

Decía Ramón Trecet que la búsqueda de la belleza es la única protesta que tiene sentido en este asqueroso mundo. Búscala en la lectura. Y no lo hagas de cualquier manera o en cualquier lugar. Estás haciendo algo muy importante, ritualiza el momento, acompáñalo de un buen vino y una música acorde, planifícalo y ponle cariño. Esto no va de aprender, va de impregnarse, de sentir.

Escribe, cuenta.

Sin que te hayas dado cuenta, leer te dará ejemplos, analogías, metáforas y referencias que estaban muy lejanas a lo que haces pero que ahora sientes cerca, que ya son tuyas. Te descubrirás hablando de lo que haces pero de maneras distintas, explicándolo un poquito mejor. Eso se llama ganar retórica. Te servirá para muchas cosas, pero la más urgente es que compartas, que cuentes cosas a otros.

La retórica es el mejor instrumento que tiene un diseñador para hacer que sus ideas se entiendan por otros. No sólo aplica a que tus usuarios entiendan tu diseño, sino a que tus clientes, jefes o compañeros interioricen lo que has imaginado y les estás trasladando.

El lenguaje es un medio con muy poco ancho de banda para contar formulaciones de diseño. Somos tan capaces de trasladar una idea como la capacidad que tenemos de contarla. O sea, retórica. A más retórica, más podrás contar y más disfrutarás de ver cómo tu audiencia te sigue.

Empieza escribiendo. Da igual sobre lo que sea, mientras tenga que ver con lo que aprendes: sobre libros, proyectos, ideas... Al principio mejor textos breves, para que obtengas recompensas rápidas. En el proceso tendrás que documentarte sobre algunas cosas para rellenar los huequecitos que te quedaron entre una idea y otra. Y pasarán dos cosas muy buenas: te darás cuenta de que sabes más de lo que pensabas y obtendrás reconocimiento. Puede que poquito, pero algo. La gente es agradecida con el que comparte, aunque la forma no sea perfecta. Y ese agradecimiento es gasolina para seguir. Disfruta y continúa.

Escribir hará que consolides ideas, que las acotes y hagas inventario de ellas. No eres consciente de los conceptos que dominas hasta que los enumeras en un papel para hablar de ellos. Escribir te hará saber cuánto sabes. ¿Te haces una idea de lo importante y diferenciador que es eso?

Pero no es todo... Lo mejor viene ahora.

El mapa

Algo maravilloso del diseño es que es una profesión que hace frontera con muchas otras, que es diversa, rica, variada, que va de lo emocional a lo racional, de lo cultural a lo técnico, que se proyecta en todos los sentidos y que linda con todos los saberes.

Leer y escribir te darán algo muy poderoso, algo brutal, ajeno a la mayoría de diseñadores, un superpoder, una llave secreta... Te harán empezar a confeccionar tu propio mapa del territorio, tu propia cartografía de lo diseñable.

Delimitarás la manera en que el diseño existe para ti. Empezarás a ver con más claridad los valles, las montañas que lo forman, las zonas brumosas, las lindes con otras provincias y las regiones que para ti son más bellas, más apetecibles, las que conoces muy bien y las que no pisarías ni por todo el oro del sector. Ese mapa será único, sólo tuyo, producto de tus aprendizajes, mezclados con tus experiencias e impregnados por tus lecturas. Ese mapa te dará seguridad en ti misma, te dará poder.

Quien tiene el mapa domina el territorio.

Con la seguridad en ti misma viene tu propio discurso. Dejarás de contar el diseño como te lo han enseñado y empezarás a hablar de lo que es para ti, hablarás a tu manera, en tus propios términos y –esto es lo poderoso– creando tú los escenarios de acción, tus marcos en los que las cosas pasan de la manera en que crees que deben pasar.

El discurso es lo que diferencia a un buen diseñador de uno normal. El diseñador sin discurso es el que repite lo que ha escuchado de otros, el que recita la metodología y no se sale de ella, buscando la seguridad en hacer y decir lo que todos validarán como bueno. Esa carencia se nota desde fuera. Nadie confía nada importante a una persona que cuenta las cosas como se las han contado y no como le dictan sus certezas.

Cuando tú, diseñadora que está creciendo, expongas tu propia forma de entender tu oficio, y lo hagas con retórica, referencias y seguridad (porque tienes tu mapa), los demás escucharán. Los compañeros se dejarán guiar, los clientes –que compran seguridad y no otra cosa– querrán que les lleves de la mano.

En este punto quizás no hayas diseñado nada nuevo ni distinto a antes, pero sabrás que eres mejor diseñadora.

Enseña

Empecé a aprender inglés a los diez años, en una escuela de pueblo. Nuestro profesor, un señor que vivía a 200 metros de la escuela, empezó a aprenderlo un año antes. Nos llevaba sólo un año de ventaja. No era nativo, no tenía apenas materiales didácticos y su nivel era limitadísimo. Con todo eso en contra, fue el mejor profesor de inglés que jamás he tenido, el que más me ilusionó y al que le debo mucho de lo que he podido lograr.

A Don Gabriel no le hizo falta ser un experto en el idioma que enseñaba. Su actitud, siempre alegre y entusiasta, era la de compartir lo que iba aprendiendo él y eso era más que suficiente para enseñarnos, para ser un magnífico profesor.

Lo mismo ocurre con el diseño: podrás ser una magnífica divulgadora o profesora sabiendo lo que sabes y queriendo compartirlo. No te hace falta ser una catedrática para poder enseñar e ilusionar a otros. Como tendrás el mapa, tendrás un marco en el que encuadrar lo que cuentas.

En el ejercicio de preparar tus clases, ordenarás tus saberes, les darás secuencia y sin apenas ser consciente verás como unas cosas se conectan con otras, como los conceptos, que antes eran una lista, ahora son una red.

Enseñar a otros (en másters, en charlas, a tus compañeros) te expondrá a gente que empieza. Verás en ellos la pasión que un día perdiste y te parecerá lo más bonito del mundo.

Y así será como se te contagiará esa pasión de nuevo, vaya que sí. El hambre por saber más, el placer por compartirlo, la seguridad de poder aplicarlo y la alegría de ver que a pesar de que no hay proyecto ni equipo perfecto, esta es una profesión bellísima.

El mejor barman del mundo

NOTA: Este post se publicó originalmente en la lista de hombresdebien.com, el 23 de mayo de 2016.

14582043394335.jpg

He llevado a pocas mujeres a Del Diego y no me arrepiento. Hay lugares que uno se reserva sólo para quien importa, o quién parece que lo merece.

En realidad siempre he disfrutado contando la historia: Ava Gardner, Dominguín, Hollywood en Madrid… Chicote. Y el ‘chaval’: que si Fernando, baja a por una caja de sifones, que si trae una botella de ginebra… El niño, con quince años, aprendiz entonces, maestro ahora. Joder si me gustaba contarlo… Pero sólo a quien fuera a entender la trascendencia, la relevancia. Sólo a quien admiré y en quien vi belleza o nobleza. O ambas.

Tenía veinticinco años –un paleto recién llegado a Madrid– cuando me llevaron por primera vez. Fue mi senior, Andrés, premiando una buena primera semana de trabajo: “te voy a llevar a beber un buen cóctel, que te lo has ganado”. Un jueves. Pero... ¿Se podía beber en jueves? Yo con mis pintas de chaval que quiere ser aceptado en Madrid, sin entender que Madrid te quiere seas como seas.

Y pasaron muchos meses y muchos Gimlets tras esa primera vez. Muchos proyectos, aumentos de sueldo, éxitos profesionales, algunas caídas y unas cuantas mujeres. La paternidad, la primera empresa propia, el primer desamor… Nunca fui por rutina. Por respeto a la tradición que inauguró mi senior, siempre crucé esa puerta para celebrar algo: grandes éxitos. O grandes hostias. Al final va de eso, de sentir. Placer o dolor, estar vivo. Los Gimlets de del Diego han sido por dieciséis años el acompañamiento de mi sentimiento. Y que lo sigan siendo.

Me he plantado en la calle de la Reina limpio o sucio, elegante o desgarbado, triunfante o derrotado. Siempre me hizo sentir el mejor cliente, pero en realidad era él, el mejor barman. El mejor del mundo. La conversación justa y la copa perfecta. Mi zona de confort por dieciséis años seguidos. Para qué salir, ¿verdad?. En mis cuarenta tacos he dudado acerca de qué hacer, a quién querer o hacia dónde andar, pero nunca a qué bar ir si la noche era especial. Por inicio o por final, por victoria o por derrota.

Con el tiempo aprendí a continuar la tradición: llevar a tomar un Gimlet a mis juniors, a mis compañeros, a quien demostrase amor por las cosas bien hechas. Y a algunas mujeres -muy pocas, ya lo he dicho- a las que amase o de las que quisiese enamorarme. Mujeres que oliesen a dulce y salado a la vez, con un abismo tras la sonrisa.

Allí siempre brindé por lo mismo: belleza o prosperidad. Trato de hacer memoria y no, nunca hubo otros motivos. Ni los habrá. Mi amigo Terrés dirá que claro, que todos los brindis son el mismo. No le faltará razón. Y seguiremos levantando la copa, el Martini, el Gimlet o lo que sea que bebamos, siempre perfecto. En Calle de la Reina 12 de Madrid. Por supuesto.

Don Fernando nos dejó hace unos meses. Me enteré de camino al aeropuerto, horas antes de volar a Nueva York, y lloré a ocho mil metros de altura. Por el cariño y el aprecio que siento por sus hijos, David y Fernando, dignos herederos; por el resto del equipo y por esa maldita luz que siempre quise más tenue, pero que aprendí a querer. Por todas esas noches, las buenas y las malas, los principios y los finales, los brindis por la belleza y la prosperidad, las cumbres y los agujeros, el sabor salado de los besos y las mujeres con abismos. Por todo eso y porque, joder, se nos fue un hombre de bien.