Prólogo a UX Latam

Me pidieron prologar un libro muy especial: cuenta las experiencias y conocimientos de quienes, en América Latina, han hecho avanzar la experiencia de usuario y el diseño digital. Dejo aquí el enlace a la obra y mis palabras, escritas desde la admiración por el trabajo realizado y la ilusión por lo que nos queda juntos.

El libro es de descarga gratuita.

Este libro no tendría sentido si tratase de técnicas de extrusión metálica, optometría o dinámica de fluidos. ¿Qué habría de interesante en hacer un compendio latinoamericano de algo así?

Lo que da sentido a este libro, lo que le da oportunidad, es que habla de la ligazón entre personas y dispositivos, entre lugares y contextos, entre lo humano y lo tecnológico. Y eso sí demanda una mirada específica; eso sí se comprende culturalmente. Por eso, este libro de mirada latinoamericana no es solo oportuno, sino necesario.

Necesitamos la tecnología porque necesitamos a otras personas. Desde pantallas, teclados y micrófonos, intercambiamos cosas que ofrecen otros seres humanos. Comida, música, muebles, conocimiento, historias, conversación o amor... Todo ello es mercado y es cultura. Todo son personas haciendo lo que hacen las personas. Las personas de siempre, actuando como hemos actuado siempre, a través de las herramientas de cada momento.

Las herramientas pasan, las personas duran y las culturas permanecen. Son la constante de esta ecuación. La experiencia de usuario, que es de lo que habla este libro, es lo que ocurre, lo que experimentamos, al usar esas herramientas nuevas para posibilitar esos intercambios. Si esas personas existen, se relacionan y se aportan en un marco cultural específico... ¿Tiene sentido que hablemos de una experiencia de usuario específica? ¿Existe una UX estadounidense, europea, asiática o latinoamericana? ¿Es la experiencia de usuario un fenómeno cultural?

Hace dos décadas empezaba esta profesión nuestra. Recuerdo, en esos inicios, a muchas de las personas que ahora firman ese libro, procedentes de toda Hispanoamérica, en foros, en encuentros... Era un nacimiento y, como tal, lo importante era que aseguráramos el crecimiento sano de nuestra profesión.

Hoy, en la juventud hermosa de la experiencia de usuario, reforzados por muchas y muchos profesionales nuevos, toca desarrollar la personalidad y forjar el carácter, igual como lo haría una persona cuando sale de su adolescencia. Nos corresponde empezar a tomar nuestras propias decisiones como comunidad de diseño.

Escribo este prólogo en los días que rodean el 12 de octubre, pensando en si ese fenómeno, la Hispanidad, que nos une en torno a un habla, pero también valores, saberes y una sensibilidad única, tiene una traducción a cómo nos relacionamos con la tecnología. Me pregunto si existe esa relación o, mejor aún, si queremos que exista

¿Queremos un diseño, una experiencia de usuario, propio, a nuestra manera, adaptado a nuestra singularidad, a lo que nos hace ser como somos?

Este libro —me siento seguro diciéndolo— es una buena primera aproximación. Espero que te provoque, como a mí, esa pregunta constante: ¿Cómo son las relaciones entre personas y tecnología en Latinoamérica? ¿Y cómo deberían ser? En tus manos tienes ese primer análisis, ese inventario completo y necesario.

Nuestros mercados, nuestras relaciones, nuestra cultura necesitan de tecnología adaptada a ellas, y no al revés. He aquí las experiencias y conocimientos de quienes lo están haciendo posible.

Me acuerdo

Lo he visto ahí al solecito y no he podido evitar volver a hojearlo. Es un libro precioso, como todos los de Georges Perec, que no se comporta como sería normal, haciéndote pensar en las vivencias de otros; igual que hace la música, este libro provoca que mires hacia adentro, que reflexiones sobre tu propia vida.

En “Me acuerdo”, Pérec enumera recuerdos de su pasado sin orden, sin intención, sin tratar de demostrar nada. Te dejo tres ejemplos elegidos al tuntún:

Me acuerdo de que mi tío tenía un 2CV con matrícula 7070 RL2

Me acuerdo de que un amigo de mi primo Henri se pasaba el día entero en bata cuando estaba preparando sus exámenes.

Me acuerdo de un aperitivo que se llamaba “le Bonal”.

Siempre que llevo media docena leídos, empiezo a hacer ese mismo ejercicio casi sin querer, a acordarme del estampado de los sillones de nuestra casa en Barcelona, de una tarde lluviosa en que mi madre se tomaba un café con las amigas mientras yo me aburría o de los cómics de Spiderman que había en una casa que alquilamos una Navidad. ¡Maldito Perec, me está manipulando la mente desde una tumba del cementerio de Père Lachaise de París!

Hace muchos años, a mis alumnos de diseño les hacía leer “Tentativa de agotamiento de un espacio parisino”, donde Perec hace algo parecido: describe, sin pretensión alguna, lo que ve pasar por delante suyo mientras está sentado en una terraza de París: un autobús, una señora con un perro, un vendedor ambulante, el mimo autobús de nuevo… Les pedía a los alumnos que hiciesen ese mismo registro, eligiendo ellos el lugar, como forma de entrenar la capacidad de observación, necesaria para entender la relación entre tarea y contexto de uso en diseño. En primavera repetiré Programa de Diseño de Interacción y creo que volveremos a hacer ese ejercicio.

Memoria y tecnología, qué poco se ayudan, ¿verdad? ¿De qué me vale tener 10 terabytes en el disco duro si no tengo herramientas para conservar mis propios recuerdos, o los de mis padres para que los puedan tener mis hijos?

Ayer te hablé de recuerdos con olor a queroseno y hoy vuelvo al tema porque este puñetero libro se me ha puesto por delante. ¿Quién lo habrá dejado fuera de la estantería? ¿Habrá sido mi yo inconsciente, tratando de provocar que aflore algo enterrado en mi memoria?

Hmmm...

Te propongo un juego, un pasatiempo, un entretenimiento: deja aquí un recuerdo que te venga a la cabeza sin pensar mucho, algo de una o dos líneas, sin reflexión; sólo la descripción, o ni siquiera eso, la enunciación de lo que recuerdas. Insisto, no más de dos lineas. Publicaré todas las que lleguen y seguro que sale algo entretenido, hasta un poquito voyeur. Te pediré una cosa más: cuando dejes tu “Me acuerdo…” fírmalo con tus iniciales y el lugar donde transcurrió el recuerdo, si es que lo ubicas. Debería quedar así:

Me acuerdo de los cómics de Spiderman que encontré en un piso que alquilamos una Navidad.
Barcelona, JCC

Cuando los hayamos compartido, sortearé una copia del libro de Perec entre las personas que participéis, que me apetece regalarlo.

Venga, dale los comentarios y déjanos a todos tu recuerdo.

El Barroquismo

Yo lo llamo felicidad intelectual. Diría que pasa una vez cada dos o tres años. Y cuando ocurre sientes como si te hubieses pasado una pantalla, como si de golpe tuvieras una nueva habilidad que aplicar a casi todo. Hablo de la sensación de leer un libro que te revela algo, un punto de vista o un conocimiento que te cambia la manera de verlo todo, hacia adelante y hacia atrás.

La última vez que recuerdo esa sensación fue con Lo Barroco, de Eugeni d’Ors. Transcribí algunas notas y mi síntesis del libro aquí, en dos posts que titulé “Lo barroco según Eugeni d’Ors” y “Clasicismo versus barroco”. Además, empleé su modelo para enfocar algunas clases de estética en el Instituto Tramontana y debo decir que el enfoque tuvo muy buena acogida.

El barroquismo, de Antonio Igual Úbeda, una actitud completamente actual.

Hace un par de meses me hice con este otro librito de los años 40, de una colección de divulgación de Seix Barral, titulado El Barroquismo. Lo hice a ciegas y curioso por saber cómo el autor decídia plantearlo: si fijándose en el movimiento estético del XVII o de una forma más transversal. Y así fue. El autor (el insigne Antonio Igual Úbeda), proponía, en poquitas páginas, lo barroco como una actitud vital y narrativa, por oposición a “lo clásico”. Ya al final descubre lo que yo levaba todo el libro intuyendo y se declara d’orsiano convencido. 

Dejo por aquí mis subrayados —el libro está descatalogadísimo y no creo que queden por ahí muchas copias— con la intención de que revelen al menos un poquito de lo que me revelaron a mí:

El Renacimiento afirma con absoluta certeza su seguridad en la vida; el barroco vuelve a considerar la duda acerca del sentido de la vida, el temor a no llegar, la predestinación, pero también la lucha, la pugna, el sentido de inquietud, de insatisfacción, de protesta, que acaba provocando la Contrarreforma, la reacción contra las conclusiones a que había llegado el frío examen de la razón.

Por ello, el barroco es el arte de lo mudable y pasajero, de un acontecer que en su fluir continuo no acaba de cristalizar en fórmulas definitivas.

Tales circunstancias han sido aprovechadas para contraponer el mito de Dionisios al de Apolo; ambos vienen a significar un sentido barroco y clásico, respectivamente, por lo cual, lo apolíneo o clásico se opone, en cierta manera, a lo dionisíaco o barroco.

En la composición clásica predomina la forma cerrada, conclusa, concluida, como si cada obra de arte fuera un silogismo sin conexión con todo lo demás; por el contrario, el barroco presenta la forma abierta, alusión constante a la múltiple variedad de la vida, de la cual el Arte es una manifestación más.

Cuando un pintor clásico representa la escena del Calvario, sitúa en el centro la cruz, perfectamente vertical, y el grupo de mujeres abajo; un pintor barroco, Rubens, por ejemplo, pinta la cruz en sentido diagonal, en el instante de ser plantada sobre su base, y una serie de personajes que se mueven en todas direcciones.

Es porque en el barroco lo fundamental ya no es la forma aislada, sino el conjunto y todos, los elementos que constituyen el cuadro se hallan al servicio de la representación total.

Prescindiendo de otras manifestaciones discutibles del barroquismo en el arte de Egipto y de Mesopotamia, un estilo barroco claramente definido se presenta en la última época de la historia griega, con el nombre de período helenistico. Florecen entonces numerosos hombres de ciencias y de letras, que unen a su sabiduría un estilo recargado y pedante; el matemático Euclides definla Geometría, y Arquímedes descubre el peso específico de los cuerpos; el Arte es ampuloso, dinámico y brillante, como en el famoso grupo del Laocoonte que sirvió de modelo a muchos escultores barrocos, y en el friso del altar de Zeus, en Pérgamo, donde se desarrolla la más agitada lucha entre mitológicos gigantes.

La escultura barroca se contrapone al clasicismo por cuanto prescinde de la línea, que en la plástica tridimensional se llama contorno.

El estatismo clásico no admitía en las esculturas más que una silueta determinada y, por lo tanto, un solo punto de vista; por eso el clasicismo es el arte del relieve, y las esculturas parece como si no se decidiesen a quedarse totalmente rodeadas de espacio. En cambio el escultor barroco, en busca de infinito, proporciona innumerables puntos de vista al espectador, que desde cualquiera de ellos puede observar algún aspecto elocuente de la obra; de ahí su retorcimiento, la intención de serpentina, de espiral, de línea ondulada que adquieren la cabeza, el tronco y las extremidades, acompañado a veces por los rebeldes cabellos revueltos y por los agitados ropajes; ropajes que no suelen cubrir, sino descubrir las figuras, conservadoras del paganismo, del culto a un desnudo no siempre casto ahora.

La esencia del barroquismo se vincula a la vida peninsular, como nacidas la una para la otra.

La apetencia de infinito que trajo la época de los grandes descubrimientos sigue durante el seiscientos el impulso adquirido.

“Es belleza tener algo de feo”, decía Argensola; y Jeronimo de Cáncer extremaba el concepto, diciendo: “también en lo horrible hay hermosura”.

El progreso de antes

Estaba prácticamente saliendo de casa para bajar a Cádiz cuando llegó, de Alcaná: “La españa que usted no conoce”, un libro magnífico, cargado de fotografías, que da testimonio de esa España que empieza a reclamar modernidad. Eran los tempranos años sesenta y el país gritaba “eh, no me mires el folklore, mírame el progreso”.

El prólogo deja las cosas muy claras desde el principio:

Cuando salimos a correr mundo, lo hacemos por dos motivos principales: ver aquello que todavía perdura del pasado o admirar lo que constituye o nos parece constituir una superación de aquél. En otras palabras, o viajamos en busca del tipismo o bien en pos de las manifestaciones del progreso.

[…]

La curiosidad por la superación del pasado es también de esa época aunque responda a impulsos exactamente opuestos a los que determinan el interés por el tipismo. Lo que se busca, en este caso, es lo nuevo, en el sentido moderno, es decir, las manifestaciones del progreso en sus aspectos y derivaciones acaso más esencialmente técnicas: las grandes ciudades, las grandes instalaciones industriales, los grandes hoteles, las realizaciones del confort, el nivel de vida...

La manera en que un país se cuenta habla mucho de la lucha entre su volksgeist y el zeitgeist, entre su esencia y el espíritu del tiempo que está viviendo. Ver cómo se mostraba España al mundo hace setenta años y no fijarse en cómo lo hace ahora sería un desperdicio. 

Tengo ganas de dedicarle una tarde de domingo, con calma, para saborear cada foto, cada pasaje. Subiré aquí lo que me llame la atención. Si hay alguna ciudad por la que tengas interés, dímelo en los comentarios y subiré imagen del capítulo en cuanto tenga un ratito.

Jack London vs Adolf Loos

En 1906, Jack London publicó un ensayo titulado The House Beautiful, traducido al español como “La casa bella”. En él, deriva la idea de belleza de la de utilidad, usando como ejemplo el diseño de las embarcaciones. Después dedica unas páginas a explicar por qué cree que la arquitectura de su momento y lugar (San Francisco, principios del s.XX) está cargada de mentira.

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Me permito transcribir algunos párrafos:

Una columna, cuándo es un objeto útil, es bella. Las columnas de madera estriadas clavadas en la estructura de mi casa no son cosas útiles. No son bellas. Son pesadillas. No solo no aguanta ningún peso, sino que ellas mismas son un peso que perjudica a los soportes de la casa. Algún día, cuando tenga tiempo, ocurrirán con seguridad una o dos cosas. O bien iré y mataré al hombre que perpetró esa atrocidad, o si no, tomaré un hacha y haré saltar esas mentirosas tablas estriadas.

[…]

Una cosa debe ser verdadera, o de lo contrario, no es bella, igual que no es bella una libertina demasiado pintada, ni es bello un rascacielos que es intrínseca y estructuralmente ligero pero que tiene exteriormente un aspecto falsamente macizo de columnas de yeso.

[…]

Una casa honrada dice la verdad sobre sí misma.

La sensación de déjà vu al leer el texto es tremenda ¿La sientes tú como yo?

Tras terminar el librito he ido corriendo a verificar fechas en la Wikipedia. Y efectivamente, el texto de Jack London es anterior, por cuatro años, a Ornamento y delito, de Adolf Loos. Parece que al patriarca enfurruñado del movimiento moderno se le adelantó un americano algo más pragmático y menos intelectual, pero con ideas muy similares.

Se me hace divertido imaginarles juntos, dándose la razón respecto a adornos y casas, molduras y cenefas. Después, en algún momento entre pipas y licores, Loos sacaría el tema de los tatuajes: “una persona moderna que se tatúa es o bien un criminal o un degenerado”, a lo que London respondería: “muéstrame un hombre con un tatuaje y te mostraré un hombre con un pasado interesante” y de golpe, lo que empezó alineado, acabaría como una pelea de insultos y reproches cruzados.

Moderna o decó

¿Con cuál te quedas?

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Dos ediciones del mismo libro. Una de principios del s. XX (no está fechado) y la otra de 1958. La antigua, en estilo decó, parte de una preciosa colección de manuales que vendía Gallach por 214,50 pesetas si la comprabas entera, y de regalo te daban un precioso mueble para encajarlos todos. La segunda, una edición austera, algo más voluminosa y generosa en la tipografía, impulsada por Mariano Rubió hijo.

El libro es una pasada. Me está sirviendo para dar forma a los grupos de estudio del Instituto Tramontana, junto con otras lecturas.

Elige, ¿Con qué edición te quedas? ¿La moderna o la decó?

Más studiositas y menos curiositas

Tras mi conferencia en la presentación del Instituto Tramontana, muchas personas me dijeron que echaban de menos volver a estudiar como forma de reforzar su profesión de diseñadores. Me resultó esperanzador.

Mi sensación es que hoy los diseñadores somos muy dados a la curiositas y poco a la studiositas.

Curiositas y studiositas son dos términos enfrentados que acuña Tomás de Aquino en su Suma Teológica y que creo que sirven muy bien para describir lo que quiero explicar.

Para Tomás de Aquino la studiositas es el estudio ordenado, estructurado, de un área del saber, con el fin de acercarse a su verdad. Es una actitud que presupone esfuerzo, planificación y dedicación constante. Mediante la studiositas nos volvemos más sabios de forma progresiva; cimentamos nuestro conocimiento y desarrollamos una visión propia, independiente y cargada de criterio. La studiositas ayuda, además, a conectar saberes, algo necesario en cualquier disciplina creadora.

Lo opuesto a la studiositas es la curiositas: el picoteo de aquí y de allá, sin planificación ni profundización, guiado más por la necesidad de entretenimiento que por el deseo de conocimiento. La curiositas, según Tomás de Aquino, viene en trocitos pequeños, sirve para evadirnos, para divertirnos un rato y —esto es lo más perverso— para crear la falsa apariencia de aprendizaje, que a menudo usamos para aparentar ante los demás.

Suena familiar, ¿verdad? La studiositas pide tanto esfuerzo que acabamos cayendo en la curiositas: charlas TED, Netflix, Youtube, articulitos ligeros con diez consejos o cinco principios o simples tweets. Datos triviales, titulares, opiniones envasadas, axiomas sencillitos y anécdotas curiosas.

La curiositas es la enemiga del aprendizaje: lo que nos entrega no se acumula, se desvanece. Nos da pautas a imitar en lugar de desarrollar sentido crítico; nos lleva a lugares comunes en lugar de descubrirnos terrenos desconocidos. La studiositas nos hace más individuales, la curiositas más del montón.

La fragmentación y edulcoración del conocimiento para hacerlo “contenido” mata la studiositas. Queremos contenido cada vez más entretenido y en fragmentos más pequeños ¿Por qué leer un libro si hay un documental en Netflix o un artículo con las diez ideas que necesito saber, o mejor aún, un hilo de Twitter?

Estamos de acuerdo en que el estudio debe ser algo que ocurra en todo momento de nuestra vida, ¿Verdad? Bien, pues si eso es así, decidme, ¿A qué estudio de verdad se entrega el diseñador medio? Ya os lo digo yo: poquito o ninguno. Es desolador.

La curiositas está matando nuestra capacidad de crecer como diseñadores, de plantearnos escenarios, modelos o propósitos nuevos. Nos hace peones acríticos con lo que hacemos y con la forma en que lo hacemos. Nos hace del montón, operarios repetidores de técnicas en cadenas de montaje que sólo ven su tramo del proceso, que no entienden qué pasa ni entienden que sea importante entenderlo.

En todos los diseñadores buenos que conozco, en todos los profesionales que admiro, veo siempre deseo de verdad y hábito, disciplina, en el aprendizaje. Son personas que trazan sus caminos de búsqueda de conocimiento de forma muy consciente, que conectan mundos en su aprendizaje y que enriquecen todo lo que tocan. Son personas que siento más libres, más únicas.

Una de las iniciativas que estamos armando en el Instituto Tramontana son los grupos de estudio: grupos de personas que deciden aprender de un tema concreto mediante lectura, reflexión y conversación, todo ello tutorizado por alguien experto y culto en ese ámbito. Tengo muchas dudas respecto a la mejor forma de hacerlo y también respecto a qué acogida real tendrá.

Todo el mundo dice querer aprender, pero a la hora de la verdad, casi todos dicen no tener tiempo, que es el mejor disfraz de la pereza. No sé cómo podemos luchar contra eso.

Clasicismo versus Barroco, una clasificación para lo humano

Anoche me terminé “Lo Barroco”, de Eugeni d’Ors, publicado hace casi cien años. Menudo librazo. Aún me tiemblan las rodillas de lo duro que me ha dado, de lo fuerte que ha apuntalado algunas ideas que no son sólo sobre lo artístico, sino enteras y completas cosmovisiones, aplicables a absolutamente todo…

Obviamente, al diseño también.

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He hecho una síntesis que transcribo a continuación en forma de tabla, pero antes necesito dar tres ideas clave:

  1. Lo Barroco para d’Ors no es un momento histórico, igual que el brazo o la cabeza podrían ser las partes de un cuerpo, sino un sistema que aplica a toda la historia igual que lo es el sistema circulatorio o el nervioso en el cuerpo humano. Lo barroco existe desde las cavernas hasta hoy, en diferentes acepciones, porque es una actitud, no un estilo plástico. Es la actitud de la tensión y la emoción, del sentimiento y lo vitalista. Por tanto, antes de seguir leyendo nos olvidamos, por favor, de barroco como sinónimo de recargado o como el periodo artístico posterior al renacimiento, que esa acepción pasó a la historia hace mucho. Barrocos son los estilos góticos, románticos o hasta el flamenco, si nos ceñimos a esta forma de entenderlo.

  2. Lo Barroco existe por oposición a Lo Clásico, lo que proviene de la idea de Grecia y Roma, fuente espiritual del renacimiento, el neoclásico y todos los momentos en los que la racionalidad y lo estructurante han predominado. Lo Clásico, el clasicismo, es Atenas, pero también Roma, Kant, el socialismo, casi todo Corbusier y todo el movimiento moderno, culminado en la Escuela de Ulm, Braun —y Dieter Rams, claro que sí— en el ámbito del diseño.

  3. Tanto Lo Barroco como el clasicismo son constantes históricas, cosmovisiones dicotómicas que se trenzan en el devenir de la historia. A esas constantes las llama d’Ors los eones.

Expuestos estos tres puntos, aquí va mi tabla resumen de las colisión entre ambas cosmovisiones:

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La idea de hacer una tabla así me viene del magnífico trabajo de síntesis que hizo Leonard Koren en Wabi-Sabi for Artists, Designers, Poets, que ya reseñé en este blog hace once años. En ella Koren contraponía el Wabi-Sabi al modernismo ¿Y sabéis qué? Que atendiendo a la fecha de publicación de ambos libros, creo que ambos, Koren y d’Ors, nos concederían que el Wabi-Sabi es en realidad una forma más de Barroco, igual que el modernismo es obviamente una forma de clasicismo (no en vano empiezo siempre la clase sobre modernidad en el Programa Vostok hablando de la Escuela de Atenas y el Timeo).

Leído y contado todo esto, es obvio que podríamos añadir más elementos, referencias, nombres, ideas a esa tabla para hacerla nuestra. Las dicotomías más evidentes, que me vienen ahora a la cabeza, son estas:

Ulm vs. Cádiz
Centroeuropa vs. el Mediterráneo
Sistemas vs. narraciones
Culturas Protestantes vs. culturas protestantes
Kraftwerk vs. Morente
Utilitas vs. Delectus
Silicon Valley vs. Sicilia
Neutralidad vs. pregnancia
Nutrición vs. gastronomía


¿Se os ocurren más?