Sensorium Dei

Newton entendía el espacio como un continuo inconmensurable que sólo Dios podía percibir en su totalidad. Por eso lo llamó Sensorium Dei: el espacio sensitivo de Dios.

Para poder existir en ese lugar ilimitado, la humanidad tuvo que acotar esa extensión en parcelas de espacio y tiempo que tuviesen sentido, a escala de nosotros mismos. Troceamos el espacio en lugares con diferentes medidas y significados: mi planeta, mi país, mi ciudad, mi casa, mi habitación… Y, de igual forma, parcelamos el tiempo en unidades que se adaptan a nuestros propósitos y circunstancias: los años, cursos, unas jornadas, el rato que dura un café, el instante del ascensor… Nuestra realidad es, por tanto, una sucesión de eventos en el continuo espacio tiempo. Algunos son sólo nuestros, individuales, irrepetibles. Otros, decidimos compartirlos.

Hace un par de horas se ha ido del Instituto Tramontana Joan Tubau, un tipo de presencia, discurso y diálogo elegante. Hemos hablado mucho del tiempo, como moneda, como herramienta de trabajo y como artefacto para interpretar el mundo ¿Te acuerdas de Arrival, la peli de Villeneuve donde los extraterrestres nos regalan otra manera de procesar el tiempo?

Hace una semana y algo, estuve en Telmodice hablando con gente de diseño sobre lo digital. Les expuse una idea que me ronda mucho últimamente: todas las formas de diseño se definen por la naturaleza material de lo que crean (ropa el de moda, objetos el industrial, libros el editorial, pósters y visuales el gráfico…) menos el diseño de interacción, el digital, el nuestro, que no se puede definir por lo que crea porque lo crea todo: espacios, objetos, servicios, mensajes…. La diferencia del diseño digital, lo que lo hace distinto, es que sus creaciones no ocurren en el plano de lo material, sino en el de lo temporal. El diseño digital crea cosas que ocurren en el tiempo, que cambian, mutan, dialogan… Cosas que nos acompañan.

Bernardo de Chartres dijo, antes que nadie, eso de que caminamos a hombros de gigantes, refiriéndose a que los escolásticos se apoyaron en la filosofía y la ciencia (griegas y romanas, sobretodo) para avanzar en el conocimiento, para ver más que sus predecesores.

La idea, que luego le copia Newton y que Umberto Eco pone en boca de Guillermo de Baskerville, tiene connotaciones muy interesantes: para el campesino medieval que no conoce más que su día y su noche, sus veranos y sus inviernos, no existe la idea de futuro, pues la vida es cíclica y se copia, se repite a si misma. Sólo existe el nacimiento, la juventud y la vejez, en forma de segmento de ese anillo infinito. Pero cuando alguien decide aprender y descubrir, ensancha su espacio intelectual y con él la ventana de lo posible. El mañana pasa a poder ser diferente y por tanto mejorable. Y así creo yo que nace la idea de progreso, de que el tiempo no es un anillo sino una linea. Y no trabajamos para que hoy sea bueno, sino para que mañana sea mejor. Ojo, cuidado con la trampa.

La idea de tiempo, ese invento que da a luz la modernidad (o al revés), me ronda mucho, ya lo decía antes. De ella brota una estética, un imaginario y una industria. También una tecnología, ojo: el reloj crea unidades precisas de tiempo que se pueden cuantificar, vender —qué es sino la letra de cambio—, que se puede invertir, ahorrar… y robar, como agudamente señalaba Joan Tubau hace un ratito. Tanto me gusta la idea que le dedicamos un capítulo en el módulo 4 de Design Graduate, el más reflexivo, contextualizando en ella el diseño de lo digital, que como digo, es el diseño de artefactos que ocurren... En el tiempo. Ay, ¿será que el diseño de lo digital es entonces la forma de diseño más capitalista de todas?

Harina de otro costal es la idea de posteridad, que sí existe desde mucho más atrás y que conlleva poder dejar algo en el camino y que lo encuentren quienes pasen más tarde (poster, después). En esa forma de entender el tiempo, que Nolan retuerce con obsesión plateresca en sus películas, las cosas son diferentes: el tiempo no pasa por nosotros, sino nosotros por él. En Tenet (esa obra maestra) la tecnología no reinterpreta el flujo del tiempo, sino que lo revierte: un positrón es un electrón viajando hacia atrás en el tiempo. ¡Boom!

Los personajes de Tenet se matan por esa tecnología , los extraterrestres de Arrival son más altruistas y directamente nos la regalan: y eso que es su bien más preciado, su manera diferente de entender el continuo espaciotemporal, su propio sensorium alienum. Ese entendimiento de devenir les hacía una civilización superior, igual que nosotros nos sentimos superiores a los campesinos de la alta edad media que no tenían relojes y vivían según los ciclos del sol y del campo. Eso, sentirse superior moral, espiritual y culturalmente a los que estuvieron antes, simplemente porque tenemos acceso a más información o más tecnología, a mí me parece paternalista y hasta supremacista, tanto que me llego a enfadar cuando lo veo en nuestro entorno, tan dado a juzgar lo pasado con altivez. Luego me doy cuenta de que el rato dedicado a esa gente ha sido tiempo perdido, un gasto y no una inversión, un pasivo y no un activo que podría dar más y mejor tiempo después, como el ratito con Tubau de hoy.

Coma

Dicen que hay que hay que saber elegir las batallas. En marzo de 1993 un diseñador japonés decidió luchar una histórica, quizás la más noble. Combatió para salvar algo pequeño, imperceptible —para algunos quizás insignificante— que contenía, en toda su pequeñez, el propósito de una vida: el bien, la verdad, la integridad y la belleza.

Toru Shiono trabajaba en Japan Radio Company, una de las empresas más importantes del mundo de equipos de radio; para algunos la mejor.  Ese día se respiraba optimismo en la planta de Mitaka: los datos de la economía nipona eran buenos y los cerezos estaban a punto de llenarlo todo de blanco y rosa. A media mañana, Shiono-san, ingeniero diseñador de la compañía, iba a presentar los bocetos preliminares para el último modelo de emisora de HF de la empresa, el más avanzado: el transceptor JRC JST-245 y su receptor hermano, el NRD-545.

Hoy, casi treinta años después, tengo ese mismo modelo sobre mi mesa del refugio. Lo enchufo, lo alineo bien a la mesa —la ocasión me exige una liturgia bizantina— y pulso su interruptor. Un sonido rico y docenas de luces de colores me hipnotizan, como en un paseo por la noche de Shibuya.

Segundos después me doy cuenta. Ahí está, ya no puedo dejar de mirarla. En ese display, discreta, la mayor batalla de diseño de la historia, por el territorio más pequeño.

Fíjate bien ¿La has visto ya?

La coma. Esa coma entre el uno y el tres. No es un punto, no. Es una coma porque, en su sistema de notación, ese cambio de miles a cientos se marca con coma y no con punto. Poner un punto en ese dial era más sencillo, era más barato, era, es, lo que todos hacen. Nadie diría nada si esa coma hubiese sido un punto. Qué más daba.

Pero no daba igual. Para Toru Shiono esa coma era lo que menos igual daba. Ese detalle pequeño, imperceptible,  insignificante para algunos, era el símbolo de una vida y unos valores en coherencia. 

La coma era lo correcto.

Aunque encareciese la producción de la radio, aunque elevase su coste, aunque nadie lo notase ni fuesen a felicitarle por ella, aunque media compañía se enfrentase a su propuesta… Esa coma debía permanecer. Por coherencia y por integridad, por verdad.  Renunciar a la coma habría sido fallarse, abandonarse.

Probablemente le dedicó una noche entera, en su mesa de trabajo. Una luz encendida en la oscuridad del edificio de oficinas del distrito de Mitaka. Su ángulos, sus rectas, la batalla que anticipaba. Probablemente preparó sus argumentos como quien ensaya un combate, a sabiendas de que sería cuestionado frente a la cúpula de la empresa. Con respeto pero con decisión, tendría que argumentar. Y tendría sólo una oportunidad. 

En esa coma residía el honor sentido y la belleza anhelada. En esa coma estaba la esencia de su profesión, el respeto a sus ancestros y la serenidad ante lo divino. A nada de eso podía fallar.

Me deleito mirándola y pienso en todas las batallas que luchamos, las que ganamos y las que perdemos, las heridas y las derrotas por una coma. Tiempo y dinero, clientes y proyectos.

¿Ha merecido la pena?

Otras veces las hemos evitado conscientemente. Como Ulises, hemos preferido tapar los oidos de nuestra gente con cera y atarnos al mástil para no acudir, para no estrellarnos por ellas ¡No son comas, son sirenas! ¡Que muera Parténope y se salven mi nave y mi tripulación!

El JST-245 y el NRD-545 fueron los últimos equipos de HF que fabricó la compañía. Pocos años después, el presidente de Japan Radio Company dio la orden de cerrar esa división y su personal fue recolocado.

En esa coma reside el mayor dilema de nuestra profesión, haciéndonos vacilar entre la función y la emoción, entre lo íntegro y lo óptimo, entre el mercado y la cultura, entre lo bello y lo sensato.

Ahí está, anaranjada y hermosa y discreta, siempre presente.

Fundido a gris

Estamos diseñando un mundo cada vez más en blanco y negro. En escala de grises, mejor dicho. Esa es la conclusión —te la enuncio con cierto sensacionalismo— de un estudio conducido por el Science Museum Group, sobre el color de 7000 objetos de uso cotidiano de 21 categorías diferentes, creados en el último siglo.

De la madera con adornos de latón de 1900 a los plásticos de los 90 y de los inyectados multicolor de los 60-70 a los aluminios —casi siempre impostados— de hace diez años. De la calidez al frío, de las superficies vivas a las geometrías muertas. Del producto que es per se, al que sólo contiene. Del mensaje al silencio.

Todos los coches son óvalos blancos, todas las tecnologías son rectángulos negros y todos los objetos son ya gris oscuro.

Cuando Bell lanzó el modelo 500 diseñado por Dreyfuss, el negro era el color del producto genérico, y de ahí se pasó a una plétora de color donde cada persona y cada ambiente encontraban su tono. La fórmula la repitió el Regency TR1, el primer transistor de bolsillo, y la copió, cincuenta años después, Apple con su iPod nano. 

Henry Ford decía que usted podía tener su Ford T en cualquier color mientras fuese negro. Y la historia rima, pues el Tesla más común se puede comprar en cualquier color, pero todos sabemos que mejor blanco.

Wall-e vivaz y colorido fue sustituido por Eva, blanca, negra y eléctrica, mientras los Swatch coloridos dejaban paso a los Watch negros.

Etore Sottsas le hizo una mamola a IBM cuando parió una máquina de escribir —la Olivetti Valentine—  de rojo intenso. Ríete tú del Ornamento y Delito de Loos. Ese manifiesto cambió la historia de la tecnología. Se la robó a las empresas y las oficinas para llevárselas a las personas, a las casas y a los parques. Apple volvió a hacerle lo mismo a IBM, con el iMac, cuarenta años después.

La historia del color en el diseño es la historia de cada generación, con un sentir, una vitalidad y unas ganas de ser y estar muy cambiantes. En nuestros objetos está nuestra pequeñez insegura o nuestra alegría infinita. Frente a unos nos postramos, cual monolito de Kubrik, y en otros proyectamos nuestra alma, llena de color y vida.

Mira en tus bolsillos, en tu muñeca, tu bolso o tu mesa... ¿Qué ves?

Consumatum est

Me dice Mónica que lo acorte, que un vídeo así no debería durar más de dos minutos. Pienso que tiene razón. Salgo de la consulta del médico y me meto en una cafetería. ¿Quiere una pulguita con el café? No, gracias, el café y ya está. Reviso el texto. No, Mónica no tiene razón, no podemos quitar ni un párrafo de lo que queremos contar. Sería como quitar una dovela de un arco, se desmoronaría todo. 

Me llama José Manuel Navia para decirme que si podemos convertir la sala McLuhan (la insonorizada) en un cuarto oscuro ¡Pues claro! Quiere salir con los alumnos y una cámara estenopéica a la calle, hacer fotos y revelarlas luego en el Instituto. “Javier, cuando ves el proceso completo, entiendes mejor el uso”. Me dice que va a traer muchos trastos, cámaras de cada época “para que se entienda cómo el aparato condiciona la forma de contar”. Navia también tiene razón. Sorbo el café (torrefacto, maldita sea) y pienso que ojalá poder asistir a ese programa. A algunas clases iré, sin duda.

Me llega una alerta al móvil: “los resultados de su analítica ya están dispo…” Mejor los miro luego. Quiero conservar el estado de concentración pero  se hace imposible. “Cariño, si puedes cambiarte de mesa, que van a comer los chicos en esta…”. El asiento de la silla nueva está helado. Pongo el móvil en “no molestar” y abro de nuevo el texto del video. 

No sólo no soy capaz de recortar, necesito contar más cosas. Esta gente está valorando invertir en el Instituto Tramontana, cómo no voy a contarles que estamos costeando gastos de guardería y de viajes a quienes tienen niños o quienes vienen de lejos. Cómo no contar las becas del 100% a personas sin recursos en los programas de iniciación al diseño. Cómo no mencionar que una persona del equipo de Enfoques ganó un Goya, o que a un alumno le han dado el Premio Nacional de Diseño…  Me tengo que centrar en lo que (les) va a importar, la escalabilidad del proyecto, la rentabilidad, la necesidad de producir más cursos con más equipo humano… 

Enfoques es la segunda parte del Instituto. Es un dossier que lleva tres años en un cajón, con un post-it que dice “no abrir hasta estar preparados”. Es la manera en que todo lo que hacemos, todo en lo que creemos y todo lo que nos quita el sueño y nos da la vida se puede sacar de Goya 27 y llegar a mucha gente, con precios asequibles y calidad excepcional. Es un plan de irrigación masivo que sólo podemos acometer con ayuda y complicidad de gente. Si te interesa y estás en posición de invertir, avísame.

Me salta otra alerta en el móvil. Definitivamente no soy capaz de configurar bien los modos de silencio. “Reunión Leica hoy a las 17h”. Me acuerdo de las diapos de Barnack y la Leica M, de las clases en que cuento cómo la cámara de 35mm, convertida en verdaderamente portátil, cambia la manera en que el mundo percibe la guerra. De leer crónicas a ver instantáneas, de que te la cuenten a que te la enseñen. Seguro que Navia habla de ello en su programa.

En el televisor, imágenes de tanques ardiendo, de drones grabando combates y de la matanza de Bucha. Nuestra guerra civil fue la primera guerra de las instantáneas. La del Golfo lo fue de las cámaras en misiles y esta está siendo la de los móviles. El medio es el mensaje y McLuhan enmarcado en el Instituto.

Se alternan nazarenos de Semana Santa con inocentes muertos en cunetas de Ucrania.

Consumatum est.

Sin mea culpa

Me escribe Óscar Mangas al hilo de mi post Mayoría y cercanía, hablando de cómo el diseño digital ha sido (hemos sido) cómplice necesario en el desplazamiento de la gente mayor en los temas financieros. Siento que tiene tanta razón que hago mías sus palabras:

Me ha sorprendido la falta de mea culpa del mundillo con el tema del trato de la banca a nuestros mayores. Todos hemos participado (y aplaudido) ese proceso. Nos parecía genial reducir una interacción tradicionalmente humana a un único tap en el móvil. ¿Que alguien no entiende el cajero automático? Se hace la fuente más grande y listo. Hemos confundido churras con merinas. Y nos hemos quedado tan panchos mientras Negocio nos comía la tarta. Ahí la llevamos.

Mayoría y cercanía

Parece que por fin, el problema del envejecimiento de nuestra población empieza a tomarse en serio en el ámbito del diseño. Tenemos casi un tercio de la población en edad de jubilación y muchas de esas personas viviendo en soledad. 

Escribo esto un poco cabreado, siendo honestos, así que mejor doy un poco de contexto sensato antes. Veamos:

Todos los problemas del mundo importan, pero unos importan más que otros, obviamente. A la hora de priorizar hay dos criterios imprescindibles que dudo que alguien pueda discutirme: mayoría y cercanía. En otras palabras, nos importan más los problemas que afectan a muchas personas y/o aquellos que nos tocan de cerca geográfica o culturalmente.

Esto explica por qué me afecta más algo que le pasa a mi familia que algo que le pasa a la tuya (entiéndelo), o por qué priorizamos un desastre que afecta a miles de personas frente a otro que afecta a docenas. No estoy diciendo que unos sean más dolorosos que otros o que tu problema no importe, ojo. Hablo de cómo tendemos a priorizar.

Por esa misma lógica, es natural que nos afecte más la crisis de refugiados de Ucrania que una en Sudán, pese a que ambas son dramáticas. Ucrania está en una esfera cultural más próxima a la nuestra. No hay que darle más vueltas y quien quiera hacernos sentir culpables por pensar así puede irse a pastar.

Decía que la gente mayor empieza a estar, por fin, en la agenda de ciertos ámbitos del diseño más “activistas”. Menos mal. Hasta hace nada, algunos y algunas se rasgaban las vestiduras cuando un formulario en una web no ofrecía 'género neutro' y obligaba a elegir entre hombre o mujer. Sin embargo, les importaba tres pimientos que la app del banco fuese como un muro infranqueable para sus abuelos, con todos esos procedimientos y mecanismos que nada tienen que ver con el vocabulario o las maneras de la banca de toda la vida.

La disforia de género afecta al 0,01% de la población mientras que las consecuencias del envejecimiento afectan al 100%, siendo ahora un 25% de la población mayor de 65 años. No necesita mucha explicación. Prioridades. Por número de personas pero también por cercanía cultural y física: tus abuelos, la señora del portal de al lado, puede que tus padres, tus tíos… y tú, tarde o temprano.

Ya veo venir al que me dirá que es un falso dilema, pero un vistazo a la agenda moralizadora de cierto ámbito del design tuitero invalidará su comentario. De hecho, tiendo a no soportar a quienes están todo el día culpabilizándonos por problemas que nos son lejanos. A menudo esas personas calman así su conciencia incapaz de ejercer caridad o compasión por los cercanos. 

Máximo Gavete publicó el otro día una reflexión que me llegó muy fuerte y aún resuena en mi cabeza. Se titulaba "Diseñar el entre". Él hablaba de que tradicionalmente el diseño tiende a fijarse más en el objeto que en las relaciones que se trazan entre personas. Estas son sus palabras literales:

Quizá tengamos que entender el diseño en clave de relación y no de entes y objetos. Quizá no es resolver problemas, quizá es constituir relaciones afectivas lo que debe ocuparnos.

No pude aguantarme y le escribí, desde el móvil, con gazapos y dedazos, para decirle que la reflexión me recordaba a ese espíritu barroco que habla del sentir y de los conjuntos que se definen desde las relaciones, que no sitúa un objeto en el centro sino que le importa el todo. 

El día que fundamos el Instituto Tramontana di una charla en la que, al final, hablaba de cómo los asistentes de voz en altavoces se estaban usando para conectarte a tiendas online y a internet mediante el habla, mientras que podrían servir para generar espacios acústicos compartidos. He puesto este ejemplo infinidad de veces, perdona si me lo has escuchado ya antes: el Amazon Echo es una maravilla, pero sería aún mejor si sirviese para que mi madre, que vive lejos, pudiera sentirse acústicamente en el cuarto donde Javi y Jaume juegan por la tarde. Más que diseñar un dispositivo para conectarte a ‘Matrix’ mediante la voz, una manera de nutrir los vínculos familiares.

¿Por qué no lleva mi smartTV una webcam y un software de videoconferencia instalados por defecto? ¿Por qué no puede mi madre usar Alexa para operar con su dinero del banco? ¿Por qué no me avisa ningún puñetero dispositivo cuando un amigo mío lleva tres días sin salir de casa?

Toma cualquier tecnología que tengas cerca y piensa si era o no muy complicado ponerla al servicio de esas relaciones de las que habla Máximo, o de las necesidades de los muchos o los problemas de los cercanos.

No me interesa el diseño que quiere rehacer la sociedad, el que sólo se preocupa por lo nuevo, el que desprecia (porque no la entiende) la tradición, a cultura o la familia, el que vive culturalmente en California o Copenhague y después, en toda su superioridad moral, pretende imponer aquí esas tendencias y agendas, ignorando o despreciando nuestros problemas.

Leo hoy que Ikea y el Madrid Design Festival han abierto una instalación llamada NextGen Seniors. En sus palabras, se trata de:

Una experiencia de Data Art que invita a los ciudadanos a conversar sobre sus preocupaciones del futuro senior y en la que encontrar el color con el que ven el futuro a través de la tecnología.

Aparentemente, esta es una herramienta para entender y abordar mejor los problemas de nuestros mayores.

A tenor de lo que leo y veo, parece una manera de afrontar el problema bastante performativa, por decirlo con buenas palabras. Intuyo que esa instalación es más para la nota de prensa que para la gente mayor, que ni siquiera entienda el concepto data art o NextGen Seniors. Mi yo optimista dice que algo es algo. El pesimista dice que encima se lo toman con frivolidad.

Por suerte, el lunes Danny Saltaren mencionaba diseño y personas mayores mientras recogía su premio nacional de diseño de manos de los Reyes. Pudo hablar de muchas otras cosas, de los proyectos de éxito de su estudio, del estado del sector… Pero decidió hablar de responsabilidades y de lo que importa ahora.

Siento que cada vez somos más los que estamos en esos frentes, lo veo en boletines, en gestos, en actos y en palabras en alto de quienes suelen hablar poco.

Menos mal.

La pregunta

A veces la respuesta es una pregunta. En las preguntas, en las buenas preguntas, está el marco de entendimiento que necesitamos, la categorización de la realidad, el esquema, el diagrama que hace sencilla la respuesta. 

Hace unos meses me hice una que resuena en mi mente constantemente, como una sirena antiaérea, y que me hace ver la realidad con una lente diferente, como si viese en rayos X o con una cámara térmica.

Pero antes de plantearte la pregunta, tengo que darte algo de contexto:

Hace cinco años, mi hijo Javi y yo visitamos juntos la escuela de diseño de Ulm. Ese viaje era como una peregrinación para mi. Ahí nació y se gestó mucho del diseño que admiraba (hoy lo admiro pero con otros ojos ¿ves?) y ahí trabajaron, enseñaron y aprendieron algunos de los grandes del s.XX.

El pasillo de la residencia de alumnos y profesores. Un espacio de la muerte viviente, como los que describe László Földényi.

La visita, sin embargo, tuvo en mí el efecto contrario. De repente, todo ese funcionalismo, esa racionalidad, esa modernidad utilitarista me heló el corazón.  Meses después, en Cádiz con Terrés, la luz, la comida, la humanidad y la vitalidad que todo lo impregnaba y me impregnaba a mí también, me ayudaron a componer una síntesis algo personal. Ahí nació el nombre de las cartas: “De Ulm a Cádiz” y se gestó mucho de lo que hoy es el Instituto Tramontana.

Hace unos meses, visité de nuevo la Escuela de Ulm con alumnos del Instituto. Esta vez la visita fue con guía y a ella le agradezco que aclarase, que sintetizase en una frase, mucho de lo que yo sentía pero no sabía verbalizar:

“Quienes fundaron esta escuela querían rediseñar la sociedad.”

Al oirlo se me heló la sangre.

El plan de Ulm no era diseñar mejores artefactos, no era hacer mejor arquitectura, muebles, equipos de sonido, gasolineras o automóviles. No, nada de eso. El plan, el gran proyecto, era político: redefinir la sociedad conforme a su idea de cómo debería ser, conforme a su programa.

Qué ingenuo fui: pensaba que querían servir a su sociedad y su cultura, pero en realidad la rechazaban; querían convertirla en otra cosa.  Ese día entendí mejor el proyecto de la modernidad. Menuda bofetada me llevé.

La tradición no es el culto a las cenizas, es la transmisión del fuego.
Gustav Mahler 

¿Qué había de malo en la artesanía, en la vitalidad de una cocina de antes, en la madera que cuenta la vida envejeciendo como la piel de una anciana? ¿Qué les molestaba de los objetos que adornamos porque sentimos importantes, de ensalzar lo sensorial, de honrar nuestras raíces o de que queramos conservar aquello que sentimos bello y bueno? ¿Qué les llevaba a despreciar todo lo pasado e idealizar todo lo nuevo?

Pienso mucho en las casas clavo como la de UP, tan frecuentes en la china que no para de avanzar.

El mío, el del diseño y el producto digital, es un sector obsesionado con mirar hacia adelante. Se habla siempre de la novedad constante, de la revolución de esto y aquello, de que nada va a ser igual, de cambiar el mundo

¡Por qué cambiarlo, maldita sea!

¿Por qué no, simplemente, tratar de mejorar lo que está mal y de potenciar lo que está bien? ¿Qué resentimientos más grandes debéis de tener para no ver tanto bueno, para querer arrasar con todo, para hacer tábula rasa? ¿Por qué rehacerlo todo sin aceptar, sin entender, sin contemplar? 

Cuánta belleza, cultura y legado destruye vuestro proyecto. Nada se puede entender ni apreciar, nada se puede ya salvar cuando habéis iniciado los derribos, cuando entran las excavadoras y empezáis a hormigonar ese mundo nuevo que tanto anheláis.
 

Todo ser humano nace siendo heredero de un legado al que sólo puede acceder mediante un proceso de aprendizaje.

Si esa herencia fuera un patrimonio compuesto por bosques y prados, una villa en Venecia, un terreno en Pimlico y una cadena de tiendas en un pueblo, el heredero esperaría heredarlos automáticamente después de la muerte del padre o al alcanzar determinada edad. Se la traspasarían abogados y lo máximo que se esperaría de él sería un reconocimiento legal.

Pero la herencia a la que me refiero no es precisamente así; y, de hecho, no es así exactamente como lo imagino. Todo ser humano nace siendo heredero de un legado de logros humanos; una herencia de sentimientos, emociones, imágenes, visiones, pensamientos, creencias, ideas, interpretaciones, emprendimientos intelectuales y prácticos, lenguajes, relaciones, organizaciones, cánones y máximas de conducta, procedimientos, rituales, habilidades, obras de arte, libros, composiciones musicales, herramientas, artefactos y utensilios.

Michael Oakeshott

Idealizar lo futuro conlleva ignorar lo pasado. Soñar con algo que aún no existe (y quizás no exista jamás) acarrea ignorar lo que sí ha pasado y lo que ahora está siendo. Ensoñación frente a aprendizaje, insatisfacción frente a contemplación.

Me preguntan a menudo qué libros leer para aprender de diseño de interacción y experiencia de usuario. Suelo responder, con algo de sorna y cierto esnobismo, que ninguno de menos de cincuenta años, pues su vigencia es el indicador de la cantidad de verdad que contienen. Con los actuales, cautela y prudencia. Y sospecha abierta con los que hablan del futuro. Así, en general, con todo lo que atañe a aprender de diseño.

Diseñar es resolver, mediante tecnologías (cambiantes) las necesidades de personas en contextos concretos. Esas personas, esas necesidades y esos contextos son los mismos que hace diez, cien o mil años. La mitad de la ecuación del diseño tiene tres mil años de respuestas. Qué torpeza y qué desaprovechamiento el de diseñar con las anteojeras del mulo, mirando sólo hacia adelante.

Decía al principio que hay preguntas que son en si misma una respuesta. En otoño volveré a formar a doce diseñadores, a ayudarles a madurar profesionalmente. En algún momento, cuando menos se lo esperen, les pediré que respondan a la pregunta:

¿Diseñas para servir a tu sociedad o para cambiarla?
¿Diseñas para enriquecer tu cultura o para crear una nueva?

Se queda

No. No voy a jubilarla. Lleva veinticinco años a mi lado y no. Es que no me da la gana. No la tiro. No. Se queda como está. Me ha acompañado en tantos momentos que no concibo, no imagino, no acepto desecharla. No es una opción.

Se rompió hace cosa de un mes. Creo que fue culpa mía, no estoy seguro. El metal del asa estaba ya roto y un golpe de calor fundió el plástico precisamente en la zona de la junta. Las juntas, siempre los puntos débiles ¿verdad? Fue como perder el reloj del abuelo, como fallarle a un hijo, como ver morir uno de los entes —porque no es animado, pero tiene entidad— más importantes de la casa. De mi vida.

Probé a repararla con pegamento extremo, de ese que se genera mezclando dos tubos diferentes y produce uniones más sólidas que el adamantio. No funcionó. Sometido a presión en casa, consideré tirarla y hasta me puse a ver modelos nuevos. A los pocos segundos tomé conciencia…

¿Pero qué estás haciendo, Javier?

Esa cafetera ha acompañado, cuando no hecho posibles, los momentos más serenos de mi vida. Me ha sido leal y fiel. ¿Qué clase de ser abyecto la desecharía sin más? Igual que no nos deshacemos de alguien porque pierde las piernas, no tiraré (ni sustituiré) mi cafetera. Al contrario, duplicaré los cuidados para que pueda seguir ejerciendo. Al fin y al cabo, sigue haciendo lo que vino a hacer. 

Dignidad, lealtad e integridad. La cafetera no se va.

Me ha pasado parecido con un boletín (newsletter, si lo prefieres) que manteníamos Jesús Terrés y yo hace cosa de diez años. Se llamaba Hombres de Bien y nos servía para desahogar la necesidad de contar ciertas cosas, de hablar de ciertas personas, de agradecer la existencia de ciertos artefactos. Allí escribíamos de whisky antes de que estuviera mal hacerlo, de lo que nos puede aportar un coche antes de que fuesen objetos cancelados, de valores como el trabajo, la amistad o la dignidad.

La web para suscribirse lo planteaba así de claro.

Hace más de ocho años que no mandamos nada nuevo desde allí. Tuvo su momento y, aunque siga teniendo cuatro mil personas suscritas, otras plataformas y otros formatos la han relegado. Mantenemos, eso sí, mucha de la esencia de HdB, tanto Jesús con sus Claves para entender como yo con estas cartas que recibes. 

Hoy nos ha escrito mailchimp para decirnos que no la estamos usando, y que si no mandamos nada, mejor lo cierra… ¿Qué? ¿Que la va a cerrar? ¿QUUUUUEEEEEÉ?

No. No se cierra. No es una opción.

Quizás no mandemos nunca nada más desde ahí. Quizás la guardemos en un cajón. Puede ser. Pero será como cuidar de un coche clásico: ya no se usa, pero se conserva, se le arranca el motor cada cierto tiempo, se le hidratan los plásticos, se le da una vuelta algún domingo… Merece una existencia digna no por lo que hace sino por lo que hizo y por la integridad de haberse mantenido ahí hasta ahora. Tras años adaptándose el artefacto a nuestras vidas, ahora nosotros nos adaptamos un poquito a la suya.

Te pareceré un sentimental o un acumulador de trastos. No me importa. Mi convicción es fuerte: el objeto llega a tener espíritu precisamente cuando no sólo materializa la función sino que además encarna (sí, en su carne) la dignidad del servicio a lo largo de los años, las intenciones de quienes le dieron vida creándolo y usándolo. 

Esa cafetera registra, en su integridad ajada, en sus arañazos y sus grietas, la vida de quienes le hemos dado uso.

La cafetera se queda.

Nos acordamos

Me acuerdo de mi padre leyendo el Marca a mediodía en la imprenta que había enfrente de casa.

Hellín, RTI

 

Me acuerdo de las tardes en la trastienda de la librería de mi madre.

Lugo, ALG

 

Me acuerdo de una mañana soleada en el jardín de mi abuela jugando a cocinitas con hojas y tierra. Y de cómo me molestaban los restos que se acumulaban en el dobladillo hecho burdamente por mi madre para ajustar los vaqueros que heredaba (inexorablemente) de mi hermano. 

Chiari (BS - Italia), ACS

 

Me acuerdo de mis abuelos jugando al scrabble cada tarde durante años junto a su enciclopedia.

Salamanca, MCB

 

Me acuerdo de los veranos que pasaba en la playa con mis abuelos. Los viernes venía mi madre y siempre me traía un cómic nuevo de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape o 13 Rue del Percebe.

Madrid, IAC

 

Me acuerdo de mi madre cantándome nanas, pero más que su voz, lo que persiste en mi memoria es la vibración de su pecho y su calor.

DHM

 

Me acuerdo de las escaleras en donde jugaba a Dungeons and Dragons todos los días del verano de 1987.

Zaragoza, EPG

 

Me acuerdo de aquellas increíbles tardes de verano jugando en el pueblo con primos y amigos a las chapas, bien partidos de fútbol o etapas de ciclismo.

Sotillo de la Adrada (Ávila), ERS

 

Me acuerdo de una camiseta amarilla que tenía con 7 años. En ella había un pez en el centro relleno de agua; me pasaba horas apretando el pez y observando las burbujas moverse.

Galicia, SHA

 

Me acuerdo de los globos de agua que, mi hermano y yo, tirábamos al balcón de los "chuchos" del 3º.

Vigo, AAI

 

Me acuerdo del dibujo del rey León que hizo mi padre para la carátula de mi primer cassette.

Gerona, CCR

Me acuerdo de la deliciosa aunque estéticamente no apetecible sopa de verduras que servían diariamente en la cantina de la facultad de arquitectura.

Oporto, SUN

 

Me acuerdo del helado de pétalos de rosa que probé un verano.

Asturias, IDM

 

Me acuerdo del globo rosa que se me explotó en una tarde de primavera en el parque de El Retiro. Mi hermano me regaló el suyo azul.

Madrid, VBB

 

Me acuerdo del frío chapuzón con mi tío Paco de cualquier sábado a la tarde en un pequeño rio de ALAVA para pescar truchas a mano para la cena de unas horas después.

Vitoria-Gasteiz, JJB

 

Me acuerdo del calentón de leña en la casa de mis padres.

Ciudad Juárez, JM

 

Me acuerdo del sonido de los esquís deslizando sobre la nieve recién caída. Al fondo el silencio de la naturaleza. 

Valgrande-Pajares (Asturias), AMS

 

Me acuerdo de la escolopendra que vimos un verano en el baño del cortijo de mi abuela.

Algodonales, PRF

 

Me acuerdo de las paredes aún grises cemento. Era el cumpleaños de mi hermana y las velas estaban sobre una Contesa.

DF

 

Me acuerdo de los cómics Marvel (en blanco y negro) que mi padre traía cada viernes a casa el año de mi verano en cama.

Villameca (León), IRGL

 

Me acuerdo del termómetro puesto en el patio de mi abuela, bajo el sol extremeño de Agosto, para ver si ya podía salir con la bicicleta.

Medina de las Torres, JCG

 

Me acuerdo de mis dos tortugas, y del día que las liberamos en la cantera del pueblo.

Madrid, JBM

 

Me acuerdo del olor al entrar al quirófano con cuatro años. Recuerdo las luces en la cara, una máscara… y ya se corta el recuerdo. 

Cuenca, GOM

 

Me acuerdo de ver a mi abuelo encendiendo las brasas en el corral de su casa, a través de un ventanuco, en invierno porque aún no tenían calefacción. 

Los Cerralbos (Toledo), AMF

 

Me acuerdo de los perros que guardaban el callejón de la casa de mi abuela.

Navaluenga, MSM

 

Me acuerdo de la cuesta empedrada que llegaba hasta la placeta de San José donde vivía mi abuela.

Granada, CCJ

 

Me acuerdo de la sensación del viento en la cara mientras me columpiaba bajo la higuera del jardín de casa. 

Cantabria, AHPV

 

Me acuerdo de bajar al mercado del pueblo en el Citroen Tiburon de mi abuelo.

Pereiro de Aguiar (Orense), MMF

 

Me acuerdo del sonido del reloj de pared de casa de mis tíos.

Madrid, MGR

 

Me acuerdo del Adagio de Albinoni al final de la película Gallipoli, abrazada a mi abuela en el sofá y llorando las dos.

Torrelavega, LDB

 

Me acuerdo de mi madre pidiéndose "un bitter" en el bar del pueblo.

Bernardos (Segovia), MJA

 

Me acuerdo de la instrucción para hacer que en el ZX Spectrum sonara un pitido cada vez que se pulsara una tecla de ese teclado de goma: POKE 23609,255.

ARP

 

Me acuerdo del olor a hierba recién cortada al subir la cuesta al cole a primera hora de la mañana. 

San Sebastián, MJL

 

Me acuerdo de un abrazo largo, interminable, eterno,  en una escalera en vondelpark, donde todo cambió y todo empezó.

Amsterdam, PQF

 

Me acuerdo de la sensación de la bolsa de agua caliente y el peso de las mantas en los fríos inviernos de Castilla la Mancha.

Atalaya del Cañavate, RSS

 

Me acuerdo de la luz turquesa reflejada en las paredes de una cueva marina.

Polignano a Mare (Italia), LSD

 

Me acuerdo de una comida en casa de mi madre este verano, en la terraza mirando al mar, mi hermano y yo hablando de los dibujos que veíamos de niños nos vinimos arriba y cantamos todas las canciones que recordábamos. Me reí tanto que me dolía la barriga y lloraba de la risa.

Luanco, LGI

 

Me acuerdo del día que el camarero del Derby nos llamó la atención por besarnos. «Esto es un sitio decente», dijo.

A Coruña, JJ

 

Me acuerdo del sonido estridente pero armónico que hacía el primer módem con el que me conecté a Internet. 

Pamplona, AVG

 

Me acuerdo de los yogures de limón, calientes por el sol, que comía de pequeño en la playa de Ondarreta.

San Sebastián, JEA 

 

Me acuerdo de aquel beso nocturno, bajo un paraguas mientras llovía a mares. Era un beso prohibido y aquello hizo que no se repitiera y que se grabara en mi memoria. 

 

Valencia, DSV

 

Me acuerdo del olor a bizcocho recién hecho al entrar en casa de mi abuela paterna.

Castalla, RGLL

 

Me acuerdo de, con la ayuda de mi padre, meter el brazo en un fango negro arenoso en el antiguo puerto de Dénia y alucinar cuando mi mano encontraba berberechos.

Xàbia, CPP

 

Me acuerdo del olor a conejos, gallinas y naturaleza, en la modesta granja que mi abuelo cuidaba con tanto amor.

La Nueva-Asturias, AG

 

Me acuerdo de las truchas pasando entre mis pies cuando me bañaba en el río.

Rascafría, OMN

 

Me acuerdo del chirrido de la tiza sobre la pizarra verde del colegio.

Madrid, AM

 

Me acuerdo de las tardes de invierno al sol del mirador de mi abuela, jugando con ella a las cartas en una mesa camilla.

Soria, KV

 

Me acuerdo del sonido de la puerta y del olor a polvo de la buhardilla de casa de mis abuelos.

Poilhes, GG

 

Me acuerdo de los cuenquitos de colores con forma de hoja donde nos ponían la fruta cortada en la casa de Punta Umbría.

GBM

 

Me acuerdo del juego de la rana, verde, de hierro, con la boca abierta esperando el lanzamiento perfecto.

IB
 

Me acuerdo del olor de la piel de las mandarinas al echarlas al fuego en las noches frías de Navidad.

Huesca, MLL

Me acuerdo de que mi abuelo cuando venía de vacaciones llevaba en el bolsillo bacalao salado porque en el norte no te ponían tapa con el vino.
FMF

Me acuerdo de mi padre leyendo el Marca a mediodía en la imprenta que había enfrente de casa.
Hellín, RTI

Me acuerdo de romper, con mi primo, las almendras con un mazo en el patio de la casa de mi abuela.
Playa de Oliva, P.A.

· · ·

Gracias, de corazón, a quienes habéis participado.

 

Me acuerdo

Lo he visto ahí al solecito y no he podido evitar volver a hojearlo. Es un libro precioso, como todos los de Georges Perec, que no se comporta como sería normal, haciéndote pensar en las vivencias de otros; igual que hace la música, este libro provoca que mires hacia adentro, que reflexiones sobre tu propia vida.

En “Me acuerdo”, Pérec enumera recuerdos de su pasado sin orden, sin intención, sin tratar de demostrar nada. Te dejo tres ejemplos elegidos al tuntún:

Me acuerdo de que mi tío tenía un 2CV con matrícula 7070 RL2

Me acuerdo de que un amigo de mi primo Henri se pasaba el día entero en bata cuando estaba preparando sus exámenes.

Me acuerdo de un aperitivo que se llamaba “le Bonal”.

Siempre que llevo media docena leídos, empiezo a hacer ese mismo ejercicio casi sin querer, a acordarme del estampado de los sillones de nuestra casa en Barcelona, de una tarde lluviosa en que mi madre se tomaba un café con las amigas mientras yo me aburría o de los cómics de Spiderman que había en una casa que alquilamos una Navidad. ¡Maldito Perec, me está manipulando la mente desde una tumba del cementerio de Père Lachaise de París!

Hace muchos años, a mis alumnos de diseño les hacía leer “Tentativa de agotamiento de un espacio parisino”, donde Perec hace algo parecido: describe, sin pretensión alguna, lo que ve pasar por delante suyo mientras está sentado en una terraza de París: un autobús, una señora con un perro, un vendedor ambulante, el mimo autobús de nuevo… Les pedía a los alumnos que hiciesen ese mismo registro, eligiendo ellos el lugar, como forma de entrenar la capacidad de observación, necesaria para entender la relación entre tarea y contexto de uso en diseño. En primavera repetiré Programa de Diseño de Interacción y creo que volveremos a hacer ese ejercicio.

Memoria y tecnología, qué poco se ayudan, ¿verdad? ¿De qué me vale tener 10 terabytes en el disco duro si no tengo herramientas para conservar mis propios recuerdos, o los de mis padres para que los puedan tener mis hijos?

Ayer te hablé de recuerdos con olor a queroseno y hoy vuelvo al tema porque este puñetero libro se me ha puesto por delante. ¿Quién lo habrá dejado fuera de la estantería? ¿Habrá sido mi yo inconsciente, tratando de provocar que aflore algo enterrado en mi memoria?

Hmmm...

Te propongo un juego, un pasatiempo, un entretenimiento: deja aquí un recuerdo que te venga a la cabeza sin pensar mucho, algo de una o dos líneas, sin reflexión; sólo la descripción, o ni siquiera eso, la enunciación de lo que recuerdas. Insisto, no más de dos lineas. Publicaré todas las que lleguen y seguro que sale algo entretenido, hasta un poquito voyeur. Te pediré una cosa más: cuando dejes tu “Me acuerdo…” fírmalo con tus iniciales y el lugar donde transcurrió el recuerdo, si es que lo ubicas. Debería quedar así:

Me acuerdo de los cómics de Spiderman que encontré en un piso que alquilamos una Navidad.
Barcelona, JCC

Cuando los hayamos compartido, sortearé una copia del libro de Perec entre las personas que participéis, que me apetece regalarlo.

Venga, dale los comentarios y déjanos a todos tu recuerdo.