Un paquete llega a Cincinatti

Todos en Procter & Gamble estaban entusiasmados con la compra de Braun. Tras los trámites financieros llegaba el momento de trasplantar un nuevo corazón a esa compañía. Mandaron a los diseñadores alemanes a casa y tomaron las riendas del producto. Lo primero, dejarlo en manos de los chicos de branding.

El paquete acababa de llegar a la sede central de P&G en Cincinatti. En la sala estaban todos ansiosos por ver el resultado. Lo remitía su agencia de branding de cabecera, la de los encargos difíciles. Habían cumplido con el deadline: dos semanas para reformular el producto y mandarlo de vuelta, sin presentaciones.

La caja estaba allí encima de la mesa de juntas, al lado del Polycom que les conectaba con la agencia creativa de Nueva York:

Llevaban años trabajando con ese proveedor. Su diseño para el bote de champú Pantene ayudó mucho a P&G a posicionar la marca. Pero sus mejores trabajos los habían hecho con las  fragancias: Hugo, Dolce & Gabanna... Sabían hacer que las formas hablasen, que contasen historias. Sin duda eran el proveedor adecuado para este tipo de trabajo.

Todos estaban ansiosos por ver si, una vez más, lo iban a lograr. El briefing era claro: frescura, diversión, modernidad, tecnología, potencia y velocidad. Todo sin tocar el mecanismo interior.

Alguien abrió la caja: sacó un prototipo y repartió unas fotografías que comparaban el aburrido modelo anterior con la propuesta que habían hecho los creativos:

 


La sala entera estalló en un aplauso.


Habían dotado de un nuevo significado al acto de cepillarse los dientes.





Las fotografías son reales, de Michael Dant. Todo lo demás es una ficción muy posible que si se prolongase terminaría en lo que Braun / Oral-B es hoy: