Coma

Dicen que hay que hay que saber elegir las batallas. En marzo de 1993 un diseñador japonés decidió luchar una histórica, quizás la más noble. Combatió para salvar algo pequeño, imperceptible —para algunos quizás insignificante— que contenía, en toda su pequeñez, el propósito de una vida: el bien, la verdad, la integridad y la belleza.

Toru Shiono trabajaba en Japan Radio Company, una de las empresas más importantes del mundo de equipos de radio; para algunos la mejor.  Ese día se respiraba optimismo en la planta de Mitaka: los datos de la economía nipona eran buenos y los cerezos estaban a punto de llenarlo todo de blanco y rosa. A media mañana, Shiono-san, ingeniero diseñador de la compañía, iba a presentar los bocetos preliminares para el último modelo de emisora de HF de la empresa, el más avanzado: el transceptor JRC JST-245 y su receptor hermano, el NRD-545.

Hoy, casi treinta años después, tengo ese mismo modelo sobre mi mesa del refugio. Lo enchufo, lo alineo bien a la mesa —la ocasión me exige una liturgia bizantina— y pulso su interruptor. Un sonido rico y docenas de luces de colores me hipnotizan, como en un paseo por la noche de Shibuya.

Segundos después me doy cuenta. Ahí está, ya no puedo dejar de mirarla. En ese display, discreta, la mayor batalla de diseño de la historia, por el territorio más pequeño.

Fíjate bien ¿La has visto ya?

La coma. Esa coma entre el uno y el tres. No es un punto, no. Es una coma porque, en su sistema de notación, ese cambio de miles a cientos se marca con coma y no con punto. Poner un punto en ese dial era más sencillo, era más barato, era, es, lo que todos hacen. Nadie diría nada si esa coma hubiese sido un punto. Qué más daba.

Pero no daba igual. Para Toru Shiono esa coma era lo que menos igual daba. Ese detalle pequeño, imperceptible,  insignificante para algunos, era el símbolo de una vida y unos valores en coherencia. 

La coma era lo correcto.

Aunque encareciese la producción de la radio, aunque elevase su coste, aunque nadie lo notase ni fuesen a felicitarle por ella, aunque media compañía se enfrentase a su propuesta… Esa coma debía permanecer. Por coherencia y por integridad, por verdad.  Renunciar a la coma habría sido fallarse, abandonarse.

Probablemente le dedicó una noche entera, en su mesa de trabajo. Una luz encendida en la oscuridad del edificio de oficinas del distrito de Mitaka. Su ángulos, sus rectas, la batalla que anticipaba. Probablemente preparó sus argumentos como quien ensaya un combate, a sabiendas de que sería cuestionado frente a la cúpula de la empresa. Con respeto pero con decisión, tendría que argumentar. Y tendría sólo una oportunidad. 

En esa coma residía el honor sentido y la belleza anhelada. En esa coma estaba la esencia de su profesión, el respeto a sus ancestros y la serenidad ante lo divino. A nada de eso podía fallar.

Me deleito mirándola y pienso en todas las batallas que luchamos, las que ganamos y las que perdemos, las heridas y las derrotas por una coma. Tiempo y dinero, clientes y proyectos.

¿Ha merecido la pena?

Otras veces las hemos evitado conscientemente. Como Ulises, hemos preferido tapar los oidos de nuestra gente con cera y atarnos al mástil para no acudir, para no estrellarnos por ellas ¡No son comas, son sirenas! ¡Que muera Parténope y se salven mi nave y mi tripulación!

El JST-245 y el NRD-545 fueron los últimos equipos de HF que fabricó la compañía. Pocos años después, el presidente de Japan Radio Company dio la orden de cerrar esa división y su personal fue recolocado.

En esa coma reside el mayor dilema de nuestra profesión, haciéndonos vacilar entre la función y la emoción, entre lo íntegro y lo óptimo, entre el mercado y la cultura, entre lo bello y lo sensato.

Ahí está, anaranjada y hermosa y discreta, siempre presente.

Fundido a gris

Estamos diseñando un mundo cada vez más en blanco y negro. En escala de grises, mejor dicho. Esa es la conclusión —te la enuncio con cierto sensacionalismo— de un estudio conducido por el Science Museum Group, sobre el color de 7000 objetos de uso cotidiano de 21 categorías diferentes, creados en el último siglo.

De la madera con adornos de latón de 1900 a los plásticos de los 90 y de los inyectados multicolor de los 60-70 a los aluminios —casi siempre impostados— de hace diez años. De la calidez al frío, de las superficies vivas a las geometrías muertas. Del producto que es per se, al que sólo contiene. Del mensaje al silencio.

Todos los coches son óvalos blancos, todas las tecnologías son rectángulos negros y todos los objetos son ya gris oscuro.

Cuando Bell lanzó el modelo 500 diseñado por Dreyfuss, el negro era el color del producto genérico, y de ahí se pasó a una plétora de color donde cada persona y cada ambiente encontraban su tono. La fórmula la repitió el Regency TR1, el primer transistor de bolsillo, y la copió, cincuenta años después, Apple con su iPod nano. 

Henry Ford decía que usted podía tener su Ford T en cualquier color mientras fuese negro. Y la historia rima, pues el Tesla más común se puede comprar en cualquier color, pero todos sabemos que mejor blanco.

Wall-e vivaz y colorido fue sustituido por Eva, blanca, negra y eléctrica, mientras los Swatch coloridos dejaban paso a los Watch negros.

Etore Sottsas le hizo una mamola a IBM cuando parió una máquina de escribir —la Olivetti Valentine—  de rojo intenso. Ríete tú del Ornamento y Delito de Loos. Ese manifiesto cambió la historia de la tecnología. Se la robó a las empresas y las oficinas para llevárselas a las personas, a las casas y a los parques. Apple volvió a hacerle lo mismo a IBM, con el iMac, cuarenta años después.

La historia del color en el diseño es la historia de cada generación, con un sentir, una vitalidad y unas ganas de ser y estar muy cambiantes. En nuestros objetos está nuestra pequeñez insegura o nuestra alegría infinita. Frente a unos nos postramos, cual monolito de Kubrik, y en otros proyectamos nuestra alma, llena de color y vida.

Mira en tus bolsillos, en tu muñeca, tu bolso o tu mesa... ¿Qué ves?

Jardines

Llevo días obsesionado con esta foto por culpa de Luis Pérez. Él me habló de Fernando Caruncho, una suerte de arquitecto paisajista que propone el jardín como espacio intermedio entre el hombre y la naturaleza, entre el paisaje y la arquitectura, entre dentro y fuera.

Cuenta Malik Bendjelloul que "las películas provocan que nos emocionemos con lo vivido por otros pero la música que lo hagamos con nuestras propias vivencias”. ¿Acaso no pasa lo mismo con algunos jardines tan propicios a la introspección?

Más allá de lo obvio, lo que más me seduce de las propuestas de Caruncho es la libertad de escala. Un jardín puede ser un pequeño pasillo abierto tras la casa o un viñedo, un patio delantero o un trigal. 

Me lo imagino trabajando con un lienzo como el valle que veo desde el refugio, manteniendo su belleza natural pero añadiendo, meditadamente, algunos (muy pocos) elementos al paisaje, como granos de sal en la boca.

Nos acordamos

Me acuerdo de mi padre leyendo el Marca a mediodía en la imprenta que había enfrente de casa.

Hellín, RTI

 

Me acuerdo de las tardes en la trastienda de la librería de mi madre.

Lugo, ALG

 

Me acuerdo de una mañana soleada en el jardín de mi abuela jugando a cocinitas con hojas y tierra. Y de cómo me molestaban los restos que se acumulaban en el dobladillo hecho burdamente por mi madre para ajustar los vaqueros que heredaba (inexorablemente) de mi hermano. 

Chiari (BS - Italia), ACS

 

Me acuerdo de mis abuelos jugando al scrabble cada tarde durante años junto a su enciclopedia.

Salamanca, MCB

 

Me acuerdo de los veranos que pasaba en la playa con mis abuelos. Los viernes venía mi madre y siempre me traía un cómic nuevo de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape o 13 Rue del Percebe.

Madrid, IAC

 

Me acuerdo de mi madre cantándome nanas, pero más que su voz, lo que persiste en mi memoria es la vibración de su pecho y su calor.

DHM

 

Me acuerdo de las escaleras en donde jugaba a Dungeons and Dragons todos los días del verano de 1987.

Zaragoza, EPG

 

Me acuerdo de aquellas increíbles tardes de verano jugando en el pueblo con primos y amigos a las chapas, bien partidos de fútbol o etapas de ciclismo.

Sotillo de la Adrada (Ávila), ERS

 

Me acuerdo de una camiseta amarilla que tenía con 7 años. En ella había un pez en el centro relleno de agua; me pasaba horas apretando el pez y observando las burbujas moverse.

Galicia, SHA

 

Me acuerdo de los globos de agua que, mi hermano y yo, tirábamos al balcón de los "chuchos" del 3º.

Vigo, AAI

 

Me acuerdo del dibujo del rey León que hizo mi padre para la carátula de mi primer cassette.

Gerona, CCR

Me acuerdo de la deliciosa aunque estéticamente no apetecible sopa de verduras que servían diariamente en la cantina de la facultad de arquitectura.

Oporto, SUN

 

Me acuerdo del helado de pétalos de rosa que probé un verano.

Asturias, IDM

 

Me acuerdo del globo rosa que se me explotó en una tarde de primavera en el parque de El Retiro. Mi hermano me regaló el suyo azul.

Madrid, VBB

 

Me acuerdo del frío chapuzón con mi tío Paco de cualquier sábado a la tarde en un pequeño rio de ALAVA para pescar truchas a mano para la cena de unas horas después.

Vitoria-Gasteiz, JJB

 

Me acuerdo del calentón de leña en la casa de mis padres.

Ciudad Juárez, JM

 

Me acuerdo del sonido de los esquís deslizando sobre la nieve recién caída. Al fondo el silencio de la naturaleza. 

Valgrande-Pajares (Asturias), AMS

 

Me acuerdo de la escolopendra que vimos un verano en el baño del cortijo de mi abuela.

Algodonales, PRF

 

Me acuerdo de las paredes aún grises cemento. Era el cumpleaños de mi hermana y las velas estaban sobre una Contesa.

DF

 

Me acuerdo de los cómics Marvel (en blanco y negro) que mi padre traía cada viernes a casa el año de mi verano en cama.

Villameca (León), IRGL

 

Me acuerdo del termómetro puesto en el patio de mi abuela, bajo el sol extremeño de Agosto, para ver si ya podía salir con la bicicleta.

Medina de las Torres, JCG

 

Me acuerdo de mis dos tortugas, y del día que las liberamos en la cantera del pueblo.

Madrid, JBM

 

Me acuerdo del olor al entrar al quirófano con cuatro años. Recuerdo las luces en la cara, una máscara… y ya se corta el recuerdo. 

Cuenca, GOM

 

Me acuerdo de ver a mi abuelo encendiendo las brasas en el corral de su casa, a través de un ventanuco, en invierno porque aún no tenían calefacción. 

Los Cerralbos (Toledo), AMF

 

Me acuerdo de los perros que guardaban el callejón de la casa de mi abuela.

Navaluenga, MSM

 

Me acuerdo de la cuesta empedrada que llegaba hasta la placeta de San José donde vivía mi abuela.

Granada, CCJ

 

Me acuerdo de la sensación del viento en la cara mientras me columpiaba bajo la higuera del jardín de casa. 

Cantabria, AHPV

 

Me acuerdo de bajar al mercado del pueblo en el Citroen Tiburon de mi abuelo.

Pereiro de Aguiar (Orense), MMF

 

Me acuerdo del sonido del reloj de pared de casa de mis tíos.

Madrid, MGR

 

Me acuerdo del Adagio de Albinoni al final de la película Gallipoli, abrazada a mi abuela en el sofá y llorando las dos.

Torrelavega, LDB

 

Me acuerdo de mi madre pidiéndose "un bitter" en el bar del pueblo.

Bernardos (Segovia), MJA

 

Me acuerdo de la instrucción para hacer que en el ZX Spectrum sonara un pitido cada vez que se pulsara una tecla de ese teclado de goma: POKE 23609,255.

ARP

 

Me acuerdo del olor a hierba recién cortada al subir la cuesta al cole a primera hora de la mañana. 

San Sebastián, MJL

 

Me acuerdo de un abrazo largo, interminable, eterno,  en una escalera en vondelpark, donde todo cambió y todo empezó.

Amsterdam, PQF

 

Me acuerdo de la sensación de la bolsa de agua caliente y el peso de las mantas en los fríos inviernos de Castilla la Mancha.

Atalaya del Cañavate, RSS

 

Me acuerdo de la luz turquesa reflejada en las paredes de una cueva marina.

Polignano a Mare (Italia), LSD

 

Me acuerdo de una comida en casa de mi madre este verano, en la terraza mirando al mar, mi hermano y yo hablando de los dibujos que veíamos de niños nos vinimos arriba y cantamos todas las canciones que recordábamos. Me reí tanto que me dolía la barriga y lloraba de la risa.

Luanco, LGI

 

Me acuerdo del día que el camarero del Derby nos llamó la atención por besarnos. «Esto es un sitio decente», dijo.

A Coruña, JJ

 

Me acuerdo del sonido estridente pero armónico que hacía el primer módem con el que me conecté a Internet. 

Pamplona, AVG

 

Me acuerdo de los yogures de limón, calientes por el sol, que comía de pequeño en la playa de Ondarreta.

San Sebastián, JEA 

 

Me acuerdo de aquel beso nocturno, bajo un paraguas mientras llovía a mares. Era un beso prohibido y aquello hizo que no se repitiera y que se grabara en mi memoria. 

 

Valencia, DSV

 

Me acuerdo del olor a bizcocho recién hecho al entrar en casa de mi abuela paterna.

Castalla, RGLL

 

Me acuerdo de, con la ayuda de mi padre, meter el brazo en un fango negro arenoso en el antiguo puerto de Dénia y alucinar cuando mi mano encontraba berberechos.

Xàbia, CPP

 

Me acuerdo del olor a conejos, gallinas y naturaleza, en la modesta granja que mi abuelo cuidaba con tanto amor.

La Nueva-Asturias, AG

 

Me acuerdo de las truchas pasando entre mis pies cuando me bañaba en el río.

Rascafría, OMN

 

Me acuerdo del chirrido de la tiza sobre la pizarra verde del colegio.

Madrid, AM

 

Me acuerdo de las tardes de invierno al sol del mirador de mi abuela, jugando con ella a las cartas en una mesa camilla.

Soria, KV

 

Me acuerdo del sonido de la puerta y del olor a polvo de la buhardilla de casa de mis abuelos.

Poilhes, GG

 

Me acuerdo de los cuenquitos de colores con forma de hoja donde nos ponían la fruta cortada en la casa de Punta Umbría.

GBM

 

Me acuerdo del juego de la rana, verde, de hierro, con la boca abierta esperando el lanzamiento perfecto.

IB
 

Me acuerdo del olor de la piel de las mandarinas al echarlas al fuego en las noches frías de Navidad.

Huesca, MLL

Me acuerdo de que mi abuelo cuando venía de vacaciones llevaba en el bolsillo bacalao salado porque en el norte no te ponían tapa con el vino.
FMF

Me acuerdo de mi padre leyendo el Marca a mediodía en la imprenta que había enfrente de casa.
Hellín, RTI

Me acuerdo de romper, con mi primo, las almendras con un mazo en el patio de la casa de mi abuela.
Playa de Oliva, P.A.

· · ·

Gracias, de corazón, a quienes habéis participado.

 

El Barroquismo

Yo lo llamo felicidad intelectual. Diría que pasa una vez cada dos o tres años. Y cuando ocurre sientes como si te hubieses pasado una pantalla, como si de golpe tuvieras una nueva habilidad que aplicar a casi todo. Hablo de la sensación de leer un libro que te revela algo, un punto de vista o un conocimiento que te cambia la manera de verlo todo, hacia adelante y hacia atrás.

La última vez que recuerdo esa sensación fue con Lo Barroco, de Eugeni d’Ors. Transcribí algunas notas y mi síntesis del libro aquí, en dos posts que titulé “Lo barroco según Eugeni d’Ors” y “Clasicismo versus barroco”. Además, empleé su modelo para enfocar algunas clases de estética en el Instituto Tramontana y debo decir que el enfoque tuvo muy buena acogida.

El barroquismo, de Antonio Igual Úbeda, una actitud completamente actual.

Hace un par de meses me hice con este otro librito de los años 40, de una colección de divulgación de Seix Barral, titulado El Barroquismo. Lo hice a ciegas y curioso por saber cómo el autor decídia plantearlo: si fijándose en el movimiento estético del XVII o de una forma más transversal. Y así fue. El autor (el insigne Antonio Igual Úbeda), proponía, en poquitas páginas, lo barroco como una actitud vital y narrativa, por oposición a “lo clásico”. Ya al final descubre lo que yo levaba todo el libro intuyendo y se declara d’orsiano convencido. 

Dejo por aquí mis subrayados —el libro está descatalogadísimo y no creo que queden por ahí muchas copias— con la intención de que revelen al menos un poquito de lo que me revelaron a mí:

El Renacimiento afirma con absoluta certeza su seguridad en la vida; el barroco vuelve a considerar la duda acerca del sentido de la vida, el temor a no llegar, la predestinación, pero también la lucha, la pugna, el sentido de inquietud, de insatisfacción, de protesta, que acaba provocando la Contrarreforma, la reacción contra las conclusiones a que había llegado el frío examen de la razón.

Por ello, el barroco es el arte de lo mudable y pasajero, de un acontecer que en su fluir continuo no acaba de cristalizar en fórmulas definitivas.

Tales circunstancias han sido aprovechadas para contraponer el mito de Dionisios al de Apolo; ambos vienen a significar un sentido barroco y clásico, respectivamente, por lo cual, lo apolíneo o clásico se opone, en cierta manera, a lo dionisíaco o barroco.

En la composición clásica predomina la forma cerrada, conclusa, concluida, como si cada obra de arte fuera un silogismo sin conexión con todo lo demás; por el contrario, el barroco presenta la forma abierta, alusión constante a la múltiple variedad de la vida, de la cual el Arte es una manifestación más.

Cuando un pintor clásico representa la escena del Calvario, sitúa en el centro la cruz, perfectamente vertical, y el grupo de mujeres abajo; un pintor barroco, Rubens, por ejemplo, pinta la cruz en sentido diagonal, en el instante de ser plantada sobre su base, y una serie de personajes que se mueven en todas direcciones.

Es porque en el barroco lo fundamental ya no es la forma aislada, sino el conjunto y todos, los elementos que constituyen el cuadro se hallan al servicio de la representación total.

Prescindiendo de otras manifestaciones discutibles del barroquismo en el arte de Egipto y de Mesopotamia, un estilo barroco claramente definido se presenta en la última época de la historia griega, con el nombre de período helenistico. Florecen entonces numerosos hombres de ciencias y de letras, que unen a su sabiduría un estilo recargado y pedante; el matemático Euclides definla Geometría, y Arquímedes descubre el peso específico de los cuerpos; el Arte es ampuloso, dinámico y brillante, como en el famoso grupo del Laocoonte que sirvió de modelo a muchos escultores barrocos, y en el friso del altar de Zeus, en Pérgamo, donde se desarrolla la más agitada lucha entre mitológicos gigantes.

La escultura barroca se contrapone al clasicismo por cuanto prescinde de la línea, que en la plástica tridimensional se llama contorno.

El estatismo clásico no admitía en las esculturas más que una silueta determinada y, por lo tanto, un solo punto de vista; por eso el clasicismo es el arte del relieve, y las esculturas parece como si no se decidiesen a quedarse totalmente rodeadas de espacio. En cambio el escultor barroco, en busca de infinito, proporciona innumerables puntos de vista al espectador, que desde cualquiera de ellos puede observar algún aspecto elocuente de la obra; de ahí su retorcimiento, la intención de serpentina, de espiral, de línea ondulada que adquieren la cabeza, el tronco y las extremidades, acompañado a veces por los rebeldes cabellos revueltos y por los agitados ropajes; ropajes que no suelen cubrir, sino descubrir las figuras, conservadoras del paganismo, del culto a un desnudo no siempre casto ahora.

La esencia del barroquismo se vincula a la vida peninsular, como nacidas la una para la otra.

La apetencia de infinito que trajo la época de los grandes descubrimientos sigue durante el seiscientos el impulso adquirido.

“Es belleza tener algo de feo”, decía Argensola; y Jeronimo de Cáncer extremaba el concepto, diciendo: “también en lo horrible hay hermosura”.

Ornamento bendito

Ornamento es fuerza de trabajo desperdiciada y, por ello, salud desperdiciada. Así fue siempre. Hoy significa, además, material desperdiciado, y ambas cosas significan capital desperdiciado.

Ornamento y delito
Adolf Loos, 1908


No.

El ornamento es el lenguaje que emplean los objetos cuando quieren hablarnos.

El ornamento no es styling, imitación ni disfraz. Es la iluminación del espacio de transición entre forma y uso.

El objeto sin ornamento sólo sirve, el adornado alude, evoca, inspira, refiere, propone, narra.

Cada cultura y cada época marcan, con la rúbrica del ornamento, su propiedad sobre los artefactos que nos capacitan y nos mejoran, que nos civilizan.

El ornamento conecta la función con la narración, la ingeniería con la cultura y a la persona con la belleza.

Mediante el ornamento, el creador del artefacto nos manda un mensaje: “valoro mi creación, te valoro a ti por usarla y valoro el momento y la forma en que lo hagas”.

El ornamento dignifica la función del objeto, la ensalza, la sacraliza y la vuelve trascendente.

Mediante el ornamento afirmamos nuestra idea de una vida útil y hermosa. Adornamos aquellos objetos y los lugares que creemos que pueden propiciarla.

Scutum (escudo) romano del s. dC hallado en Dura-Europos (actual Siria). Este instrumento representaba los valores de Roma y del soldado que lo portaba.

Una conversación sobre la belleza

Las mal llamadas mesas redondas suelen ser un formato aburrido. El turno de palabra mata la espontaneidad y lo que tendría que ser una conversación, una trenza irregular pero entretenida, acaba siendo una secuencia de monólogos inconexos. Esta, sin embargo, salió bien.

Fue en primavera del año pasado, con Jesús Terrés, Maite Sebastiá y servidor, que se lo pasó en grande y estaba desatado. Hablamos sobre belleza desde varios puntos de vista con vehemencia. Fuimos de Platón a Cocó Channel, de Lutero a C. Tangana y de Dieter Rams a Lutero, no quedó títere con cabeza.

Juzga tú mismo, si te animas a verlo y dame tu opinión, de la charla o de los temas que tocamos, en los comentarios, que para eso están.

HfG, final.

En 1968, tras muchos conflictos, disputas y problemas de financiación, la Escuela de diseño de Ulm cerró sus puertas. Era primavera y la decisión ya estaba tomada. Su gente, aceptando el final, se relajó y celebró. En esta fotografía del momento hay más corazón que en toda la historia anterior de la escuela.

El cortejo, el vino, la música en la terraza, el vino, los niños… Parecieran mediterráneos.

Hace unos años, al verla y entenderlo todo, le dediqué estos versos:

HfG, final.

Hormigón,
línea recta,
estructura inmaculada.

Pasión desafecta.
Frío, niebla y escarcha.
No conoce lágrima
ni carcajada.

Asepsia transparente.
Desinfecta, desafecta,
estirada.

Apolo joven,
corazón de plexiglás,
entrañas de estireno,
piel de celuloide.

Sístole calculada.

Ese día fue distinto.
A punto de claudicar,
primavera del sesenta y ocho,
facturas acumuladas.
Nada que celebrar.

Y sin embargo,
o quizás por eso...

Tú última lección,
diástole liberada.

Porque todo se derrumba,
sonrisas, vino y cortejo.

Te impartió la clase,
te besó la entraña,
te hizo reír y llorar,
te salvó el alma
Dionisio el viejo.


Este post es parte de las cartas que envío desde “De Ulm a Cádiz”, un boletín donde comparto reflexiones personales en torno al diseño y sus territorios colindantes. Si deseas recibir estas cartas en tu buzón, suscríbete aquí.

Alma, de santana

Escribe Javi Santana sobre cosas con alma con ese estilo tan suyo, natural, nada pretencioso y diría que hasta modesto. Y sin embargo, lo que dice tiene calado, siempre. Empieza así:

En el año 1999 un fulano se presentó al rally París-Dakar con un coche perdedor. El Dakar es un rally que dura unas dos semanas, pasa por caminos de cabras, dunas y otras tantas sendas donde un coche de calle no avanzaría ni un palmo […]

Pero lo ganó.

Me encuentro en su último post, mucho. Vivo rodeado de ‘cosas’ cuya esencia y belleza están por encima de la practicidad, cuya utilidad está no sólo en el uso sino en el placer que ese uso le aporta al alma; cosas a todas luces costosas y difíciles de justificar desde lo racional. Y sin embargo, estoy preparado para justificar la existencia y la posesión de cada una de ellas.

Jack London vs Adolf Loos

En 1906, Jack London publicó un ensayo titulado The House Beautiful, traducido al español como “La casa bella”. En él, deriva la idea de belleza de la de utilidad, usando como ejemplo el diseño de las embarcaciones. Después dedica unas páginas a explicar por qué cree que la arquitectura de su momento y lugar (San Francisco, principios del s.XX) está cargada de mentira.

LaCasaBella-316x493.jpg

Me permito transcribir algunos párrafos:

Una columna, cuándo es un objeto útil, es bella. Las columnas de madera estriadas clavadas en la estructura de mi casa no son cosas útiles. No son bellas. Son pesadillas. No solo no aguanta ningún peso, sino que ellas mismas son un peso que perjudica a los soportes de la casa. Algún día, cuando tenga tiempo, ocurrirán con seguridad una o dos cosas. O bien iré y mataré al hombre que perpetró esa atrocidad, o si no, tomaré un hacha y haré saltar esas mentirosas tablas estriadas.

[…]

Una cosa debe ser verdadera, o de lo contrario, no es bella, igual que no es bella una libertina demasiado pintada, ni es bello un rascacielos que es intrínseca y estructuralmente ligero pero que tiene exteriormente un aspecto falsamente macizo de columnas de yeso.

[…]

Una casa honrada dice la verdad sobre sí misma.

La sensación de déjà vu al leer el texto es tremenda ¿La sientes tú como yo?

Tras terminar el librito he ido corriendo a verificar fechas en la Wikipedia. Y efectivamente, el texto de Jack London es anterior, por cuatro años, a Ornamento y delito, de Adolf Loos. Parece que al patriarca enfurruñado del movimiento moderno se le adelantó un americano algo más pragmático y menos intelectual, pero con ideas muy similares.

Se me hace divertido imaginarles juntos, dándose la razón respecto a adornos y casas, molduras y cenefas. Después, en algún momento entre pipas y licores, Loos sacaría el tema de los tatuajes: “una persona moderna que se tatúa es o bien un criminal o un degenerado”, a lo que London respondería: “muéstrame un hombre con un tatuaje y te mostraré un hombre con un pasado interesante” y de golpe, lo que empezó alineado, acabaría como una pelea de insultos y reproches cruzados.