Más que mil imágenes

Además de cumplir bien su función, los objetos memorables, los que dejan huella, suelen apelar a todos los sentidos. Su tacto es especial, quizás su textura o su sedosidad. Son visualmente armónicos, a menudo simétricos y bien compuestos. Sus sonidos están cuidados y no molesta escucharlos: el shclap de un mechero Zippo o el flop de la puerta de un Mercedes cuando nos encerramos dentro. 

Si algo envidio de los diseñadores de productos tangibles es que pueden trabajar con todos los sentidos, mientras que nosotros, los diseñadores de interacción, nos tenemos que limitar a la vista, el oído y cierta evocación del tacto. Los dos más interesantes, olfato y gusto, se quedan en el estante de arriba, al que no alcanzamos ni de puntillas. Qué frustrante.

Hace tres semanas tuve la suerte de comer en L’Escaleta, al lado de la cocina, con el Chef Kiko Moya enseñándonos, explicándonos y dándonos a probar esto y lo otro. Nos hablaba del poder evocador de los sabores y con platos como su Espíritu de un Brioche nos catapultaba a la infancia a los cuatro comensales. 

Espíritu de un Brioche, la verdadera máquina del tiempo (fotografía de J. Terrés)

Espíritu de un Brioche, la verdadera máquina del tiempo (fotografía de J. Terrés)

Días después me pasó algo parecido, pero esta vez con los olores. Maddalen Marzol nos tuvo viajando por el mundo (no sólo por el tiempo) durante una hora y sin salir de la perfumería. Sastrerías de Saville Row, callejones de jazmines en el Albaicín,  los templos de Kyoto o la sombra de una higuera. Maia sabe infinito sobre lo que le gusta y a lo que se dedica: perfumes, perfumistas y esa potencia salvaje que tienen los aromas de evocarnos recuerdos.

La teletransportación es posible y se guarda en frascos pequeños.

La teletransportación es posible y se guarda en frascos pequeños.

Dice Daniel J. Levitin en The Organized Mind que nuestra ventaja evolutiva frente a otras especies no está en nuestra "memoria bruta" sino en nuestra capacidad de recuperar recuerdos y conectarlos. Levitin señala que hoy estamos expuestos a miles de veces más información que hace cien o mil años y sin embargo nuestro cerebro es esencialmente el mismo. Por eso, para ser capaces de adaptarnos a estas realidades, no es más retentiva lo que necesitamos sino mejores mecanismos de recuperación.

Las nuevas interfaces de búsqueda aún están por diseñar. Quién sabe, ojalá podamos buscar por olores o sabores para encontrar  y recuperar cosas como “películas que huelan a lluvia” o “infancia en casa de mis abuelos”. Cuando ese día llegue, los diseñadores tendremos que aprender de Kikos Moyas y Maddalens Marzols para poder hacer mejor nuestro trabajo. Porque está claro que si una imagen vale más que mil palabras, un sabor y un olor valen más que mil imágenes.