Prólogo a UX Latam

Me pidieron prologar un libro muy especial: cuenta las experiencias y conocimientos de quienes, en América Latina, han hecho avanzar la experiencia de usuario y el diseño digital. Dejo aquí el enlace a la obra y mis palabras, escritas desde la admiración por el trabajo realizado y la ilusión por lo que nos queda juntos.

El libro es de descarga gratuita.

Este libro no tendría sentido si tratase de técnicas de extrusión metálica, optometría o dinámica de fluidos. ¿Qué habría de interesante en hacer un compendio latinoamericano de algo así?

Lo que da sentido a este libro, lo que le da oportunidad, es que habla de la ligazón entre personas y dispositivos, entre lugares y contextos, entre lo humano y lo tecnológico. Y eso sí demanda una mirada específica; eso sí se comprende culturalmente. Por eso, este libro de mirada latinoamericana no es solo oportuno, sino necesario.

Necesitamos la tecnología porque necesitamos a otras personas. Desde pantallas, teclados y micrófonos, intercambiamos cosas que ofrecen otros seres humanos. Comida, música, muebles, conocimiento, historias, conversación o amor... Todo ello es mercado y es cultura. Todo son personas haciendo lo que hacen las personas. Las personas de siempre, actuando como hemos actuado siempre, a través de las herramientas de cada momento.

Las herramientas pasan, las personas duran y las culturas permanecen. Son la constante de esta ecuación. La experiencia de usuario, que es de lo que habla este libro, es lo que ocurre, lo que experimentamos, al usar esas herramientas nuevas para posibilitar esos intercambios. Si esas personas existen, se relacionan y se aportan en un marco cultural específico... ¿Tiene sentido que hablemos de una experiencia de usuario específica? ¿Existe una UX estadounidense, europea, asiática o latinoamericana? ¿Es la experiencia de usuario un fenómeno cultural?

Hace dos décadas empezaba esta profesión nuestra. Recuerdo, en esos inicios, a muchas de las personas que ahora firman ese libro, procedentes de toda Hispanoamérica, en foros, en encuentros... Era un nacimiento y, como tal, lo importante era que aseguráramos el crecimiento sano de nuestra profesión.

Hoy, en la juventud hermosa de la experiencia de usuario, reforzados por muchas y muchos profesionales nuevos, toca desarrollar la personalidad y forjar el carácter, igual como lo haría una persona cuando sale de su adolescencia. Nos corresponde empezar a tomar nuestras propias decisiones como comunidad de diseño.

Escribo este prólogo en los días que rodean el 12 de octubre, pensando en si ese fenómeno, la Hispanidad, que nos une en torno a un habla, pero también valores, saberes y una sensibilidad única, tiene una traducción a cómo nos relacionamos con la tecnología. Me pregunto si existe esa relación o, mejor aún, si queremos que exista

¿Queremos un diseño, una experiencia de usuario, propio, a nuestra manera, adaptado a nuestra singularidad, a lo que nos hace ser como somos?

Este libro —me siento seguro diciéndolo— es una buena primera aproximación. Espero que te provoque, como a mí, esa pregunta constante: ¿Cómo son las relaciones entre personas y tecnología en Latinoamérica? ¿Y cómo deberían ser? En tus manos tienes ese primer análisis, ese inventario completo y necesario.

Nuestros mercados, nuestras relaciones, nuestra cultura necesitan de tecnología adaptada a ellas, y no al revés. He aquí las experiencias y conocimientos de quienes lo están haciendo posible.

El fuego

El cambio va a ser irreversible. Estáis a punto de rediseñarlo todo: los artefactos, los canales y los productos. Daréis forma a los espacios, los códigos y las interacciones que nos transformen para siempre. Será algo colosal y estremecedor.

Cien años atrás, quienes crearon las bases del diseño definieron qué se diseñaba y cómo se diseñaba, dónde se aprendía y cómo se aprendía.

Ahora el medio es otro.
Los productos son otros.
Las herramientas son otras.
Los principios son otros.
Los contextos son otros.

Somos otros.


Nuestro mundo está a la vez en todas partes y en ninguna parte,
pero no está donde viven los cuerpos.
John Perry Barlow


Convertirte en diseñador, elevarte a diseñadora, ya no dependerá de dónde estés ni de cuándo estés. Vuestra verdad es digital. Mejoraos en ella, desde ella y para ella.

El universo de lo diseñable os espera en nuevos relatos, en nuevos lenguajes y con nuevas maneras de entender espacio y tiempo. En vuestra forma de aprender, estudio y simulación se trenzan; en vuestra forma de proponer, pasado y futuro se superponen.

Os corresponde crear lo que vive, lo que cambia y se altera, lo que aprende y responde. Vuestros son los colores y los sonidos, las transacciones y las evocaciones.

El espacio de la razón, el de los sentidos y el del las emociones os pertenecen. Tomadlos casando placer y deber. Desde ahí renovaréis las viejas empresas y diseñaréis nuevas formas de relacionarnos.

Cread fragmentos de futuro y caminos de prosperidad. Elevaros y trascended. Haced que el diseño digital sea la profesión más bella y necesaria de todas.

Esta es nuestra declaración de complicidad.

Os entregamos el fuego. Usadlo.



Coma

Dicen que hay que hay que saber elegir las batallas. En marzo de 1993 un diseñador japonés decidió luchar una histórica, quizás la más noble. Combatió para salvar algo pequeño, imperceptible —para algunos quizás insignificante— que contenía, en toda su pequeñez, el propósito de una vida: el bien, la verdad, la integridad y la belleza.

Toru Shiono trabajaba en Japan Radio Company, una de las empresas más importantes del mundo de equipos de radio; para algunos la mejor.  Ese día se respiraba optimismo en la planta de Mitaka: los datos de la economía nipona eran buenos y los cerezos estaban a punto de llenarlo todo de blanco y rosa. A media mañana, Shiono-san, ingeniero diseñador de la compañía, iba a presentar los bocetos preliminares para el último modelo de emisora de HF de la empresa, el más avanzado: el transceptor JRC JST-245 y su receptor hermano, el NRD-545.

Hoy, casi treinta años después, tengo ese mismo modelo sobre mi mesa del refugio. Lo enchufo, lo alineo bien a la mesa —la ocasión me exige una liturgia bizantina— y pulso su interruptor. Un sonido rico y docenas de luces de colores me hipnotizan, como en un paseo por la noche de Shibuya.

Segundos después me doy cuenta. Ahí está, ya no puedo dejar de mirarla. En ese display, discreta, la mayor batalla de diseño de la historia, por el territorio más pequeño.

Fíjate bien ¿La has visto ya?

La coma. Esa coma entre el uno y el tres. No es un punto, no. Es una coma porque, en su sistema de notación, ese cambio de miles a cientos se marca con coma y no con punto. Poner un punto en ese dial era más sencillo, era más barato, era, es, lo que todos hacen. Nadie diría nada si esa coma hubiese sido un punto. Qué más daba.

Pero no daba igual. Para Toru Shiono esa coma era lo que menos igual daba. Ese detalle pequeño, imperceptible,  insignificante para algunos, era el símbolo de una vida y unos valores en coherencia. 

La coma era lo correcto.

Aunque encareciese la producción de la radio, aunque elevase su coste, aunque nadie lo notase ni fuesen a felicitarle por ella, aunque media compañía se enfrentase a su propuesta… Esa coma debía permanecer. Por coherencia y por integridad, por verdad.  Renunciar a la coma habría sido fallarse, abandonarse.

Probablemente le dedicó una noche entera, en su mesa de trabajo. Una luz encendida en la oscuridad del edificio de oficinas del distrito de Mitaka. Su ángulos, sus rectas, la batalla que anticipaba. Probablemente preparó sus argumentos como quien ensaya un combate, a sabiendas de que sería cuestionado frente a la cúpula de la empresa. Con respeto pero con decisión, tendría que argumentar. Y tendría sólo una oportunidad. 

En esa coma residía el honor sentido y la belleza anhelada. En esa coma estaba la esencia de su profesión, el respeto a sus ancestros y la serenidad ante lo divino. A nada de eso podía fallar.

Me deleito mirándola y pienso en todas las batallas que luchamos, las que ganamos y las que perdemos, las heridas y las derrotas por una coma. Tiempo y dinero, clientes y proyectos.

¿Ha merecido la pena?

Otras veces las hemos evitado conscientemente. Como Ulises, hemos preferido tapar los oidos de nuestra gente con cera y atarnos al mástil para no acudir, para no estrellarnos por ellas ¡No son comas, son sirenas! ¡Que muera Parténope y se salven mi nave y mi tripulación!

El JST-245 y el NRD-545 fueron los últimos equipos de HF que fabricó la compañía. Pocos años después, el presidente de Japan Radio Company dio la orden de cerrar esa división y su personal fue recolocado.

En esa coma reside el mayor dilema de nuestra profesión, haciéndonos vacilar entre la función y la emoción, entre lo íntegro y lo óptimo, entre el mercado y la cultura, entre lo bello y lo sensato.

Ahí está, anaranjada y hermosa y discreta, siempre presente.

La pregunta

A veces la respuesta es una pregunta. En las preguntas, en las buenas preguntas, está el marco de entendimiento que necesitamos, la categorización de la realidad, el esquema, el diagrama que hace sencilla la respuesta. 

Hace unos meses me hice una que resuena en mi mente constantemente, como una sirena antiaérea, y que me hace ver la realidad con una lente diferente, como si viese en rayos X o con una cámara térmica.

Pero antes de plantearte la pregunta, tengo que darte algo de contexto:

Hace cinco años, mi hijo Javi y yo visitamos juntos la escuela de diseño de Ulm. Ese viaje era como una peregrinación para mi. Ahí nació y se gestó mucho del diseño que admiraba (hoy lo admiro pero con otros ojos ¿ves?) y ahí trabajaron, enseñaron y aprendieron algunos de los grandes del s.XX.

El pasillo de la residencia de alumnos y profesores. Un espacio de la muerte viviente, como los que describe László Földényi.

La visita, sin embargo, tuvo en mí el efecto contrario. De repente, todo ese funcionalismo, esa racionalidad, esa modernidad utilitarista me heló el corazón.  Meses después, en Cádiz con Terrés, la luz, la comida, la humanidad y la vitalidad que todo lo impregnaba y me impregnaba a mí también, me ayudaron a componer una síntesis algo personal. Ahí nació el nombre de las cartas: “De Ulm a Cádiz” y se gestó mucho de lo que hoy es el Instituto Tramontana.

Hace unos meses, visité de nuevo la Escuela de Ulm con alumnos del Instituto. Esta vez la visita fue con guía y a ella le agradezco que aclarase, que sintetizase en una frase, mucho de lo que yo sentía pero no sabía verbalizar:

“Quienes fundaron esta escuela querían rediseñar la sociedad.”

Al oirlo se me heló la sangre.

El plan de Ulm no era diseñar mejores artefactos, no era hacer mejor arquitectura, muebles, equipos de sonido, gasolineras o automóviles. No, nada de eso. El plan, el gran proyecto, era político: redefinir la sociedad conforme a su idea de cómo debería ser, conforme a su programa.

Qué ingenuo fui: pensaba que querían servir a su sociedad y su cultura, pero en realidad la rechazaban; querían convertirla en otra cosa.  Ese día entendí mejor el proyecto de la modernidad. Menuda bofetada me llevé.

La tradición no es el culto a las cenizas, es la transmisión del fuego.
Gustav Mahler 

¿Qué había de malo en la artesanía, en la vitalidad de una cocina de antes, en la madera que cuenta la vida envejeciendo como la piel de una anciana? ¿Qué les molestaba de los objetos que adornamos porque sentimos importantes, de ensalzar lo sensorial, de honrar nuestras raíces o de que queramos conservar aquello que sentimos bello y bueno? ¿Qué les llevaba a despreciar todo lo pasado e idealizar todo lo nuevo?

Pienso mucho en las casas clavo como la de UP, tan frecuentes en la china que no para de avanzar.

El mío, el del diseño y el producto digital, es un sector obsesionado con mirar hacia adelante. Se habla siempre de la novedad constante, de la revolución de esto y aquello, de que nada va a ser igual, de cambiar el mundo

¡Por qué cambiarlo, maldita sea!

¿Por qué no, simplemente, tratar de mejorar lo que está mal y de potenciar lo que está bien? ¿Qué resentimientos más grandes debéis de tener para no ver tanto bueno, para querer arrasar con todo, para hacer tábula rasa? ¿Por qué rehacerlo todo sin aceptar, sin entender, sin contemplar? 

Cuánta belleza, cultura y legado destruye vuestro proyecto. Nada se puede entender ni apreciar, nada se puede ya salvar cuando habéis iniciado los derribos, cuando entran las excavadoras y empezáis a hormigonar ese mundo nuevo que tanto anheláis.
 

Todo ser humano nace siendo heredero de un legado al que sólo puede acceder mediante un proceso de aprendizaje.

Si esa herencia fuera un patrimonio compuesto por bosques y prados, una villa en Venecia, un terreno en Pimlico y una cadena de tiendas en un pueblo, el heredero esperaría heredarlos automáticamente después de la muerte del padre o al alcanzar determinada edad. Se la traspasarían abogados y lo máximo que se esperaría de él sería un reconocimiento legal.

Pero la herencia a la que me refiero no es precisamente así; y, de hecho, no es así exactamente como lo imagino. Todo ser humano nace siendo heredero de un legado de logros humanos; una herencia de sentimientos, emociones, imágenes, visiones, pensamientos, creencias, ideas, interpretaciones, emprendimientos intelectuales y prácticos, lenguajes, relaciones, organizaciones, cánones y máximas de conducta, procedimientos, rituales, habilidades, obras de arte, libros, composiciones musicales, herramientas, artefactos y utensilios.

Michael Oakeshott

Idealizar lo futuro conlleva ignorar lo pasado. Soñar con algo que aún no existe (y quizás no exista jamás) acarrea ignorar lo que sí ha pasado y lo que ahora está siendo. Ensoñación frente a aprendizaje, insatisfacción frente a contemplación.

Me preguntan a menudo qué libros leer para aprender de diseño de interacción y experiencia de usuario. Suelo responder, con algo de sorna y cierto esnobismo, que ninguno de menos de cincuenta años, pues su vigencia es el indicador de la cantidad de verdad que contienen. Con los actuales, cautela y prudencia. Y sospecha abierta con los que hablan del futuro. Así, en general, con todo lo que atañe a aprender de diseño.

Diseñar es resolver, mediante tecnologías (cambiantes) las necesidades de personas en contextos concretos. Esas personas, esas necesidades y esos contextos son los mismos que hace diez, cien o mil años. La mitad de la ecuación del diseño tiene tres mil años de respuestas. Qué torpeza y qué desaprovechamiento el de diseñar con las anteojeras del mulo, mirando sólo hacia adelante.

Decía al principio que hay preguntas que son en si misma una respuesta. En otoño volveré a formar a doce diseñadores, a ayudarles a madurar profesionalmente. En algún momento, cuando menos se lo esperen, les pediré que respondan a la pregunta:

¿Diseñas para servir a tu sociedad o para cambiarla?
¿Diseñas para enriquecer tu cultura o para crear una nueva?

Doce ideas sobre ideología y diseño

Un buen debate es como el viento que despeja un territorio de nubes: aclara ideas, posiciones y la escena se vuelve más nítida. Ayuda a entender mejor los argumentos propios y los del otro.

Ayer debatimos en Vidiv unos cuantos sobre si era deseable un diseño politizado. Aquí van mis notas sobre el tema, algo más pulidas tras la fricción de argumentos que provoca el debate.
 

I

Una aclaración necesaria: el diseño tiene casi siempre consecuencias políticas, pero no siempre tiene intención política. Las consecuencias son inevitables, la intención la decidimos quienes diseñamos.

 

II


Una premisa: diseñar implica resolver un reto (problema, necesidad, tarea) entendiendo el contexto en el que se resolverá y las personas implicadas en ello. A mayor conocimiento de contexto y usuario, más probabilidad de acertar en la resolución. Podríamos llamarlo diagnóstico. Y no hay buen tratamiento sin buen diagnóstico.


III


Una obviedad: una ideología tiene siempre dos partes. La primera es una idea de cómo deseamos que sea el mundo. la segunda, un programa, una serie de acciones para llegar a ese modelo de sociedad.

La ideología no busca entender el mundo, busca transformarlo. No busca abrazar la verdad como es, sino encajarla en su modelo. 

No se puede entender una necesidad, problema, objetivo de diseño si no se desea entender y aceptar la realidad tal y como es. Si sustituimos diagnóstico por ideología, resolveremos siempre peor.

La contaminación del diagnóstico por nuestra forma de ver el mundo es inevitable. La contaminación consciente e intencionada es injustificable.

Un error: sustituir investigación por cosmovisión.
El diseñador ideologizado va por ahí con una solución en busca de problemas.
 

IV

Somos seres políticos. Todos tenemos ideología, de forma más o menos consciente y manifiesta. Eso no significa que tengamos que retregársela a todo lo que hacemos.

 

V

Otro error: confundir ética con política. Actuar moralmente, evitar el mal en tus decisiones de diseño, es ético, no necesariamente político.

 

VI

Dos ejemplos:

  1. ante un dolor de ovarios, un ginecólogo ultraconservador concluye que esa mujer debe tener hijos para que ese dolor desaparezca. Su actitud ultraconservadora le lleva a confundir tarea y usuario: se olvida de que su usario es la mujer que tiene delante y que la tarea es curar ese dolor de ovarios porque su ideología le dice que la tarea es subir la natalidad y la sociedad es “el usuario”.

  2. Le Corbusier se atribuye la responsabilidad de renovar “el viejo mundo”. Proyecta grandes barrios con bloques de viviendas masivos obsesionado por la renovación estética y por la optimización de recursos. El resultado: estructuras deshumanizantes que acaban sumiendo en mayor miseria a sus habitantes, que anulan toda posibilidad de espontaneidad, que limitan y alienan igualando a todos en la colmena. Ejemplos: Los ‘grands ensembles’ de Marsella y Nantes o la Interban de Berlín.

Una curiosidad: en la URSS se copiaba todo el diseño de occidente que se podía. No dieron con un buen modo socialista de hacer buenos productos.

 

VII

Todos nos sabemos bienintencionados, pero la calidad del diseño está en los resultados, no en la intención de quien lo proyecta. Investigación, estudio y entendimiento ganan a buenas intenciones. Búsqueda de la verdad gana a ideología. 

Construir sobre la verdad es más duradero que hacerlo sobre la ideología.

 

VIII

El diseño se debe al encargo: alguien señala el problema y nos pide que lo solucionemos. El encargo puede venir de nosotros mismos, de un cliente, de un partido o de un amigo, pero siempre lo hay. Es la intención previa, la definición del problema (necesidad, objetivo, reto).

El ejercicio de la política es priorizar, elegir qué cosas son un problema y cuáles no. Y asignar encargos y recursos a ello. Algunos de esos encargos son de diseño.

 

IX

Elegir a nuestros clientes es el mayor acto político que podemos hacer como diseñadores. Una vez hecha la elección, resolvemos el encargo con la mayor solvencia técnica posible. Lo político es elegir la intención, no ejecutar.

La ideología está, debe estar, pero no en la ejecución. 

Un profesional ideologizado confunde lo que sucede con lo que quiere que suceda; sea de derechas o de izquierdas, no hay sector ajeno a este fenómeno.

Nadie quiere criterios ultraconservadores, neoliberales, socialdemócratas o libertarios en su tratamiento médico, en el diseño de su barrio o en el menú del comedor escolar de sus hijos.

 

X

Otro error: confundir política y cultura.

El diseño no es cultura pero bebe de ella y a su vez desemboca en ella. La usa y la crea en un ciclo infinito. Cuando el diseño se acerca a la cultura no lo hace como a la ideología. La cultura siempre suma y no es un recurso escaso.  La cultura es la expresión creadora de una sociedad y acercarse a un ámbito de lo cultural no va en detrimento de otro. No habría que confundirlos.

XI

Hechos > argumentos > opiniones.

XII

La conciencia de nuestros sesgos es el primer paso para un ejercicio profesional bueno. El segundo es la integridad: que nuestros discursos se alineen con nuestros actos. 

Elegir para quien diseñamos, al servicio de quién y de qué ponemos nuestro esfuerzo y conocimiento es el único acto ideológico deseable.


Aquí está el vídeo de la sesión de debate que menciono al inicio del post:

Factores y colectivos

¿Lo tiene más difícil una mujer joven y soltera que vive en Madrid o un padre de dos hijos que vive en Canarias? ¿Un chico de familia pobre o uno de familia acomodada con problemas de dicción? ¿Una marroquí rica o una belga pobre? ¿Una que cuida de su hermano pequeño o uno que sufre dislexia?

¿Cuántos factores exógenos pueden perjudicar el acceso, la formación y el éxito profesional de alguien que diseña (o se dedica a cualquier otra profesión)?

A mí, ahora mismo, me salen estos:

  • Tener pocos ingresos (propios o familiares)

  • Vivir en un país pobre

  • No ser hombre

  • No hablar idiomas

  • Tener un acento muy marcado

  • Tener dificultades para expresarse 

  • Ser introvertido/a 

  • No tener apoyo familiar

  • No ser de raza blanca

  • Vivir lejos de las grandes capitales

  • Tener un timbre de voz desagradable

  • Tener mala infraestructura de internet donde vives

  • Tener hijos en edades tempranas

  • Vivir en un barrio deprimido

  • Tener una familia desestructurada

  • Tener alguna discapacidad física

  • Sufrir problemas de dicción 

  • Sufrir dislexia

  • Tener familiares dependientes

  • Tener problemas visibles en la piel

  • Sufrir alguna enfermedad mental

  • Ser desfavorecido/a físicamente (fea, obeso, demasiado baja, demasiado velludo…)

  • Sufrir trastornos del sueño 

  • Estar en edad madura

Obviamente son más, aunque ahora no se me ocurran. ¿Te viene algún otro a la cabeza? ¿Cuáles crees que pesan más?

Yo diría que algunos son más perjudiciales que otros y todos injustos. Hay manos de cartas malas, muy malas y terribles. Todos lo hemos visto y alguna seguro que hemos vivido.

Es algo complejo, intrincado, de muchas variables. Cada persona tiene una situación (o varias sumadas) y la afronta con los medios y esfuerzos que tiene, es lo natural.

Simplificar es siempre injusto hacia unos u otros. Hacer grupos y priorizarlos también lo es. 

La tendencia actual, el zeitgeist del momento, exige la visión colectiva y castiga la particular. En lugar de ver dificultades que compensar, vemos colectivos a quienes priorizar sobre otros, dejando las particularidades fuera, perjudicando a quienes sufren una desventaja “no colectivizable”. 

De una manera un tanto orwelliana, todo son colectivos y todos los colectivos son iguales, pero unos lo son más que otros.

Comunión, complicidad, inmersión

¿Si no queda más remedio que enseñar en remoto, cuál es la mejor forma posible de formar a quienes crean productos y servicios, dados los medios que tenemos?

Llevo años enseñando diseño presencialmente pero también con algunas experiencias online en varias universidades y escuelas, algo que me ha generado muchísimas dudas y escepticismo. Mi posición inicial siempre ha sido “no enseño online si podemos hacerlo presencialmente”, pero la pandemia cambia las reglas del juego. Ahora no queda más remedio.

Ahora bien… No todo vale. O lo hacemos bien, o no lo hacemos. Y puestos a hacerlo… ¿Habrá forma, por raro que suene, de unir la sensatez y la sabiduría de Gregorio Luri con los sueños electrónicos de McLuhan?

En el proceso de enseñar y aprender influye lo metodológico, los contenidos y materias, lo personal, lo ambiental y lo contextual… No quiero hablar ahora de todos esos aspectos, sino de algunos, los que por mi experiencia con grupos pequeños de aprendizaje avanzado han sido más relevantes: comunión, complicidad e inmersión.


Comunión

No me estoy refiriendo al sacramento de la eucaristía, sino a profesar, en un momento y un lugar común, una creencia compartida en algo.

Cuando un grupo de personas se une en un lugar, con una intención y ritualiza el momento, con gestos, costumbres y pequeñas liturgias, crea una atmósfera propicia al propósito que se haya marcado. Puede ser antes de un partido de baloncesto, cuando padre e hijo preparan una salida de pesca juntos o al sentarse una familia a la mesa, en una ocasión especial. En nuestro caso, el momento es al disponernos a estudiar, practicar y aprender una disciplina.

Un alumno del año pasado me dijo, tras el confinamiento, que ir clase los viernes era especial para él, era como ir ‘al templo’. Metáforas religiosas aparte, lo cierto es que llegar a la sede del Instituto Tramontana , con esa luz de atardecer que tanto acaricia, ir preparándonos los cafés, ponernos al día, silenciar los móviles y acomodarnos en los sillones… Todo ese ritual informal propicia ese sentido de comunión.

¿Se puede lograr esa comunión en remoto? Con los medios que tenemos hoy, a 2020, mi sensación es que no, no con un grupo que no se ha conocido antes en persona.


Complicidad

Cuenta Slavoj Žižek —para nada santo de mi devoción— que el racismo y la xenofobia terminan cuando un blanco y un negro (o un local y un extranjero) hacen una broma sobre sus esposas y se ríen juntos. En ese momento, según Žižek, ambos hombres se han igualado. Ese humor, aunque políticamente incorrecto, ha creado una complicidad entre ellos que les une en un plano de equidad.

No es distinto en un grupo que comparte propósito de aprendizaje. El humor, las bromas, enseñar los dolores y las cicatrices, a menudo propiciados por una copa de vino… Todos esos son mecanismos de complicidad que pueden hacerse cara a cara y que difícilmente podamos hacer en remoto. Todos ellos nos igualan, nos sitúan en la misma dirección, en el mismo ángulo, hacia aquello que hemos venido a hacer.

Alumnos del programa de Dirección de Producto, en una clase que impartía Roberto Heredia, CEO de Muroexe.

Alumnos del programa de Dirección de Producto, en una clase que impartía Roberto Heredia, CEO de Muroexe.

De nuevo, lograr complicidad con un grupo que no se conoce en persona es complicado, si no imposible. Las pantallas son ventanas muy pequeñas y nos preocupa más lo que escondemos que lo que enseñamos. Más que a una clase presencial, lo online a menudo se parece más a la sala de espera de la consulta del médico, donde compartimos dolencias con el de al lado, pero en lugar de complicidad experimentamos recelo.


Inmersión

Uno de los errores más comunes entre quienes crean entornos interactivos es confundir inmersión con simulación. Queremos que alguien se sienta en un lugar y para ello construimos una réplica torpe, una maqueta a escala hecha de píxeles de lo que nuestros ojos ven en el original. A menudo, la simulación sólo lleva al valle inquietante.

La inmersión, sin embargo, se logra ‘engañando’ al cerebro mediante todos los sentidos y no sólo uno. A menudo, para que sintamos presencia en un lugar importan más las evocaciones que la literalidad. Los olores y los sonidos suelen ser mejores evocadores que lo visual. Una grabación binaural escuchada con los ojos cerrados nos transporta mejor y nos hace sentir más que una imagen de 100 pulgadas pero con mal sonido. Si te interesa conocer mejor los mecanismos de la inmersión, te recomiendo estos videos del canal Interacción de Tramontana (están en abierto).

Un busto parlante en una pantalla, enfrentado a docenas de otros bustitos, en mosaico, con un audio infame, sin sentido de contexto ni profundidad, es todo menos inmersivo. Lo hemos vivido cientos de veces estos meses en zooms, skypes y similares. Son la peor versión de una reunión agotadora en la que te obligasen a mirar siempre a la cara a tu interlocutor: te sangran los ojos.

Inmersión requiere de completa atención y foco. El entorno digital, sin embargo, propicia la fragmentación infinita de la atención: ventanas, pestañas, notificaciones…

¿Debe ser quizás la TV,  y no el PC, el soporte para el aprendizaje en remoto?

Para que haya inmersión cognitiva debe haberla antes sensorial. Más como una partida de Fortnite que como un Zoom, más como una película que como un Moodle.

A partir de septiembre, condicionados por la situación de pandemia, empezaremos a impartir cursos en modalidad presencial y remoto a la vez (pdf): pocas personas en la sala (pero que haya) y un grupo que se conecta en remoto. 

Esquema del rodaje y retransmisión de cursos en la sala grande del Instituto Tramontana, respetando distancias de seguridad.

Esquema del rodaje y retransmisión de cursos en la sala grande del Instituto Tramontana, respetando distancias de seguridad.

Somos conscientes de que no lograremos comunión ni complicidad entre quienes estén en remoto, pero queremos ir avanzando en poder hacer una experiencia más inmersiva. Por el momento, vamos a hacer una producción audiovisual más completa, con varias cámaras, sonido profesional y realización en directo. Más pensada para ser vista desde el salón de casa, con toda la atención, que desde la pantalla del ordenador, en la pestaña nº7.

No será perfecto, habremos mejorado un poquito la inmersividad, pero nada la complicidad o el sentido de comunión entre alumnos; lo tenemos presente.

Seguimos pensando en ello. Queda mucho que observar, estudiar, aprender y mejorar.

Una charla para equipos de producto

El año pasado impartí una charla en ocho ocasiones, ante equipos de diseño y producto interesados en ganar perspectivas. Lo hice sin cobrar, sólo por el placer de aportar. Me gustaría repetir la experiencia. ¿Le interesa a tu equipo?

Guardo muy buen recuerdo de esa "gira", de haber conocido a los equipos de Sngular, Adevinta, Runroom o incluso a algunos clientes de 7r Ventures, entre otros. La mayoría de esas charlas fueron a puerta abierta, cosa que agradecí, aunque no era un requisito. Tampoco cobré por ellas: agradecí que me pagasen el billete de tren, cuando fue en Barcelona, o una copa de vino y un poco de conversación sobre cuando fue en Madrid.

Más que perder tiempo o fuerzas, siento que gano haciendo algo así. Me abre a conocer personas y formas de trabajar nuevas, a poder conversar sobre el Instituto y compartir pareceres sobre cómo podemos mejorar como creadores de servicios y productos digitales.

En el Instituto Tramontana, hablando de Kersting, la Bauhaus y el diseño de radios Nazis.

En el Instituto Tramontana, hablando de Kersting, la Bauhaus y el diseño de radios Nazis.

El martes pasado, presentando el programa de iniciación al diseño, hablé de la relación entre formato, dispositivo, contenido y contexto de uso. De los códices a los transistores, de los vinos húngaros a las radios Nazis, de lo visual a lo acústico y de los dispositivos que ponemos en la mesa y los que metemos en nuestra mente. Fue una de esas charlas que disfruto compartiendo porque siento que conectan y dan continuidad a muchos conceptos con los que trabajamos en el Instituto.

Me hace ilusión poder compartirla con más gente. Si en tu organización hay curiosidad intelectual y crees que una charla así puede serviros de inspiración o si sois anfitriones de algún encuentro en el que pueda tener cabida, ponte en contacto conmigo, que estaré encantado de compartir a cambio de una copa de vino y algo de conversación.

Sobre el Diseñador de Desarrollo

Ayer, en una de las cartas del newsletter De Ulm a Cádiz, donde publico ideas y vivencias que tienen que ver con la creación del Instituto Tramontana, propuse un rol intermedio entre el diseñador y el desarrollador. Lo llamé Diseñador de Desarrollo, haciendo la analogía con el arquitecto de obra clásico, el que supervisa y ajusta, pero no necesariamente proyecta.

Creo que esa figura podría responder al problema eterno de las diferencias (a menudo déficits) entre lo que se define cuando se conceptualiza y diseña y lo que se acaba desarrollando, cuando surgen problemas, limitaciones (de tiempo o tecnológicas) o malas interpretaciones.

El rol del arquitecto de obra lo describí así:

El rol del arquitecto de obra, el que no proyecta, sino que supervisa y se encarga de aportar soluciones sobre la marcha cuando aparecen contratiempos (un material no llega, unos cálculos estaban mal) para que la obra no pare. Ese arquitecto, no siendo dueño intelectual del diseño, es su garante, pero desde el realismo: se encarga de que el resultado sea lo más fiel a lo proyectado dentro de las circunstancias y con los medios que se den.

Y mi propuesta para un diseñador de desarrollo la enuncié así:

El rol del Diseñador de Desarrollo, si me permitís el bautizo, tendría dos partes:

La primera sería interiorizar el trabajo de diseño previo, la naturaleza y propósito del negocio y del proyecto, la lógica de todas las funcionalidades y procesos, la consistencia de la solución a lo largo de todas las pantallas y la esencia de todas las armonías, la estética y los elementos comunicacionales, artísticos y demás. En esa parte, el diseñador de desarrollo (DD) habría estado desde el inicio, escuchando y empapándose.

En la segunda parte, el DD acompañaría a los desarrolladores (de front y back) en todo el proceso, explicando, aclarando, corrigiendo diseño cuando surgen cambios, diseñando elementos o pantallas nuevas y —esto es lo más importante— haciendo ajustes cuando por tiempo, coste o circunstancias hay que simplificar la complejidad de diseño en algún punto y facilitar la tarea de desarrollo.


La idea ha dado que hablar bastante, he recibido unos cuantos mensajes con experiencias y comentarios sobre el tema, tanto por email como en Twitter.

El comentario más generalizado ha sido que no habría que crear un rol específico, que se trata de que la persona de diseño y la de desarrollo hablen más, que haya diálogo y estén ambos involucrados desde el principio. Este hilo de Carlos Hernández ilustra bastante bien algunas de las reacciones:

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Carlos apunta en su hilo a algo que no puedo negar. Es obvio que la comunicación es importante y que es bueno que ambos roles sepan de lo que hace el otro. Pero no creo que con buena voluntad se resuelva un problema que es estructural. Trataré de describir unos escenarios muy comunes en proyectos que tienen cierta entidad, para que se entienda la dificultad —a veces imposibilidad— de comunicación entre equipos de diseño y desarrollo:

Diferentes empresas

A menudo la empresa que hace diseño no es la que desarrolla. Esto puede pasar porque el cliente ha elegido a una empresa especializada en diseño y luego el trabajo de desarrollo lo hace internamente. Yo mismo he diseñado y dirigido equipos de diseño para clientes que han trabajado así. En esos casos puedes reservar tiempo para acompañar a desarrollo, pero la realidad es que no tienes facilidad para tener a personas de tu equipo físicamente al lado de otras de otra empresa que trabaja desde su propia oficina.

Diferentes tiempos

A menudo se hace el diseño y no se sabe cuándo se implementará el desarrollo. Cuando se trabaja en modo consultoría, es importante tener a las personas asignadas a proyectos con la mayor antelación posible. Si el diseño se hace entre enero y marzo y el desarrollo se sabe que se hará entre abril y junio por otra empresa distinta, ¿Cómo demonios puedo reservar yo tiempo de alguien que debería estar en esos días en otro proyecto para que acompañe al equipo de desarrollo asistiéndole constantemente?

Diferentes ubicaciones

A lo anterior sumemos cuando el diseño se hace, por ejemplo, en Madrid y el desarrollo en Bilbao o en Argentina. En esos casos, el acompañamiento y la asistencia, en el mejor de los casos, se queda en unas videoconferencias rápidas, a menudo incómodas, para resolver dudas.

Lo cierto es que en muchísimos casos concurren esos tres escenarios. De hecho, cuanto mayor es el proyecto, más probable es que concurran: proyectos con equipos deslocalizados que trabajan de forma asíncrona y hasta en idiomas diferentes. ¿De verdad creemos que la buena voluntad y el espíritu de comunicación van a ser suficientes para asistir a desarrollo cuando se encuentre dificultades con los diseños?

Como en todo, la buena voluntad y la actitud son importantes, pero a medida que los sistemas humanos se vuelven complejos, tenemos que convertir lo deseable en legal, trasladar los buenos hábitos en leyes y normas y asignar tiempo y personas a ello. Por eso, a partir de cierto tamaño, creo que un proyecto debería tener un Diseñador de Desarrollo.

Un par de aclaraciones:

  • Estoy hablando de la creación de productos digitales desde consultoría, como proveedores a un cliente, no como equipos internos.

  • Esto tiene sentido para proyectos medios-grandes, con planificaciones relativamente complejas y equipos numerosos, donde se trocea el trabajo. En proyectos sencillos obviamente no aplica.

  • Que haya un DD no quiere decir que los diseñadores no deban saber de tecnología o que en la fase de concepto inicial no deba haber gente técnica. Ojo, lo aclaro antes de que se me tiren al cuello. Eso me parece una MAG-NI-FI-CA práctica. Pero lo uno no quita a lo otro, porque por mucho que sepan de programación o sistemas los diseñadores, habrá contratiempos, habrá cambios, habrá imprevistos.

En la carta propongo que el Instituto Tramontana hospede un evento, mitad encuentro de debate mitad curso, donde quienes saben de esto puedan aportar sus puntos de vista, puedan enseñar y entre todos podamos reflexionar sobre el tema y quizás hacer cambios en el modo en que trabajamos y proveemos diseño. ¿Qué os parece?

La foto es de una de las obras en las que ha trabajado Jara. Aquí más fotos suyas.

La foto es de una de las obras en las que ha trabajado Jara. Aquí más fotos suyas.

La charla más importante

El día 4 de julio presentamos el Instituto Tramontana en Wayra Madrid y yo daba la charla más importante de mi carrera.

¿Sabes cuando crees que todo va a ser un desastre y decides no pensar en ello y tirar adelante sin mirar? Pues así estaba yo. Teníamos bajas en el equipo, abrimos más frentes de los que podíamos gestionar: desde unos jamones que tenían que llegar cortados de Huelva a la gestión contrarreloj de los ponentes. Para colmo, la lista de plazas se llenó a las dos horas de abrirla y la de espera rebosaba. Te juro que estaba muerto de miedo, pero decidí no preocuparme y centrarme en la charla.

Todo salió a pedir de boca, menos mal. Di gracias al cielo por Isabella y Mónica, por Wayra, por Jorge y Sergio con los ponentes y por la buena gente que vino. Fue algo redondo.

El evento tuvo tres partes: una presentación del Instituto, mi charla sobre diseño y una mesa redonda de lo mejorcito de la dirección de producto digital.

Decía que era la charla más importante de mi carrera, sí, pero eso no lo sabía nadie, sólo yo. En esos 25 minutos tenía que ser capaz de transmitir una gran idea imbricando veinte piezas diferentes: de la pintura renacentista a la religiosidad presbiteriana, de Silicon Valley a un hipotético Apple que diseñase desde Italia, templos griegos, contrareforma católica, Ulm, cuchillos con grabados, una mansión refugio contra la peste, los otomanos y hasta el jamón y el vino que teníamos en la mesa. Todo estaba conectado y todo me iba a servir para hablar de diseño, de cómo y por qué diseñamos lo que diseñamos y para cuestionarnos los caminos y los propósitos.

Fue —con la torpeza de la primera verbalización— la síntesis de todo en lo que creo cuando hablamos de crear cosas. Y por eso es la charla más importante de mi vida.

Te la dejo aquí: Pensar y hacer el diseño. Entre la Utilidad y el deleite

Creo que sirve para hacernos preguntas, aunque no todos lleguemos al mismo lugar, porque no es un recorrido, es una gran malla de ideas. Si decides verla, compárteme tus impresiones, concuerdes o disientas.

Me gustaría repetirla, darla de nuevo en casas de amigos, en estudios de aquí y de allá, en eventos o en empresas que me lo pidan, sin cobrar por ello; me ayudará a mejorarla y a abrir reflexión sobre algo que creo que nos conviene como profesión.