Mayoría y cercanía

Parece que por fin, el problema del envejecimiento de nuestra población empieza a tomarse en serio en el ámbito del diseño. Tenemos casi un tercio de la población en edad de jubilación y muchas de esas personas viviendo en soledad. 

Escribo esto un poco cabreado, siendo honestos, así que mejor doy un poco de contexto sensato antes. Veamos:

Todos los problemas del mundo importan, pero unos importan más que otros, obviamente. A la hora de priorizar hay dos criterios imprescindibles que dudo que alguien pueda discutirme: mayoría y cercanía. En otras palabras, nos importan más los problemas que afectan a muchas personas y/o aquellos que nos tocan de cerca geográfica o culturalmente.

Esto explica por qué me afecta más algo que le pasa a mi familia que algo que le pasa a la tuya (entiéndelo), o por qué priorizamos un desastre que afecta a miles de personas frente a otro que afecta a docenas. No estoy diciendo que unos sean más dolorosos que otros o que tu problema no importe, ojo. Hablo de cómo tendemos a priorizar.

Por esa misma lógica, es natural que nos afecte más la crisis de refugiados de Ucrania que una en Sudán, pese a que ambas son dramáticas. Ucrania está en una esfera cultural más próxima a la nuestra. No hay que darle más vueltas y quien quiera hacernos sentir culpables por pensar así puede irse a pastar.

Decía que la gente mayor empieza a estar, por fin, en la agenda de ciertos ámbitos del diseño más “activistas”. Menos mal. Hasta hace nada, algunos y algunas se rasgaban las vestiduras cuando un formulario en una web no ofrecía 'género neutro' y obligaba a elegir entre hombre o mujer. Sin embargo, les importaba tres pimientos que la app del banco fuese como un muro infranqueable para sus abuelos, con todos esos procedimientos y mecanismos que nada tienen que ver con el vocabulario o las maneras de la banca de toda la vida.

La disforia de género afecta al 0,01% de la población mientras que las consecuencias del envejecimiento afectan al 100%, siendo ahora un 25% de la población mayor de 65 años. No necesita mucha explicación. Prioridades. Por número de personas pero también por cercanía cultural y física: tus abuelos, la señora del portal de al lado, puede que tus padres, tus tíos… y tú, tarde o temprano.

Ya veo venir al que me dirá que es un falso dilema, pero un vistazo a la agenda moralizadora de cierto ámbito del design tuitero invalidará su comentario. De hecho, tiendo a no soportar a quienes están todo el día culpabilizándonos por problemas que nos son lejanos. A menudo esas personas calman así su conciencia incapaz de ejercer caridad o compasión por los cercanos. 

Máximo Gavete publicó el otro día una reflexión que me llegó muy fuerte y aún resuena en mi cabeza. Se titulaba "Diseñar el entre". Él hablaba de que tradicionalmente el diseño tiende a fijarse más en el objeto que en las relaciones que se trazan entre personas. Estas son sus palabras literales:

Quizá tengamos que entender el diseño en clave de relación y no de entes y objetos. Quizá no es resolver problemas, quizá es constituir relaciones afectivas lo que debe ocuparnos.

No pude aguantarme y le escribí, desde el móvil, con gazapos y dedazos, para decirle que la reflexión me recordaba a ese espíritu barroco que habla del sentir y de los conjuntos que se definen desde las relaciones, que no sitúa un objeto en el centro sino que le importa el todo. 

El día que fundamos el Instituto Tramontana di una charla en la que, al final, hablaba de cómo los asistentes de voz en altavoces se estaban usando para conectarte a tiendas online y a internet mediante el habla, mientras que podrían servir para generar espacios acústicos compartidos. He puesto este ejemplo infinidad de veces, perdona si me lo has escuchado ya antes: el Amazon Echo es una maravilla, pero sería aún mejor si sirviese para que mi madre, que vive lejos, pudiera sentirse acústicamente en el cuarto donde Javi y Jaume juegan por la tarde. Más que diseñar un dispositivo para conectarte a ‘Matrix’ mediante la voz, una manera de nutrir los vínculos familiares.

¿Por qué no lleva mi smartTV una webcam y un software de videoconferencia instalados por defecto? ¿Por qué no puede mi madre usar Alexa para operar con su dinero del banco? ¿Por qué no me avisa ningún puñetero dispositivo cuando un amigo mío lleva tres días sin salir de casa?

Toma cualquier tecnología que tengas cerca y piensa si era o no muy complicado ponerla al servicio de esas relaciones de las que habla Máximo, o de las necesidades de los muchos o los problemas de los cercanos.

No me interesa el diseño que quiere rehacer la sociedad, el que sólo se preocupa por lo nuevo, el que desprecia (porque no la entiende) la tradición, a cultura o la familia, el que vive culturalmente en California o Copenhague y después, en toda su superioridad moral, pretende imponer aquí esas tendencias y agendas, ignorando o despreciando nuestros problemas.

Leo hoy que Ikea y el Madrid Design Festival han abierto una instalación llamada NextGen Seniors. En sus palabras, se trata de:

Una experiencia de Data Art que invita a los ciudadanos a conversar sobre sus preocupaciones del futuro senior y en la que encontrar el color con el que ven el futuro a través de la tecnología.

Aparentemente, esta es una herramienta para entender y abordar mejor los problemas de nuestros mayores.

A tenor de lo que leo y veo, parece una manera de afrontar el problema bastante performativa, por decirlo con buenas palabras. Intuyo que esa instalación es más para la nota de prensa que para la gente mayor, que ni siquiera entienda el concepto data art o NextGen Seniors. Mi yo optimista dice que algo es algo. El pesimista dice que encima se lo toman con frivolidad.

Por suerte, el lunes Danny Saltaren mencionaba diseño y personas mayores mientras recogía su premio nacional de diseño de manos de los Reyes. Pudo hablar de muchas otras cosas, de los proyectos de éxito de su estudio, del estado del sector… Pero decidió hablar de responsabilidades y de lo que importa ahora.

Siento que cada vez somos más los que estamos en esos frentes, lo veo en boletines, en gestos, en actos y en palabras en alto de quienes suelen hablar poco.

Menos mal.