Sensorium Dei

Newton entendía el espacio como un continuo inconmensurable que sólo Dios podía percibir en su totalidad. Por eso lo llamó Sensorium Dei: el espacio sensitivo de Dios.

Para poder existir en ese lugar ilimitado, la humanidad tuvo que acotar esa extensión en parcelas de espacio y tiempo que tuviesen sentido, a escala de nosotros mismos. Troceamos el espacio en lugares con diferentes medidas y significados: mi planeta, mi país, mi ciudad, mi casa, mi habitación… Y, de igual forma, parcelamos el tiempo en unidades que se adaptan a nuestros propósitos y circunstancias: los años, cursos, unas jornadas, el rato que dura un café, el instante del ascensor… Nuestra realidad es, por tanto, una sucesión de eventos en el continuo espacio tiempo. Algunos son sólo nuestros, individuales, irrepetibles. Otros, decidimos compartirlos.

Hace un par de horas se ha ido del Instituto Tramontana Joan Tubau, un tipo de presencia, discurso y diálogo elegante. Hemos hablado mucho del tiempo, como moneda, como herramienta de trabajo y como artefacto para interpretar el mundo ¿Te acuerdas de Arrival, la peli de Villeneuve donde los extraterrestres nos regalan otra manera de procesar el tiempo?

Hace una semana y algo, estuve en Telmodice hablando con gente de diseño sobre lo digital. Les expuse una idea que me ronda mucho últimamente: todas las formas de diseño se definen por la naturaleza material de lo que crean (ropa el de moda, objetos el industrial, libros el editorial, pósters y visuales el gráfico…) menos el diseño de interacción, el digital, el nuestro, que no se puede definir por lo que crea porque lo crea todo: espacios, objetos, servicios, mensajes…. La diferencia del diseño digital, lo que lo hace distinto, es que sus creaciones no ocurren en el plano de lo material, sino en el de lo temporal. El diseño digital crea cosas que ocurren en el tiempo, que cambian, mutan, dialogan… Cosas que nos acompañan.

Bernardo de Chartres dijo, antes que nadie, eso de que caminamos a hombros de gigantes, refiriéndose a que los escolásticos se apoyaron en la filosofía y la ciencia (griegas y romanas, sobretodo) para avanzar en el conocimiento, para ver más que sus predecesores.

La idea, que luego le copia Newton y que Umberto Eco pone en boca de Guillermo de Baskerville, tiene connotaciones muy interesantes: para el campesino medieval que no conoce más que su día y su noche, sus veranos y sus inviernos, no existe la idea de futuro, pues la vida es cíclica y se copia, se repite a si misma. Sólo existe el nacimiento, la juventud y la vejez, en forma de segmento de ese anillo infinito. Pero cuando alguien decide aprender y descubrir, ensancha su espacio intelectual y con él la ventana de lo posible. El mañana pasa a poder ser diferente y por tanto mejorable. Y así creo yo que nace la idea de progreso, de que el tiempo no es un anillo sino una linea. Y no trabajamos para que hoy sea bueno, sino para que mañana sea mejor. Ojo, cuidado con la trampa.

La idea de tiempo, ese invento que da a luz la modernidad (o al revés), me ronda mucho, ya lo decía antes. De ella brota una estética, un imaginario y una industria. También una tecnología, ojo: el reloj crea unidades precisas de tiempo que se pueden cuantificar, vender —qué es sino la letra de cambio—, que se puede invertir, ahorrar… y robar, como agudamente señalaba Joan Tubau hace un ratito. Tanto me gusta la idea que le dedicamos un capítulo en el módulo 4 de Design Graduate, el más reflexivo, contextualizando en ella el diseño de lo digital, que como digo, es el diseño de artefactos que ocurren... En el tiempo. Ay, ¿será que el diseño de lo digital es entonces la forma de diseño más capitalista de todas?

Harina de otro costal es la idea de posteridad, que sí existe desde mucho más atrás y que conlleva poder dejar algo en el camino y que lo encuentren quienes pasen más tarde (poster, después). En esa forma de entender el tiempo, que Nolan retuerce con obsesión plateresca en sus películas, las cosas son diferentes: el tiempo no pasa por nosotros, sino nosotros por él. En Tenet (esa obra maestra) la tecnología no reinterpreta el flujo del tiempo, sino que lo revierte: un positrón es un electrón viajando hacia atrás en el tiempo. ¡Boom!

Los personajes de Tenet se matan por esa tecnología , los extraterrestres de Arrival son más altruistas y directamente nos la regalan: y eso que es su bien más preciado, su manera diferente de entender el continuo espaciotemporal, su propio sensorium alienum. Ese entendimiento de devenir les hacía una civilización superior, igual que nosotros nos sentimos superiores a los campesinos de la alta edad media que no tenían relojes y vivían según los ciclos del sol y del campo. Eso, sentirse superior moral, espiritual y culturalmente a los que estuvieron antes, simplemente porque tenemos acceso a más información o más tecnología, a mí me parece paternalista y hasta supremacista, tanto que me llego a enfadar cuando lo veo en nuestro entorno, tan dado a juzgar lo pasado con altivez. Luego me doy cuenta de que el rato dedicado a esa gente ha sido tiempo perdido, un gasto y no una inversión, un pasivo y no un activo que podría dar más y mejor tiempo después, como el ratito con Tubau de hoy.

Diseño Dō

Suele ser después de cenar, cuando Jaume duerme y Jara está con sus cosas. No es todas las noches, sólo de vez en cuando. Lo propone Javi y me cuesta rechazar:

— ¿Vemos un episodio de Cowboy Bebop?

Es una serie de anime de finales de los 90 con una propuesta estética y conceptual muy peculiar: un futuro donde lo más moderno convive con lo tradicional, los hologramas con el jazz y los viajes interestelares con los animales de compañía. Hace unos meses era otra serie la que compartíamos: Neon Genesis Evangelion, algo más convencional dentro del anime de ciencia ficción, pero tremendamente interesante en la forma en que se proyectaban las interfaces del futuro desde 90.

Muchos de los que fuimos niños en los 80 compartíamos fascinación por Japón y esa mezcla de tradición y tecnología tan peculiar: las artes marciales, los relojes digitales con calculadora o, mejor aún, ¡juegos! Robots y walkies, equipos de sonido y cacharros teledirigidos: Alinco, Sony, Yaesu, Casio, Canon, Kyocera, Nintendo, Atari…

Esas marcas ejercían (y siguen ejerciendo) una fascinación en mí, un cosquilleo en las entrañas. En aquellos años yo ya había decidido ser diseñador de interacción, pero aún no lo sabía. 

Tampoco sabía que cuarenta años después me dedicaría a formar a quienes diseñarán las interacciones del presente y el futuro, en las teles, los relojes, los móviles y los coches. En lo sonoro y lo visual, lo táctil y lo cognitivo. Desde la reflexión al ejercicio y de la utilidad al deleite.

En septiembre vuelvo a impartir el Programa de Diseño de Interacción. Ya hemos publicado el dossier del programa y recibimos solicitudes.

Aunque mantiene la esencia de cuando empezó en 2007 (fue el primero en su clase y tema), el programa ha evolucionado mucho. Empezó siendo más técnico y cada vez es más intelectual.  No es así por capricho mío: quienes han dado el paso buscaban ganar solidez, solvencia y elevación intelectual. Más que oficio, profesión y más que mero ejercicio, liderazgo, ejemplo y reflexión.  

De nuevo Japón. Como un , el camino del diseño, une contemplación con entrega, estudio con ejercicio y fuerza con delicadeza. Puede ser repetitivo, meditativo, minimalista y contundente. Exige valores y persigue belleza.

Hay otras formas de entender una profesión (de profesar) pero ni a ti ni a mí nos interesan.

Consumatum est

Me dice Mónica que lo acorte, que un vídeo así no debería durar más de dos minutos. Pienso que tiene razón. Salgo de la consulta del médico y me meto en una cafetería. ¿Quiere una pulguita con el café? No, gracias, el café y ya está. Reviso el texto. No, Mónica no tiene razón, no podemos quitar ni un párrafo de lo que queremos contar. Sería como quitar una dovela de un arco, se desmoronaría todo. 

Me llama José Manuel Navia para decirme que si podemos convertir la sala McLuhan (la insonorizada) en un cuarto oscuro ¡Pues claro! Quiere salir con los alumnos y una cámara estenopéica a la calle, hacer fotos y revelarlas luego en el Instituto. “Javier, cuando ves el proceso completo, entiendes mejor el uso”. Me dice que va a traer muchos trastos, cámaras de cada época “para que se entienda cómo el aparato condiciona la forma de contar”. Navia también tiene razón. Sorbo el café (torrefacto, maldita sea) y pienso que ojalá poder asistir a ese programa. A algunas clases iré, sin duda.

Me llega una alerta al móvil: “los resultados de su analítica ya están dispo…” Mejor los miro luego. Quiero conservar el estado de concentración pero  se hace imposible. “Cariño, si puedes cambiarte de mesa, que van a comer los chicos en esta…”. El asiento de la silla nueva está helado. Pongo el móvil en “no molestar” y abro de nuevo el texto del video. 

No sólo no soy capaz de recortar, necesito contar más cosas. Esta gente está valorando invertir en el Instituto Tramontana, cómo no voy a contarles que estamos costeando gastos de guardería y de viajes a quienes tienen niños o quienes vienen de lejos. Cómo no contar las becas del 100% a personas sin recursos en los programas de iniciación al diseño. Cómo no mencionar que una persona del equipo de Enfoques ganó un Goya, o que a un alumno le han dado el Premio Nacional de Diseño…  Me tengo que centrar en lo que (les) va a importar, la escalabilidad del proyecto, la rentabilidad, la necesidad de producir más cursos con más equipo humano… 

Enfoques es la segunda parte del Instituto. Es un dossier que lleva tres años en un cajón, con un post-it que dice “no abrir hasta estar preparados”. Es la manera en que todo lo que hacemos, todo en lo que creemos y todo lo que nos quita el sueño y nos da la vida se puede sacar de Goya 27 y llegar a mucha gente, con precios asequibles y calidad excepcional. Es un plan de irrigación masivo que sólo podemos acometer con ayuda y complicidad de gente. Si te interesa y estás en posición de invertir, avísame.

Me salta otra alerta en el móvil. Definitivamente no soy capaz de configurar bien los modos de silencio. “Reunión Leica hoy a las 17h”. Me acuerdo de las diapos de Barnack y la Leica M, de las clases en que cuento cómo la cámara de 35mm, convertida en verdaderamente portátil, cambia la manera en que el mundo percibe la guerra. De leer crónicas a ver instantáneas, de que te la cuenten a que te la enseñen. Seguro que Navia habla de ello en su programa.

En el televisor, imágenes de tanques ardiendo, de drones grabando combates y de la matanza de Bucha. Nuestra guerra civil fue la primera guerra de las instantáneas. La del Golfo lo fue de las cámaras en misiles y esta está siendo la de los móviles. El medio es el mensaje y McLuhan enmarcado en el Instituto.

Se alternan nazarenos de Semana Santa con inocentes muertos en cunetas de Ucrania.

Consumatum est.

Tormenta inminente

Acaban de producirse dos erupciones solares importantes, casi simultáneas. Se espera que las subsiguientes tormentas solares alcancen la tierra esta noche. La doctora Tamitha Skov lo ha descrito de una forma muy evocadora:

Una ráfaga de ametralladora solar que terminará en dos puñetazos de nivel 1,2 a la Tierra.

Al escuchárselo a la Dra. Skov, lo primero que he pensado es que menudo dominio de la retórica y el verbo. Lo que un científico cualquiera te cuenta con datos aburridos, ella lo vuelve evocador y fácilmente imaginable. Ahí está la grandeza divulgadora de esta profesional: consigue contar la radiación electromagnética, que es invisible e imperceptible por nuestro cuerpo, como ráfagas que terminan en dos puñetazos ¡Pum, pum!, algo que sí vemos y podemos sentir. 

Aquí la doctora Skov dando el parte meteorológico espacial.

Da lo mismo que tengamos que describir los efectos de la próxima erupción solar, redactar una carta al rey de Marruecos o explicar el valor de una propuesta; a menudo —y más en unas profesiones que otras— trabajamos con conceptos, ideas y números cuyo valor nos cuesta trasladar porque son intangibles: ni se ven ni se sienten. Por eso, precisamente, creamos el Programa de Diseño Verbal de Iván Leal que empieza pronto. Saber contar, elegir y combinar las palabras, explicar, emocionar, legitimar…

La retórica de Aristóteles ¿recuerdas? No sólo es necesario para nuestras profesiones, sino que es diferenciador. Para mi lo ha sido y cada vez lo tengo más claro: la herramienta más poderosa de alguien que quiere que pasen cosas es el bloc de notas. No sólo para modelar el discurso hacia otros, sino para modelar el pensamiento hacia uno mismo.

Pero volvamos a la tormenta solar y a los puñetazos de radiación. Según la NASA, llegarán entre las once de la noche y las 4-5 de la madrugada.

¡Pum, pum!

Los efectos previstos son variados y siempre entretenidos: alta probabilidad de auroras boreales en las latitudes norte y sur y algo menor, pero también notable, en las medias. Si vives en una zona con buena vista del horizonte, quizás te compense levantarte mañana antes de que amanezca. 

La tormenta afectará especialmente a los satélites, por lo que se esperan interrupciones de las señales de GPS en ciertos momentos del día. Además, las comunicaciones de radio se alterarán mucho. Las frecuencias más altas (UHF y VHF) pueden sufrir apagones temporales y en onda corta, que es donde está la diversión, la propagación tendrá patrones inesperados. En otras palabras, las ondas de radio andarán como borrachas:unas de subidón, otras de bajón y otras haciendo cosas raras. ¿No es maravilloso?

A estas alturas ya lo habrás pensado: no cabe ninguna duda de que si una tormenta solar afecta a las radiocomunicaciones, es más que seguro que también lo haga a las personas ¿verdad? Yo también lo creo.

“Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Y habrá terror y grandes señales del cielo”
Lucas 21:11

Me debato entre irme al refugio, encender el fuego y la emisora o quedarme en la ciudad expectante.

¡Pum, pum!

Señales

Google Maps está tratando de mandarme un mensaje. Cada vez que lo abro, en lugar de situar el mapa en mi ubicación actual o en mi domicilio,  lo hace en un lugar aleatorio de la península:

Villar del Rey en Badajoz, Tobes en Guadalajara, Santa Eulalia de Jaen, Almazul en Soria…

¿Qué quieres, Google Maps? ¿Qué tratas de decirme? 

Veo pocos patrones en esa selección. El único obvio es que casi siempre se trata de pueblos pequeños en entornos rurales. Muchos despoblados. No puedo evitarlo, paso a Street View y miro cómo son esas carreteras, me veo en ellas. Las imagenes que me da Google Maps están tomadas casi siempre en verano, con sol cenital y mucha luz. Pero yo me imagino transitando esos lugares una tarde invernal de domingo y luz azul escasa, casi de noche.
 

 Lo he hecho muchas veces, he ido a recorrer esos lugares con el coche, a forzar esa sensación de soledad. Algo de luz pero no mucha, algo de frío pero no demasiado, algo de presencia humana, en realidad apenas ninguna. Acabo, casi siempre, metiendo el coche por caminos en los que no me podría rescatar la grúa si pinchase o rompiese algo. Si tal cosa ocurriese, sin cobertura y casi a oscuras,  tendría que buscar la primera luz tras un cristal, el primer indicio de calor humano.

Cuantas más gentes de ideas utilitarias existan, más aumentará la población urbana y más disminuirá la población rural.

Julio Caro Baroja, “Del campo y sus problemas”, 1966

José Manuel Navia, el fotógrafo que tomó las dos imágenes anteriores, estuvo en el Instituto hace dos días. Tomamos café y hablamos de lo que estamos haciendo estos meses, del orgullo que siento de que hayamos arrancado un programa sobre filosofía para creadores —él se licenció en filosofía— precisamente el mes en que el Gobierno retira la filosofía de los institutos. Pero no del nuestro, maldita sea ¡No del nuestro!

Navia impartirá un programa técnico sobre fotografía documental. Será en primavera y, aunque no está aún anunciado, no me lo puedo callar porque lo siento inevitable. Contar y hacer son estados simultáneos del acto de crear y necesitamos ponerlos al servicio de lo que más importa.


· · ·


Llegaron "Me acuerdos" hermosísimos. Tengo que sortear el libro de Perec entre quienes se animaron a contribuir. No me olvido. Será pronto.

· · ·

Vuelvo a abrir Google Maps y aparezco en las coordenadas 39°07’48.1" Norte y 2°09’48.3” Este.

Está claro, es una señal.

Activista

En esto del diseñar
hay productos y hay servicios,
hay pantallas y botones,
relojes, móviles, ratones,
hay virtudes y hay vicios.
Qué te puedo yo contar.


Está quien dice y también hace,
quien que haciendo no dice,
el que blasfema y maldice,
y el que sin hacer no puede callar.


Quien critica y siempre llora
desmerece al que se aplica,
al que estudia y bien practica,
al que ora et labora.


Y llegada la hora no cuenta
ni color, ni talla ni edad,
ni carnet ni pasaporte,
ni guapura ni fealdad.


Que la cosecha sólo sabe
de entendimiento y trabajo,
de siembra, sol y labranza.
No importa ser plebeyo o señor
ni querer ser punta de lanza
de un ejército salvador.


El diseño mejor vende
si bien hecho y bien contado,
siempre así, nunca ha cambiado.
Lo sabe quien atiende,
y estudia bien el pasado,
que el corcel antes fue potro,
no hay lo uno sin lo otro
y nada viene regalado.


Sin sembrar quieres colecta,
y bien ansías la del vecino,
caminante no hay camino
si poco quieres andar.


No eres arco ni eres flecha,
churrullero sin profesión,
activista de salón,
he ahí tu vicio ladino.

Prefieres quemar cosechas
antes que fermentar el vino.

Cosecha (Kodak Portra 200 de formato medio)

Corte de suministro

Me he despertado con la ilusión de buscar algunos modelos de radios japonesas de los 90, de recrearme en las decisiones de aquellos diseñadores que querían contarnos un sueño de futuro. Un Tokyo soñado, un Neon Genesis Evangelion, una época en la que la tecnología más avanzada no quería esconder su complejidad tras falso minimalismo, sino que exhibía sus requisitos: “esta es una máquina del futuro y debes estar preparado para usarla”.

Podría aparecer en un anime cualquiera.

Podría aparecer en un anime cualquiera.

Busco en Google. Quiero encontrar webs personales, colecciones de particulares, de esas que se enseñan con una mezcla de orgullo y humildad, con fotos de hace diez años y enlaces al final: “deberías visitar la colección de fulanito, es mejor que la mía, más enfocada en Yaesu”.

Ya no queda nada de eso.

Y si está, permanece enterrado en las profundidades, por debajo de capas y capas de ebay, pinterest, facebook y tiendas online; como restos romanos o árabes que afloran con las obras de un parking. Restos, eso son.

La promesa de sencillez de las redes mató a los blogs y a las páginas personales. Con ellas murieron las colecciones de radios de estética japo, se agotaron las opiniones argumentadas y se desvaneció el conocer a alguien por lo que le diferenciaba de los demás. Y por si fuese poco, toda esa red de enlaces cruzados entre personas que compartían una afición, un ámbito de conocimiento, se fue secando. Google se encargó de apagarles la luz, de cortarles los suministros y con ellos se desvanecieron las últimas visitas que las mantenían vivas.

Mientras mirábamos a otro lado, una biblioteca entera ardía. Una diversa, rica, variada, humana, única y hermosa. En su lugar, hemos erigido un centro comercial.

Dicen que la nostalgia es mala, pero malditos sean algunos progresos.


Este post es también una de las cartas que mando a suscriptores y he dado en llamar “De Ulm a Cádiz”. En esa newsletter escribo sobre diseño y producto digital, desde mi puesto en el Instituto Tramontana, con algunas infiltraciones de vivencia y sentimiento. Suscríbete si quieres recibirlas en tu buzón.

Vaporwave y conducción

Hasta ahora, me había fijado en el synthwave desde esa definición tan rica que dice que te transporta al pasado y al futuro simultáneamente. No siendo estríctamente lo mismo, el vaporwave también provoca efectos “extraños”.

Mariela González ha escrito en The Objective (cada vez me gusta más este medio) un artículo magnífico titulado “El refugio el en glitch”, donde desentraña el efecto de esa música.

El concepto de no-lugar convertido en un refugio reconocible a través de las referencias.

[…]

Lo vaporwave nos remite al concepto de no-lugar, ya lo hemos dicho, e inevitablemente esto trae consigo la sensación de soledad. Puede ser una soledad agridulce: esa relajación que nos propone Meng Games solo se consigue si tenemos un universo para nosotros solos.


Me confieso conductor por necesidad logística pero también por necesidad espiritual. Conducir solo, por algunas carreteras, tiene un efecto especial en mi estado mental, como si bajase mis revoluciones mentales y me ayudase a “defragmentar” la mente, poniendo ideas en su sitio sin que sea yo consciente del proceso. Una especie de relax activo.

Leyendo lo que menciona Graciela González, todo cobra sentido. Dejo aquí el video de un juego que cita y que me ha fascinado: va de conducir, sencillo, sin dificultad, hacia escenarios indefinidos, sin sobresaltos ni estridencias, dejando que los pensamientos asienten:



Factores y colectivos

¿Lo tiene más difícil una mujer joven y soltera que vive en Madrid o un padre de dos hijos que vive en Canarias? ¿Un chico de familia pobre o uno de familia acomodada con problemas de dicción? ¿Una marroquí rica o una belga pobre? ¿Una que cuida de su hermano pequeño o uno que sufre dislexia?

¿Cuántos factores exógenos pueden perjudicar el acceso, la formación y el éxito profesional de alguien que diseña (o se dedica a cualquier otra profesión)?

A mí, ahora mismo, me salen estos:

  • Tener pocos ingresos (propios o familiares)

  • Vivir en un país pobre

  • No ser hombre

  • No hablar idiomas

  • Tener un acento muy marcado

  • Tener dificultades para expresarse 

  • Ser introvertido/a 

  • No tener apoyo familiar

  • No ser de raza blanca

  • Vivir lejos de las grandes capitales

  • Tener un timbre de voz desagradable

  • Tener mala infraestructura de internet donde vives

  • Tener hijos en edades tempranas

  • Vivir en un barrio deprimido

  • Tener una familia desestructurada

  • Tener alguna discapacidad física

  • Sufrir problemas de dicción 

  • Sufrir dislexia

  • Tener familiares dependientes

  • Tener problemas visibles en la piel

  • Sufrir alguna enfermedad mental

  • Ser desfavorecido/a físicamente (fea, obeso, demasiado baja, demasiado velludo…)

  • Sufrir trastornos del sueño 

  • Estar en edad madura

Obviamente son más, aunque ahora no se me ocurran. ¿Te viene algún otro a la cabeza? ¿Cuáles crees que pesan más?

Yo diría que algunos son más perjudiciales que otros y todos injustos. Hay manos de cartas malas, muy malas y terribles. Todos lo hemos visto y alguna seguro que hemos vivido.

Es algo complejo, intrincado, de muchas variables. Cada persona tiene una situación (o varias sumadas) y la afronta con los medios y esfuerzos que tiene, es lo natural.

Simplificar es siempre injusto hacia unos u otros. Hacer grupos y priorizarlos también lo es. 

La tendencia actual, el zeitgeist del momento, exige la visión colectiva y castiga la particular. En lugar de ver dificultades que compensar, vemos colectivos a quienes priorizar sobre otros, dejando las particularidades fuera, perjudicando a quienes sufren una desventaja “no colectivizable”. 

De una manera un tanto orwelliana, todo son colectivos y todos los colectivos son iguales, pero unos lo son más que otros.

Jeremy

Era 1991 y estábamos estrenando una espléndida y completa adolescencia. Esa tarde volvíamos del instituto en el autobús escolar que salía de Manacor y nos iba dejando a todos pueblo a pueblo. Nos estábamos acercando ya a la parada del nuestro cuando Marga, cuatro filas por delante mío, soltó un grito y se tiró al suelo del autobús, como ocultándose.

— ¡Jeremy, es Jeremy! ¡Noooo!

— ¡¿Qué te pasa, Marga?! ¿Qué Jeremy? ¿De qué hablas?

— ¡Está ahí, Jeremy! ¡Jeremy!

Todo el autobús estaba alterado. Unos mirában a Marga intentando entender qué demonios le pasaba. Otros habíamos entendido que algo, o alguien, había ahí fuera que le asustaba.

El bus fue deteniéndose en la parada y lo vimos: un chico largo, pelirojo a más no poder, con la cara llena de granos y su ortodoncia coronando un cuerpo larguirucho y desgarbado. Vestía un traje negro al que le sobraba medio palmo de tela por todas partes y cargaba un maletín en su mano derecha.

Era Jeremy. Y estaba allí plantado como quien tiene claro que no va a moverse, con un propósito muy claro.

Marga decidió evitarle y bajar en la siguiente parada, la última antes de que el autobús abandonase nuestro pueblo y enfilase por una secundaria hasta Sant Joan.

Jeremy había venido desde Farmington, Utah, con su mejor gala y los papeles que demostraban que su familia era dueña de un negocio próspero. Lo necesario para acreditar su condición de caballero andante, de salvador de la doncella, de príncipe que busca a cenicienta.

Antes de esperar en la parada, Jeremy había visitado a los padres de Marga. Se presentó con credenciales e intenciones. Marga y él se habían declarado amor por carta en el programa de penpals de la asignatura de inglés, esa iniciativa que emparejaba a alumnos de dos institutos de distintas partes del mundo para que practicasen idiomas cruzándose cartas. En ellas, Marga le describía una existencia de pobreza y necesidad, el anhelo de una vida mejor a su lado. Y Jeremy dio el paso.

Como habrás deducido ya, la existencia de Marga no era miserable ni se le parecía. Sus padres, aunque gente sencilla y de campo, aunque no hablasen una gota de inglés, vivían con cierto confort. A Marga no le faltaba de nada. Por no faltarle, no le faltaba ni novio. Y le sobraba, eso sí, aburrimiento e imaginación.

Carlos, que así se llamaba el novio, se pasó la tarde recorriendo el pueblo en moto para encontrar y decapitar a Jeremy con sus propias manos, al pobre Jeremy, que sólo había pecado de ingenuidad. Mientras, los amigos de la pareja estaban unos tratando de apaciguar a Carlos y otros escondiendo a Marga, que nunca quiso dar la cara.

La sangre no llegó al río y Jeremy se volvió esa misma noche camino a Farmington, Utah, con el corazón descuartizado y la autoestima pisoteada.

Ese fue el día más emocionante y agitado que mi pueblo vivió en mucho tiempo. Años después, Coca Cola rodó un spot con un anciano bonachón que fue por entonces el hombre más longevo del país y la historia de Jeremy pasó a segundo plano. Hoy probablemente pocos se acuerden del chico pelirojo y desgarbado que se tiró a la piscina sin saber si había agua, cuando no había ni piscina.

Yo sí, yo me acuerdo a menudo de él; espero que un día lo haga Coca Cola y cuente esa otra historia, la del hombre más valiente del mundo.