Se queda

No. No voy a jubilarla. Lleva veinticinco años a mi lado y no. Es que no me da la gana. No la tiro. No. Se queda como está. Me ha acompañado en tantos momentos que no concibo, no imagino, no acepto desecharla. No es una opción.

Se rompió hace cosa de un mes. Creo que fue culpa mía, no estoy seguro. El metal del asa estaba ya roto y un golpe de calor fundió el plástico precisamente en la zona de la junta. Las juntas, siempre los puntos débiles ¿verdad? Fue como perder el reloj del abuelo, como fallarle a un hijo, como ver morir uno de los entes —porque no es animado, pero tiene entidad— más importantes de la casa. De mi vida.

Probé a repararla con pegamento extremo, de ese que se genera mezclando dos tubos diferentes y produce uniones más sólidas que el adamantio. No funcionó. Sometido a presión en casa, consideré tirarla y hasta me puse a ver modelos nuevos. A los pocos segundos tomé conciencia…

¿Pero qué estás haciendo, Javier?

Esa cafetera ha acompañado, cuando no hecho posibles, los momentos más serenos de mi vida. Me ha sido leal y fiel. ¿Qué clase de ser abyecto la desecharía sin más? Igual que no nos deshacemos de alguien porque pierde las piernas, no tiraré (ni sustituiré) mi cafetera. Al contrario, duplicaré los cuidados para que pueda seguir ejerciendo. Al fin y al cabo, sigue haciendo lo que vino a hacer. 

Dignidad, lealtad e integridad. La cafetera no se va.

Me ha pasado parecido con un boletín (newsletter, si lo prefieres) que manteníamos Jesús Terrés y yo hace cosa de diez años. Se llamaba Hombres de Bien y nos servía para desahogar la necesidad de contar ciertas cosas, de hablar de ciertas personas, de agradecer la existencia de ciertos artefactos. Allí escribíamos de whisky antes de que estuviera mal hacerlo, de lo que nos puede aportar un coche antes de que fuesen objetos cancelados, de valores como el trabajo, la amistad o la dignidad.

La web para suscribirse lo planteaba así de claro.

Hace más de ocho años que no mandamos nada nuevo desde allí. Tuvo su momento y, aunque siga teniendo cuatro mil personas suscritas, otras plataformas y otros formatos la han relegado. Mantenemos, eso sí, mucha de la esencia de HdB, tanto Jesús con sus Claves para entender como yo con estas cartas que recibes. 

Hoy nos ha escrito mailchimp para decirnos que no la estamos usando, y que si no mandamos nada, mejor lo cierra… ¿Qué? ¿Que la va a cerrar? ¿QUUUUUEEEEEÉ?

No. No se cierra. No es una opción.

Quizás no mandemos nunca nada más desde ahí. Quizás la guardemos en un cajón. Puede ser. Pero será como cuidar de un coche clásico: ya no se usa, pero se conserva, se le arranca el motor cada cierto tiempo, se le hidratan los plásticos, se le da una vuelta algún domingo… Merece una existencia digna no por lo que hace sino por lo que hizo y por la integridad de haberse mantenido ahí hasta ahora. Tras años adaptándose el artefacto a nuestras vidas, ahora nosotros nos adaptamos un poquito a la suya.

Te pareceré un sentimental o un acumulador de trastos. No me importa. Mi convicción es fuerte: el objeto llega a tener espíritu precisamente cuando no sólo materializa la función sino que además encarna (sí, en su carne) la dignidad del servicio a lo largo de los años, las intenciones de quienes le dieron vida creándolo y usándolo. 

Esa cafetera registra, en su integridad ajada, en sus arañazos y sus grietas, la vida de quienes le hemos dado uso.

La cafetera se queda.